¡Hola, trotamundos! Hoy te llevo de la mano a un lugar que te va a remover por dentro: la Casa Azul de Frida Kahlo en Coyoacán, Ciudad de México. No es solo un museo; es un portal a su alma, a su dolor, a su pasión desbordada. Prepárate para sentirla.
Lo primero, antes de siquiera pisar la calle, es que compres tus entradas online con mucha antelación. En serio, no lo dejes para el último minuto, ¡es crucial! Una vez dentro, te sugiero que te tomes un respiro en el patio central. Imagina que el azul cobalto de las paredes te envuelve, casi puedes sentir su frescura en la piel bajo el sol filtrándose entre las hojas de los árboles. Escucha el suave murmullo de las fuentes, el canto de los pájaros, el eco lejano del bullicio de Coyoacán que aquí se apaga. Huele la tierra húmeda, las plantas, el jazmín que a veces flota en el aire. Es un oasis de tranquilidad que te prepara para lo que viene.
Desde el patio, te guiaré hacia la cocina y el comedor. Aquí, el ambiente es diferente. Imagina el aroma a mole, a tortillas recién hechas, a café de olla. Puedes casi escuchar el tintineo de los cubiertos, las risas, las discusiones de sobremesa. Te darás cuenta de que las cosas están puestas como si ella acabara de salir por un momento: los cacharros de barro, los utensilios. Es un espacio que te habla de la vida cotidiana, de la calidez del hogar, de la comida como un acto de amor y convivencia. No te apresures, deja que la sencillez de estos espacios te hable de la Frida más humana, la que compartía el pan.
Continuando por la planta baja, llegarás a la sala principal y el estudio de Frida en este nivel. Aquí es donde el arte y la vida se entrelazan de forma más evidente. Sientes la solemnidad, pero también una energía vibrante. En su dormitorio de la planta baja, donde pasó gran parte de su convalecencia, la atmósfera se vuelve íntima y un poco melancólica. Puedes casi sentir el peso de su cuerpo en la cama con dosel, ver la silla de ruedas, el espejo sobre su cama que le permitía pintar postrada. Es un espacio de dolor, sí, pero también de resistencia y creatividad inquebrantable. Tómate tu tiempo aquí, pero si sientes que la emoción te abruma, está bien seguir adelante; la casa tiene más capas.
Ahora, subamos a la planta alta. Verás el estudio de Diego Rivera, un espacio con una luz diferente, más amplio, más "masculino" si se quiere. Aquí la energía cambia, es más de trabajo puro, de murales y grandes lienzos. Justo al lado, a menudo hay salas para exposiciones temporales. Si tu tiempo es limitado o tu interés principal es sumergirte en la vida personal de Frida dentro de su hogar, estas exposiciones son lo que yo te diría que puedes saltarte sin remordimientos. Son interesantes, sí, pero no son la esencia de la Casa Azul en sí. Puedes pasar de largo y no sentir que te perdiste lo más importante. La terraza, en cambio, te ofrece una bocanada de aire fresco y una vista diferente del jardín.
Y ahora, lo que yo guardaría para el final, el punto más íntimo y conmovedor de la Casa Azul: el segundo estudio y dormitorio de Frida en la planta alta, el lugar donde pasó sus últimos días. Aquí la sensación es de una privacidad casi sacra. Imagina el olor a óleos, a libros viejos, a su propia presencia. Puedes "ver" sus pinceles, sus pigmentos, la silla de ruedas junto a la cama, la prótesis que le recordaba su dolor constante, y el calendario marcando los días. Es un espacio que te golpea, te habla de su lucha, de su resiliencia hasta el último aliento. Permítete sentir la vulnerabilidad y la fuerza que emana de cada objeto. Sal de este cuarto con calma, dejando que todo se asiente.
Al salir, el azul de la casa te recibe de nuevo, pero ahora lo ves con otros ojos, con otra profundidad. La Casa Azul no es solo un color; es un sentimiento. La tienda de recuerdos está a la salida, y si te apetece llevarte algo, hazlo, pero la verdadera joya ya la llevas contigo.
Un abrazo fuerte desde el camino,
Olya de las callejuelas