Imagina que llegas al Palacio de Bellas Artes, no como si fueras a un museo, sino a un portal. El bullicio de la Ciudad de México empieza a desvanecerse a medida que te acercas a esa mole de mármol blanco, casi como si el sonido se hiciera más denso y luego se disipara. Sientes la brisa, a veces fresca, a veces cálida, que te trae el aroma de los árboles cercanos mezclado con el inconfundible olor a asfalto mojado si ha llovido. Al levantar la vista, el sol se refleja en el mármol, casi cegador, y te da una idea de la magnitud del lugar. Para llegar, lo más sencillo es tomar el metro; la estación Bellas Artes (líneas 2 y 8) te deja justo en la entrada principal, no tiene pierde.
Una vez dentro, la temperatura cambia drásticamente. El aire es más fresco, denso, y sientes el eco de tus propios pasos resonando en el vasto vestíbulo. El olor es peculiar, a mármol pulido y a historia, como si el tiempo se hubiera impregnado en las paredes. Tus dedos rozan las superficies lisas y frías. La luz que entra por los ventanales altos crea patrones en el suelo, y la sensación es de estar en un espacio sagrado, casi inmenso. Las entradas las compras en las taquillas justo al lado de la puerta principal, son fáciles de encontrar. Los precios varían si eres estudiante, maestro o extranjero, así que ten tu identificación a mano por si acaso.
Subiendo las escaleras (no te preocupes, hay elevadores también), la experiencia se vuelve aún más visual y emocional. No solo ves, sino que sientes el peso de la historia del arte mexicano. Tus ojos se pierden en los murales monumentales de Diego Rivera, Siqueiros, Orozco y Rufino Tamayo. Es como si cada pincelada gritara una historia. Imagina que te acercas a uno de ellos, y sientes la escala de las figuras, la explosión de colores, el drama. Podrías pasar horas solo contemplando un fragmento, dejando que tu mente se conecte con las narrativas. Los murales más famosos están en el segundo y tercer piso, son imposibles de ignorar por su tamaño y la intensidad de sus temas. No hay un orden estricto, solo déjate llevar por lo que te atraiga.
Si tienes la suerte de que haya un ensayo o una función, el Gran Salón de Conciertos es otra dimensión. Antes de entrar, sientes la expectación en el aire, una especie de zumbido colectivo. Al cruzar las puertas, la vista te inunda: el terciopelo de las butacas, el oro reluciente, la opulencia. El aire aquí es diferente, quizás un poco más cálido, con un tenue olor a madera y a tapicería antigua. Cierra los ojos por un momento y escucha el silencio, ese silencio previo a que empiece la música, o el murmullo suave de la gente preparándose. Aunque no vayas a ver un espectáculo, puedes asomarte y sentir la grandiosidad del lugar. Revisa la cartelera en su página web con antelación si te interesa ver algo; los boletos se agotan rápido, especialmente para la Orquesta Sinfónica Nacional o el Ballet Folklórico.
Después de absorber tanta grandeza, puedes bajar al sótano. Aquí, el ambiente es más íntimo. Encontrarás exposiciones temporales y el Museo Nacional de Arquitectura. El sonido de tus pasos es más contenido, el aire es más quieto. Puedes sentir la textura de los modelos arquitectónicos, la frialdad de algunas maquetas de metal, la rugosidad de los planos. Es un espacio para la contemplación tranquila, donde el arte y la ingeniería se encuentran. Las exposiciones temporales cambian constantemente, así que siempre hay algo nuevo que ver; el costo a veces está incluido en tu entrada general, otras veces es aparte, pregúntale a la persona de la taquilla.
Antes de irte, no te olvides de la tienda de recuerdos y la librería. El aroma a papel nuevo te envuelve, y el sonido de las páginas al ser hojeadas es casi musical. Sientes la suavidad de las cubiertas de los libros, la curiosidad al descubrir títulos sobre arte, historia o arquitectura mexicana. Es un lugar perfecto para llevarte un pedacito de Bellas Artes contigo, o un regalo para alguien. No es una tienda cualquiera; tienen cosas muy bien seleccionadas, desde reproducciones de arte hasta libros especializados. Un buen tip: ve temprano por la mañana, justo cuando abren. Hay menos gente y puedes disfrutar de la calma del lugar antes de que se llene.
¡Hasta la próxima aventura!
Olya from the backstreets