Si alguna vez te preguntas cómo es realmente caminar entre milenios, Paphos te lo susurra al oído. Imagina que pones un pie en un sendero, ancho y bastante liso al principio, de grava fina y compacta. Sientes el sol chipriota en tu piel, cálido pero no abrasador si vas a primera hora. Escuchas el crujido suave bajo tus sandalias o zapatillas, un ritmo constante que te acompaña. No hay prisa aquí; las sendas te invitan a un paso tranquilo, casi reverente, como si el mismo suelo te pidiera que lo respetaras.

Estas primeras sendas son como brazos abiertos, amplias y bien señalizadas, que te dirigen sin esfuerzo hacia los puntos principales. No hay pérdida posible. A medida que te adentras, la grava se mezcla con tramos de tierra más batida, y en algunas zonas, te encontrarás con pequeños empedrados, irregularidades que te obligan a mirar dónde pisas, pero que a la vez te conectan con la historia bajo tus pies. Es una sensación tangible, un recordatorio de que no estás en un parque temático, sino en un lugar que ha respirado durante siglos. Lleva calzado cómodo y cerrado, no chanclas. Y una botella de agua, siempre.

Cuando las sendas te llevan a las casas de los mosaicos, el ambiente cambia. Las pasarelas de madera elevadas se vuelven más comunes, suspendidas sobre la historia para protegerla. Bajo tus pies, sientes la solidez de la madera, a veces con un leve temblor cuando alguien más camina cerca. El aire aquí es diferente, más denso, quizás con un eco de los murmullos de quienes admiraron estas obras hace siglos. A través del aire, casi puedes oler el polvo antiguo, la tierra seca y la sal del cercano Mediterráneo que se cuela con la brisa. Es un espacio donde el tiempo parece ralentizarse, y cada mosaico te cuenta una historia que casi puedes tocar con la mirada.

El parque es extenso, sí, pero su diseño es sorprendentemente intuitivo. Las rutas principales están claras, pero hay muchos pequeños desvíos, senderos más estrechos y menos transitados que te invitan a explorar ruinas menos conocidas o simplemente a encontrar un rincón tranquilo bajo un olivo. La mayoría de los caminos son accesibles para sillas de ruedas o carritos de bebé en su tramo inicial y hacia las principales atracciones, aunque algunas de las zonas más antiguas y remotas tienen terreno más irregular o escalones. Hay bancos ocasionales para descansar y puntos de sombra natural, pero no esperes fuentes de agua en cada esquina. Planifica al menos 3-4 horas para sentirlo de verdad, y ve temprano para evitar el calor y las multitudes.

Olya desde las callejuelas.

¿Cuándo es el mejor momento para sentir de verdad el Parque Arqueológico de Pafos? No es solo una fecha en el calendario, es una sensación que te envuelve. Imagínate que es primavera, entre finales de marzo y principios de mayo. Caminas por los senderos de grava y el aire es suave, tibio, casi como un abrazo ligero, pero sin esa pesadez del verano. Puedes sentir una brisa sutil que acaricia tu piel, llevándose el calor del sol. El olor... ah, el olor es lo primero que te atrapa. Es una mezcla de tierra seca y antigua calentada por el sol, con un toque salino del mar cercano que te llega con cada ráfaga de viento. Si tienes suerte, y la primavera ha sido generosa, sentirás también el perfume dulce y efímero de las flores silvestres que brotan con timidez entre las ruinas, un aroma que te conecta con la vida que siempre encuentra su camino.

Mientras avanzas, escuchas el murmullo constante de las olas rompiendo suavemente a lo lejos, un sonido rítmico y tranquilizador que te ancla al Mediterráneo. Cerca de ti, el canto ocasional de algún pájaro, o el zumbido de una abeja ocupada. En esta época, el parque no está abrumadoramente lleno. Sientes el espacio a tu alrededor, la libertad de moverte sin prisas, de pararte donde quieras sin sentirte empujado. Hay gente, sí, pero sus voces son más bien susurros, sus pasos suaves sobre la grava. La atmósfera es de reverencia, de asombro silencioso, casi como si el propio aire te invitara a escuchar las historias que estas ruinas tienen que contar. La luz del sol, dorada y no cegadora, ilumina los mosaicos, haciéndolos cobrar vida con cada sombra que proyecta.

Ahora, si vienes en pleno verano, la experiencia es otra historia. Imagina el sol quemando tu piel, el aire denso y pesado, sin rastro de brisa. El olor a tierra caliente se intensifica, pero sin esa frescura floral. Escucharías muchas más voces, más pasos, un bullicio constante, porque el parque está abarrotado. La visita se convierte más en una carrera contra el calor que en una inmersión tranquila. En invierno, en cambio, el aire puede ser fresco y húmedo, a veces con el olor a lluvia reciente. Escucharías el viento silbar entre las columnas. Hay menos gente, sí, pero la sensación es más de melancolía, de ruinas dormidas esperando el despertar. Por eso, mi consejo es siempre ir temprano por la mañana o al final de la tarde, en cualquier época, para evitar las horas pico y el sol más fuerte. Lleva siempre agua, un sombrero y protector solar. ¡Tu piel y tu espíritu te lo agradecerán!

Lola en el Horizonte.

Imagina el aire cálido de Chipre acariciando tu piel, el aroma salino del Mediterráneo mezclándose con el dulzor de las buganvilias lejanas. Estás en Paphos, y el sol, incluso cuando se esconde tras una nube, irradia un calor que te envuelve, recordándote que estás en una isla donde el tiempo se mide en milenios. Aquí, el Parque Arqueológico de Paphos no es un simple conjunto de ruinas; es un latido, un susurro constante de vidas pasadas que aún resuenan si sabes cómo escuchar. Siente la brisa ligera llevar consigo el eco de las olas rompiendo suavemente en la costa cercana, un sonido que ha acompañado a esta tierra desde siempre.

Mientras caminas, tus pies se encuentran con la tierra seca y compacta, a veces con el roce áspero de pequeñas piedras sueltas bajo tus sandalias. De pronto, el suelo cambia, se vuelve liso y sorprendentemente fresco bajo tus pies descalzos: estás sobre la superficie pulida de un mosaico milenario, protegido por estructuras que te brindan una sombra refrescante. Puedes sentir el cambio de temperatura, el alivio del sol intenso. Escucha el canto intermitente de las cigarras, un sonido que te envuelve y te transporta, como si fueras parte de un paisaje que ha permanecido casi inalterado durante siglos. Imagina las voces de la gente que una vez caminó aquí, sus risas, el murmullo de sus conversaciones; sus ecos se mezclan con el viento que juega entre los olivos centenarios.

Mi abuelo, que nació aquí en Paphos, siempre decía que este lugar no es solo un montón de piedras viejas. Contaba que cuando era niño, sus padres le traían a jugar entre estas ruinas, y que el eco de sus risas se mezclaba con el de los niños de hace dos mil años. Decía que si te quedabas quieto y escuchabas con el corazón, podías sentir las conversaciones, el trajín de la vida diaria, el aroma del pan recién hecho de esas cocinas ancestrales. Para él, era un recordatorio constante de que la vida sigue, que las personas siempre han amado, reído y soñado en este mismo suelo. No es un museo, es la memoria viva de nuestra gente.

Ahora, un poco de ayuda práctica. El parque es enorme y está al aire libre, así que lleva zapatos cómodos para caminar sobre terreno irregular y mucha agua. Hay algunas fuentes, pero es mejor ir preparado. La entrada está cerca del puerto de Paphos; puedes llegar fácilmente en bus local, taxi o incluso caminando si te alojas cerca del centro. Abre temprano, generalmente alrededor de las 8:30 AM, y te recomiendo ir a primera hora de la mañana o a última de la tarde para evitar el calor más intenso y las multitudes. La entrada cuesta 4.50€ (precios pueden cambiar, claro). No hay muchas opciones de comida dentro, así que considera llevar algún snack. El recorrido puede llevarte fácilmente de 2 a 3 horas si quieres sentirlo todo.

Sofía en Ruta

¡Hola, exploradores! Hoy nos vamos a un lugar donde el tiempo se detiene y las historias susurran en cada rincón: el Parque Arqueológico de Pafos en Chipre. Es una experiencia que te abraza con su antigüedad, incluso antes de que tus ojos puedan ver nada.

Imagina esto: pones un pie sobre la tierra y sientes el calor del sol chipriota en tu piel. El aire huele a tierra seca y milenaria, con un toque salado que te trae el recuerdo cercano del Mediterráneo. Escuchas el zumbido constante de las cigarras, casi como un coro ancestral, y el crujido suave de la gravilla bajo tus pasos. A veces, si te detienes un segundo, una ráfaga de viento te trae el eco de las olas rompiendo a lo lejos. Sientes la inmensidad del lugar, el espacio abierto que te rodea, y el peso de siglos de historia en cada piedra que podrías tocar. Es como si el pasado te envolviera, invitándote a sentirlo con cada poro de tu piel.

Si buscas ese punto donde la historia casi te habla en voz alta, dirígete hacia la Casa de Dionisio. Aquí, los antiguos mosaicos son el corazón del parque. Imagina que caminas por un suelo que fue el de una villa romana, y bajo tus pies, aunque protegidos, hay lienzos de piedra que narran mitos griegos. Puedes sentir la frescura que ofrecen las estructuras protectoras sobre los mosaicos, un respiro del sol. A tu alrededor, escucharás el murmullo de asombro de otros visitantes. Aunque no los veas, puedes casi palpar la intrincada labor de cada tesela, la visión de los artistas que contaban historias de dioses como Dionisio y sus banquetes, o escenas de caza con un detalle asombroso. Estás rodeado por los restos de muros antiguos, columnas caídas y la vasta extensión del parque que se abre hacia el horizonte, con el mar, una masa inmensa y tranquila, insinuándose a lo lejos.

Para capturar la esencia de este lugar, o simplemente para vivirlo en su plenitud, la mejor hora es a primera hora de la mañana, justo cuando abren, o a última hora de la tarde, antes del cierre. Por la mañana, la luz es suave y dorada, perfecta para que los detalles de los mosaicos resalten sin reflejos duros, y el parque está más tranquilo, lo que te permite sentir esa conexión íntima con el pasado. Por la tarde, el sol se tiñe de naranja y rosa, proyectando sombras largas que dan un aire dramático a las ruinas, y el ambiente es más relajado. En cuanto a lo práctico: lleva calzado cómodo, de verdad. Vas a caminar mucho sobre terreno irregular. Y lo más importante: agua. Mucha agua, sobre todo en verano. El sol es implacable y la sombra es limitada. Un sombrero y protector solar son tus mejores aliados. Planifica al menos 2 o 3 horas para explorar sin prisas.

Olya de los callejones.

Acabo de volver del Parque Arqueológico de Pafos y, uf, qué viaje. No es solo un sitio arqueológico, es una inmersión total. Imagina que el sol de Chipre te calienta la espalda mientras te inclinas sobre los mosaicos. No los ves, los *sientes*. Tus dedos casi pueden trazar las líneas de las figuras, sentir la frialdad de las pequeñas teselas, la rugosidad de algunas, la pulcritud de otras. Es como tocar la piel del tiempo. Puedes casi escuchar el murmullo de las conversaciones de hace dos mil años, el tintineo de las copas en los banquetes que se celebraban sobre esos mismos suelos. Es una experiencia que te envuelve, no solo con la vista, sino con cada sentido.

Caminas y caminas por lo que parecen kilómetros de historia, tus pies crujiendo sobre la grava antigua. El aire lleva un olor particular: una mezcla de tierra seca calentada por el sol, el aroma dulzón de alguna flor silvestre que brota entre las ruinas y, sí, ese inconfundible toque salado del Mediterráneo que está tan cerca. Si cierras los ojos, puedes escuchar el suave batir de las olas a lo lejos, una banda sonora constante que ha acompañado a este lugar durante milenios. La inmensidad del sitio te hace sentir pequeño, pero a la vez, increíblemente conectado con algo mucho más grande que tú.

Ahora, la cruda verdad, sin poesía: el sol. Es implacable. No hay mucha sombra natural, así que esto es un aviso práctico: vas a necesitar un sombrero de ala ancha, gafas de sol y, créeme, al menos un litro de agua por persona. Sentirás el calor chipriota en tu piel de una forma que no esperas. Y lleva calzado cómodo, tipo zapatillas de deporte, porque el terreno es irregular y vas a andar mucho. No es un paseo por el parque de la ciudad, es una exploración.

Lo que más me sorprendió fue lo vasto y disperso que está todo, y lo increíblemente bien conservados que están algunos rincones, casi escondidos. No es un museo lineal con un camino marcado. Es una especie de búsqueda del tesoro gigante. Por eso, un consejo de amiga: tómate tu tiempo. Y si puedes, ve a primera hora de la mañana. No solo es por el calor, sino porque la luz de la mañana es mágica sobre las ruinas, y tendrás los mosaicos casi para ti solo antes de que lleguen los grupos. Hay baños, pero no esperes cafeterías cada dos pasos. Planifica tu visita y lleva algún snack si lo necesitas.

Al final del día, cuando el sol comienza a teñir el cielo de naranja y las sombras se alargan sobre las piedras milenarias, te das cuenta de que no has visitado simplemente un montón de ruinas. Es un lugar que respira, que te habla si sabes escuchar. Es esa sensación de haber tocado el pasado con tus propias manos, de haber sentido el pulso de civilizaciones que se desvanecieron, pero que dejaron su huella para que tú la descubras y la sientas.

Olya desde las callejuelas.

Paphos… imagina el sol de Chipre acariciando tu piel, cálido, casi como un abrazo. Sientes la brisa marina, cargada con el aroma salado del Mediterráneo y un tenue perfume a tomillo seco que viene de la tierra. Bajo tus pies, oirías el suave crujido de la grava antigua, un sonido que te conecta directamente con los siglos pasados. Cierra los ojos y escucha: el zumbido constante de las cigarras, casi una melodía ancestral, y a lo lejos, el murmullo rítmico de las olas rompiendo contra la orilla rocosa. Tocas las piedras milenarias, rugosas y calientes, cada una con una historia que contar, una energía que se transmite a tus dedos. Sientes la inmensidad, la grandeza de un imperio que una vez floreció aquí. No es solo ver, es *sentir* la historia en cada respiración, en cada fibra de tu ser.

Ahora, si la idea de recorrer estos vastos terrenos te preocupa, o si necesitas un poco de ayuda para moverte cómodamente por Paphos, aquí tienes lo que necesitas saber. Directamente en el Parque Arqueológico de Paphos, no suelen tener sillas de ruedas o scooters disponibles para alquilar en el sitio. La mejor opción es contactar con empresas especializadas en alquiler de equipos de movilidad que operan en Paphos. Hay varias, como "Paphos Mobility" o "Mobility Scooter Hire Paphos", que ofrecen servicios de entrega directamente a tu hotel o alojamiento. También puedes preguntar en farmacias grandes ('farmacias') en el centro de Paphos; algunas ofrecen alquiler, aunque la disponibilidad puede ser limitada. Es bastante fácil si lo planificas con antelación. Muchas de estas empresas tienen sitios web donde puedes ver los modelos disponibles y hacer tu reserva online. Lo ideal es reservar con unos días de antelación, especialmente en temporada alta, para asegurar que tengan lo que necesitas. Los precios varían, pero puedes esperar pagar entre 15-30 euros al día por una silla de ruedas manual y algo más por un scooter de movilidad (a partir de 25-40 euros al día, dependiendo del modelo y la duración del alquiler). Normalmente ofrecen tarifas por día, por semana o por periodos más largos, lo que puede salir más económico. Si estás en tu hotel, el personal de recepción o el conserje suelen tener información sobre dónde alquilar estos equipos y pueden ayudarte a contactar con las empresas locales. También puedes buscar en Google Maps "alquiler silla de ruedas Paphos" o "mobility scooter hire Paphos" para encontrar opciones cercanas y sus números de contacto. No dudes en llamar o enviar un correo electrónico a las empresas directamente para preguntar sobre la disponibilidad y los precios específicos para tus fechas.

Max en movimiento.

¿Qué haces en el Parque Arqueológico de Pafos? Imagina que llegas a un lugar donde el tiempo se detuvo, envuelto en una luz dorada y un calor que te abraza. Al cruzar la entrada, tus pies notan el cambio: el asfalto da paso a una tierra compacta y, a veces, a la grava que cruje suavemente bajo tus sandalias. El aire, denso y cálido, lleva el leve aroma de la tierra seca y, si la brisa es generosa, un lejano toque salino del mar. Sientes la vastedad del espacio que se abre ante ti, un lienzo silencioso donde cada paso es un diálogo con el pasado.

Mientras avanzas, el camino te guía por áreas donde el suelo se eleva ligeramente, indicando la presencia de algo especial. Aquí, sientes cómo el aire se vuelve más quieto, casi reverente, bajo las cubiertas protectoras. Puedes escuchar el murmullo de otras voces que se maravillan, un suspiro colectivo de asombro. Aunque no puedas ver los colores, tus dedos casi perciben las intrincadas texturas de los mosaicos, esas historias milenarias plasmadas en pequeñas piedras. Puedes imaginar la suavidad de las figuras, la precisión de los contornos, la vida que una vez bulló en estas antiguas casas, ahora revelada por la brisa que se cuela por los huecos de las estructuras.

Dejas atrás las maravillas cubiertas y tus pasos te llevan a espacios más abiertos. Sientes la aspereza de los muros de piedra que una vez formaron villas grandiosas, ahora solo esqueletos bajo el sol. La luz del mediodía te baña, y el viento, a veces suave y a veces juguetón, silba a través de las ruinas, como si susurrara secretos antiguos. Pronto, el terreno comienza a ascender, y sientes la inclinación de los escalones desgastados por milenios de pisadas. Subes con cuidado hasta el pequeño anfiteatro, donde el silencio es casi palpable. Si te sientas en uno de sus escalones, el sol te acaricia la piel y el aire vibra con el eco de las voces de hace siglos, una sensación que te envuelve, recordándote la vida que una vez llenó este lugar.

Finalmente, el camino te guía hacia una brisa más fresca y el sonido distante, pero cada vez más claro, del mar. Sientes la inmensidad del cielo abierto sobre ti y la promesa del horizonte. Hay un faro cercano, y aunque no puedas ver su luz, puedes sentir su presencia como un guardián silencioso de la costa. Después de toda esa exploración, la cabeza te da vueltas de historia y sensaciones. Para lo práctico, como si te lo estuviera diciendo por mensaje: lleva mucha agua, un sombrero y protector solar, porque el sol pega fuerte. Las mejores horas para ir son a primera hora de la mañana (abren a las 8:30) o a última de la tarde para evitar el calor más intenso y la multitud.

El parque es enorme, así que planea al menos 2-3 horas para recorrerlo con calma y empaparte de todo. Hay algunas zonas con rampas, pero gran parte del terreno es irregular, de tierra o grava, así que ve con calzado cómodo y prepárate para caminar. Hay baños al principio, cerca de la entrada. No hay mucha comida dentro, así que si necesitas algo, llévalo contigo. Y un último consejo: tómate tu tiempo. No corras. Deja que cada piedra, cada brisa, cada sonido te cuente su propia historia. Es una experiencia para sentirla con todo el cuerpo.

Olya from the backstreets

¡Hola, exploradores! Hoy os llevo a un lugar donde la historia respira y te envuelve: el Parque Arqueológico de Pafos en Chipre. No es solo un conjunto de ruinas; es un espacio vivo que te habla a través de cada sentido.

Imagina esto: el sol acaricia tu piel, cálido pero no abrasador si eliges bien la hora. Y de repente, lo sientes. Un aroma que no está en las guías, pero que es el alma de este lugar. Es una mezcla de tierra seca y cálida, de salitre que llega suavemente del mar cercano, y sobre todo, de tomillo y orégano salvaje, pisoteado por milenios de pasos. Es un olor antiguo, vivo. Y luego, lo escuchas. El coro incesante de las cigarras. Un zumbido constante, vibrante, que pulsa en el aire caliente y te dice sin palabras: "Estás en el Mediterráneo, estás en la historia".

Caminas por senderos de tierra compacta, a veces sobre guijarros sueltos que crujen bajo tus pies, otras veces sobre adoquines pulidos por el tiempo. Siente la irregularidad, cada paso es un eco de los que pisaron aquí hace dos mil años. Llega a las Casas de Dionisio, de Teseo... No necesitas ver los mosaicos para sentirlos. Desliza la mano sobre las piedras de los muros bajos; algunas están ásperas, otras suaves como seda por el roce. Percibe el cambio de temperatura al entrar en la sombra de una pared antigua, un alivio fresco que te invita a detenerte, a escuchar el silencio que se interrumpe solo por el viento que susurra historias entre las ruinas.

Para que tu experiencia sea perfecta: ve temprano por la mañana o al final de la tarde. El calor del mediodía es intenso y te cansará. Lleva agua, mucha. Las fuentes son escasas y el sol aprieta. Usa calzado cómodo y cerrado; hay mucho que caminar sobre terreno irregular y polvo. No te compliques con la ropa, algo ligero y transpirable es lo mejor.

El parque es enorme, no intentes verlo todo en una hora. Dedícale al menos tres. Si buscas un momento especial, acércate al Odeón. Aunque no haya espectáculos, siéntate en sus gradas de piedra. Imagina las voces, la música. La acústica es sorprendente; el eco de tus propios pasos resuena de una forma que te conecta con los antiguos espectáculos. Es un lugar para sentir el espacio, no solo verlo.

Al salir, te llevarás más que fotos. Te llevarás el aroma a hierbas y sal, el zumbido de las cigarras en los oídos, la sensación de la piedra bajo tus dedos. Te llevarás la historia no leída, sino vivida. Es una inmersión total que te deja con la sensación de haber viajado no solo en el espacio, sino también en el tiempo.

Olya de los callejones

¡Hola, viajeros! Hoy te llevo a un lugar donde el tiempo parece detenerse: el Parque Arqueológico de Pafos. Imagina que el sol acaricia tu piel mientras caminas, un sol que ha bañado estas ruinas durante miles de años. Puedes casi oler la tierra seca mezclada con el aroma salino del Mediterráneo, que está a solo unos pasos. Escucha el susurro del viento entre los pilares rotos, quizás el eco de antiguas conversaciones. Sientes la historia bajo tus pies, cada paso te conecta con un pasado glorioso. Pero, ojo, no todo es un camino liso.

Por eso, un consejo clave: lleva calzado cómodo y resistente, con buena suela. Las piedras pueden ser irregulares y pulidas por el tiempo y los pasos de millones de visitantes, volviéndose resbaladizas, sobre todo en las zonas de mosaicos o si ha llovido. No te distraigas demasiado con la belleza de los detalles y levanta la vista de vez en cuando, pero no olvides mirar también dónde pisas.

El sol de Chipre puede ser implacable, especialmente en verano. No hay mucha sombra en el parque, así que asegúrate de llevar una botella de agua grande para mantenerte hidratado. Un sombrero de ala ancha y crema solar son tus mejores aliados para evitar un golpe de calor o una quemadura. Planifica tu visita para las primeras horas de la mañana o al final de la tarde, si el calor te agobia.

Una vez fuera del parque, o incluso en las zonas más concurridas de Pafos, como el puerto o los alrededores, mantente siempre atento a tus pertenencias. Como en cualquier destino turístico popular, puede haber carteristas o personas que intenten venderte cosas de forma insistente o poco transparente. No te fíes de ofertas "demasiado buenas para ser verdad" y guarda tu cartera y móvil en un lugar seguro. Disfruta de la atmósfera, pero con los cinco sentidos bien despiertos.

Olya desde las callejuelas.

Imagina esto: el sol de Chipre, cálido pero no abrasador, acariciando tu piel mientras caminas sobre la hierba seca y el polvo milenario. Sientes la irregularidad de las piedras bajo tus pies, cada una susurrando historias de imperios pasados. El aire huele a tomillo silvestre y a la sal que trae la brisa del Mediterráneo, mezclado con el aroma terroso de la historia. Puedes extender la mano y tocar los restos de un pilar caído, la piedra rugosa y tibia bajo tus dedos, sintiendo la textura de siglos de sol y viento. A lo lejos, el suave murmullo del mar se mezcla con el zumbido de los insectos y el eco de tus propios pasos. Es un lugar donde el tiempo parece detenerse, y cada sentido se agudiza para absorber la atmósfera.

Mientras te adentras más, el silencio se vuelve más profundo, solo interrumpido por el canto de los pájaros. Escuchas el trino vibrante de un gorrión, el arrullo melancólico de una tórtola turca o el reclamo agudo de alguna rapaz sobrevolando las ruinas. Te detienes, cierras los ojos y dejas que los sonidos te envuelvan. Sientes la brisa moviendo las hojas de los olivos centenarios, y debajo de ellos, la sombra fresca es un respiro. Es una danza sutil entre la historia humana y la vida salvaje que ha reclamado este espacio, una sinfonía que se despliega para quien sabe escuchar.

Sí, los amantes de las aves disfrutarán muchísimo del Parque Arqueológico de Paphos. Es un refugio increíble, especialmente fuera de las horas pico. Podrías ver o escuchar al ruiseñor, con su canto complejo y melodioso, o al mirlo, que tiene una llamada muy característica. No te sorprendas si ves cernícalos sobrevolando en busca de presas, o incluso algún búho chico escondido en las grietas de las ruinas al atardecer. También son comunes las currucas cabecinegras y las collalbas de Chipre, esta última endémica y con una energía contagiosa. Para observarlos sin molestar, busca las zonas menos transitadas, especialmente cerca de la costa o en los matorrales que rodean las ruinas del teatro, donde la vegetación ofrece más cobertura. El mejor momento para ir es a primera hora de la mañana, justo al abrir, o una hora antes de que cierren por la tarde. Es cuando hay menos gente y la actividad de las aves es máxima.

Olya from the backstreets