Imagina un lugar donde el tiempo se detiene, donde cada piedra susurra historias milenarias. Así es el Monasterio de Agios Neophytos en Paphos. Al llegar, lo primero que te envuelve es el silencio, un silencio profundo que solo rompe el suave ulular del viento entre los cipreses y, si prestas atención, el tintineo lejano de una campana. No es el silencio estático de un museo, sino uno vivo, lleno de la presencia de siglos.
Caminas por los patios empedrados, sintiendo la rugosidad de las losas bajo tus pies, calentadas por el sol chipriota. El aire es limpio, con un ligero aroma a hierbas secas y a la madera antigua de las puertas. Pero la verdadera magia, el detalle que nadie menciona en las guías, está dentro de la Engleistra, la cueva donde San Neophytos vivió y talló su fe en la roca. Al cruzar el umbral, sientes cómo la temperatura baja de golpe, una frescura húmeda que te abraza. El aire aquí tiene un olor distinto, a tierra mojada, a piedra ancestral y a un tenue rastro de incienso que parece haberse impregnado en las paredes a lo largo de los siglos. Y si te quedas quieto, absolutamente quieto, más allá de la vista, escucharás. No es un sonido fuerte, es un *ploc, ploc* rítmico y casi imperceptible, el goteo constante de agua filtrándose de la roca viva, un latido silencioso que ha resonado en esa cueva durante ochocientos años. Es el pulso del monasterio, un secreto que solo se revela a quienes se atreven a sentirlo con todo su cuerpo.
Para llegar, lo más práctico es ir en coche; está a unos 20 minutos en coche de Paphos, subiendo por la carretera E701. El camino es sencillo y está bien señalizado. Hay aparcamiento gratuito justo a la entrada, así que no te compliques buscando. Si no conduces, hay autobuses públicos desde Paphos (la ruta 604) pero son menos frecuentes y te dejarán en el pueblo cercano, desde donde tendrás que caminar un buen tramo cuesta arriba. Mi consejo: si puedes, ve en coche o coge un taxi. El monasterio abre todos los días, generalmente de 9:00 a 13:00 y de 14:00 a 16:00 (o 17:00 en verano), pero siempre revisa los horarios exactos online antes de ir, porque pueden variar con las festividades. La entrada al complejo es gratuita, pero hay una pequeña tarifa para acceder al museo y a la Engleistra (la cueva). Es un importe simbólico, merece la pena. Ve por la mañana temprano, justo después de abrir, o a última hora de la tarde. Evitarás las multitudes y el calor más intenso, especialmente en verano. Y un detalle importante: es un lugar religioso, así que vístete con respeto. Hombros y rodillas cubiertos para hombres y mujeres. Si se te olvida, a veces tienen pañuelos o faldas para prestar en la entrada.
Una vez dentro, tómate tu tiempo. No corras. La iglesia principal es impresionante, con sus iconos y frescos, y el museo tiene objetos fascinantes, pero la joya de la corona es la Engleistra. Dedícale tiempo a ese espacio, a sentirlo. No es grande, pero su historia y la energía que emana son inmensas. Puedes tocar suavemente las paredes de roca en algunas zonas, sentir la antigüedad. No hay cafeterías ni restaurantes dentro del monasterio, pero en el pequeño pueblo de Tala, que está de camino (o al volver), encontrarás algunas tabernas locales con comida chipriota auténtica y deliciosa. Es el lugar perfecto para reponer fuerzas y charlar con los locales. No esperes tiendas de souvenirs enormes; es un sitio de peregrinación y reflexión. La experiencia es más sobre la conexión con el pasado y la tranquilidad. Si te animas, después de la visita, explora los senderos que rodean el monasterio. No están señalizados para turistas, pero si sigues los caminos de tierra, el aroma a pino y tomillo te guiará y te ofrecerá vistas espectaculares del valle y del mar a lo lejos. Es una forma de extender esa sensación de paz.
Un abrazo viajero,
Eva de la Ruta