¡Hola, exploradores! Acabo de volver del Castillo de Chapultepec, y tengo que contarte todo, como si estuviéramos tomando un café.
Imagina que estás en la Ciudad de México, pero de repente el ruido de los coches empieza a desvanecerse. Escuchas el murmullo de las hojas y el canto de los pájaros. Empiezas a sentir un aire más fresco, más limpio, con ese olor a pino y tierra húmeda que solo los parques grandes tienen. Caminas sobre un sendero liso, y poco a poco, sientes que el suelo se inclina suavemente bajo tus pies. Es el Parque de Chapultepec, y estás empezando el ascenso hacia el castillo. Puedes sentir el sol cálido en tu piel, o quizás la sombra fresca de los árboles, mientras la ciudad se va quedando atrás, solo un eco lejano.
A medida que subes, el camino se vuelve un poco más empinado y a veces sientes adoquines bajo tus zapatos, otras veces asfalto. El viento empieza a soplar un poco más fuerte, trayendo consigo el aroma de las flores que crecen en los jardines cercanos. Escuchas el sonido de tus propios pasos y el murmullo de otras personas subiendo contigo, una mezcla de idiomas. De repente, el aire cambia, se siente más abierto, y sabes que estás llegando a la cima. La piedra fría y robusta del castillo se hace presente, casi puedes sentir su historia antes de tocarla, una mole imponente que te da la bienvenida al final del camino.
Una vez dentro, el ambiente cambia por completo. Sientes el fresco de las paredes de piedra, un alivio si el día es caluroso. Tus pasos resuenan un poco en los pasillos amplios, y el eco te envuelve. En algunas salas, el olor a madera antigua, a pulimento y a un leve polvo de siglos, te transporta. Puedes tocar las barandillas de metal frío o las superficies de muebles que han visto pasar el tiempo. En las salas de gala, el aire es más denso, casi ceremonial. Imagina el roce de terciopelos antiguos, o el suave crujir de un suelo de madera bajo tus pies. A veces, el suave susurro del viento se cuela por las ventanas, o el lejano murmullo de las conversaciones de otros visitantes, dándote una idea de la inmensidad del lugar.
Y cuando sales a los balcones, aunque no puedas ver el horizonte, ¡la sensación es increíble! Sientes el viento golpear tu cara, el aire es diferente, más libre. Escuchas el zumbido constante de la Ciudad de México abajo, como un gigante dormido, pero aquí arriba, hay una paz sorprendente. Es una mezcla de la inmensidad de la ciudad y la quietud del castillo. La luz del sol se siente diferente, más directa, y puedes notar cómo el espacio se abre a tu alrededor, dándote una sensación de amplitud y dominio sobre el paisaje.
Ahora, vamos a lo práctico, porque esto es importante. Para llegar, lo mejor es tomar el metro hasta la estación Chapultepec. Desde ahí, tienes una buena caminata cuesta arriba. Si no te gusta andar mucho, puedes tomar un trenecito que te sube, pero ojo, es un trenecito turístico, no un funicular, y a veces la fila es larga. Mi consejo: ve un martes o miércoles a primera hora, justo cuando abren. Así evitas las multitudes y puedes sentir el lugar con más calma.
Lo que no me encantó, y esto es super importante que lo sepas, es que el acceso para personas con movilidad reducida es complicado. Hay muchísimas escaleras y rampas empinadas dentro y fuera. Si te cuesta mucho subir o usar escaleras, el castillo puede ser un desafío. No hay ascensores públicos para visitantes, y eso hace que la experiencia no sea tan accesible para todos como debería. Además, si vas en fin de semana, prepárate para las colas, tanto para los boletos como para entrar.
Pero, ¿qué me sorprendió? La mezcla de historia. No solo es un castillo, también fue residencia imperial y presidencial. Sentir la diferencia entre el ala que fue el Alcázar de Maximiliano y Carlota, y luego pasar a las salas que usó Porfirio Díaz, es fascinante. Cada espacio tiene una "voz" diferente. Y la vista, aunque sea solo la sensación del espacio abierto y el viento, es increíblemente liberadora. No te esperas tanta historia y tanta paz en medio de una ciudad tan caótica.
¡Espero que te sirva esta info, colega viajero!
Léa de camino