¡Hola, viajeros! Hoy nos vamos a un lugar icónico, un símbolo de sueños y ambición: el Hollywood Sign. Pero no te voy a dar una guía turística al uso; te voy a llevar conmigo, como si camináramos juntos por esas colinas.
Imagina que el coche se detiene. Abres la puerta y, de repente, el aire es diferente. Ya no es el bullicio de la ciudad; es más seco, lleva un leve aroma a tierra y a la vegetación que crece en estas colinas. Escuchas el suave crujido de la gravilla bajo tus pies mientras empiezas a subir. El sol californiano te acaricia la piel, cálido y constante. A medida que avanzas, el sonido del tráfico se va difuminando, reemplazado por el canto lejano de algún pájaro o el zumbido de un insecto. Y entonces, ahí está. No lo ves de golpe, sino que emerge entre los árboles, blanco, imponente, casi etéreo. Sientes esa punzada de algo grande, de historia, de miles de historias que se han soñado bajo esa misma vista. Es más que unas letras gigantes; es la promesa de algo que está por venir, o la memoria de lo que ya fue.
Para llegar a tener esta experiencia, hay varias opciones, pero mi consejo de amiga es que evites el coche si puedes subir andando un tramo. El estacionamiento cerca de las mejores rutas de senderismo o los puntos de vista más cercanos puede ser una pesadilla, especialmente los fines de semana. Una buena opción es ir hacia el Observatorio Griffith y desde allí, explorar las rutas. Si prefieres algo más directo para ver el letrero de cerca (sin acercarte demasiado, claro, porque está vallado), busca las calles alrededor de Beachwood Canyon. Eso sí, ten en cuenta que los residentes han puesto restricciones de estacionamiento para evitar la aglomeración. Lo mejor es ir a primera hora de la mañana o al final de la tarde para evitar el calor más intenso y la mayor cantidad de gente.
Caminas por los senderos, y la tierra bajo tus pies es una mezcla de polvo fino y pequeñas piedras sueltas. Puedes sentir cómo tus músculos trabajan con cada paso en la subida, una sensación de esfuerzo gratificante. El viento a veces te despeina, trayendo consigo el eco lejano de la ciudad que se extiende a tus pies, una alfombra infinita de edificios y calles. Miras alrededor y ves el verde seco de las colinas, salpicado de arbustos y algunos árboles solitarios que parecen custodiar el valle. Sientes la inmensidad del paisaje, la forma en que la naturaleza salvaje se encuentra con la metrópolis, y te das cuenta de que este lugar, a pesar de ser un símbolo de lo artificial, te conecta con algo mucho más primario: la tierra, el cielo y la búsqueda de horizontes.
Ahora, un par de consejos prácticos para que tu visita sea segura y disfrutable, como si te los enviara por WhatsApp. Primero, el terreno. Aunque las rutas son populares, son senderos de montaña. Hay tramos donde la tierra está suelta, y las piedras son irregulares. Si ha llovido, puede haber zonas resbaladizas. Por eso, usa calzado adecuado, nada de sandalias o tacones; unas buenas zapatillas de deporte o botas de senderismo son clave. Segundo, el sol de Los Ángeles no perdona. Lleva agua, mucha agua, incluso si piensas que no vas a caminar mucho. Protector solar y un sombrero son tus mejores amigos. Y un ojo a la fauna local: no es raro ver serpientes de cascabel o coyotes, así que mantente en los senderos marcados. Finalmente, un aviso sobre los "listillos": en algunas zonas cercanas, sobre todo en aparcamientos no oficiales o en calles con mucho tráfico, pueden aparecer personas ofreciéndote "ayuda" para aparcar o "tours" a cambio de dinero. Mi consejo es que ignores estas ofertas no solicitadas y busques solo aparcamientos oficiales o sigas las indicaciones de las señales. El letrero está vallado y protegido, así que no intentes acercarte más de lo permitido; es peligroso y está prohibido.
Cuando empiezas el descenso, la luz del sol se suaviza, y si te quedas hasta el atardecer, la ciudad empieza a encender sus luces, transformándose en un mar de estrellas parpadeantes bajo tus pies. Sientes el cansancio agradable en tus piernas, la satisfacción de haber llegado, de haber respirado ese aire, de haber sentido esa historia. Es una despedida pausada, una última mirada a esas letras blancas que, por un momento, te hicieron parte de un sueño más grande. Te llevas no solo una foto, sino la sensación de haber estado en un cruce de caminos entre la naturaleza y la ambición humana, entre el silencio de la colina y el eco de millones de voces.
¡Hasta la próxima aventura!
Olya from the backstreets