Imagina que el sol apenas asoma en Marrakech, tiñendo el cielo de naranjas suaves mientras la ciudad empieza a despertar con el murmullo de los primeros mercaderes. El aire aún está fresco, pero ya sientes esa promesa de calor que pronto lo envolverá todo. Te subes a un vehículo, puede ser un 4x4 o una furgoneta cómoda, y el zumbido del motor pronto se mezcla con el ritmo de tu propia respiración. Al principio, los olores a especias y cuero de la medina te siguen, pero poco a poco, a medida que la ciudad se encoge en el retrovisor, el aire se vuelve diferente. Más limpio, más abierto. Es el inicio de tu escape hacia las montañas. Para que el viaje sea un placer y no una carrera, sal temprano, justo cuando las calles aún respiran la calma de la mañana.
A medida que avanzas, la tierra roja de los campos te da la bienvenida, salpicada de olivos. Poco después, el vehículo se detiene y bajas, sintiendo bajo tus pies el polvo suave de un pequeño pueblo bereber. El aire aquí huele a menta fresca y a tierra. Escuchas el suave golpeteo de manos que trabajan, y si te acercas, sentirás la textura sedosa del aceite de argán recién prensado entre tus dedos. Te ofrecerán un té de menta, caliente y dulzón, y al sorberlo, el calor te reconforta desde dentro. Verás a mujeres trabajando, sus risas suaves se mezclan con el sonido del molino de piedra. Es una parada para conectar, para entender la vida de quienes habitan estas tierras. No te sientas presionado a comprar nada, pero si te apetece llevarte un pedacito de ese trabajo artesanal, es el lugar ideal.
El camino empieza a serpentear, ascendiendo lentamente, y el paisaje se transforma. Las casas de adobe se aferran a las laderas y las montañas se alzan, imponentes, a tu alrededor. El aire empieza a cambiar de nuevo, se vuelve más nítido, más fresco, con un toque de pino y de roca calentada por el sol. Puedes sentir cómo la presión en tus oídos se ajusta ligeramente con la altitud. Los sonidos de los pájaros y el viento que susurra entre las rocas reemplazan el bullicio de la ciudad. A veces, el silencio es tan profundo que lo único que oyes es el latido de tu propio corazón. Lleva capas de ropa, porque la temperatura puede variar drásticamente; lo que era un calor sofocante en Marrakech puede convertirse en una brisa fresca en las alturas.
Ahora, el vehículo se detiene de nuevo y te preparas para caminar. El suelo bajo tus pies cambia, de asfalto a tierra suelta y pequeñas piedras que crujen con cada paso. Puedes oler el romero silvestre y otras hierbas aromáticas que crecen por doquier, liberando su fragancia con cada roce. A veces, un pequeño arroyo te acompaña, su murmullo constante es la banda sonora. El sol se siente cálido en tu piel, pero la brisa de la montaña te refresca. Puede que te encuentres con pastores, sus voces resonando en la distancia mientras guían a sus rebaños. El camino no es difícil, pero sí irregular; unas buenas zapatillas de trekking con buen agarre son clave para que tus pies te lo agradezcan. No olvides una botella de agua, la necesitarás.
Después de la caminata, el aroma a especias y cocción te guía hacia un refugio. El sabor de un tajine recién hecho, con sus especias que bailan en la boca y la carne tierna que se deshace, es una recompensa. La comida es sencilla pero increíblemente sabrosa, preparada con ingredientes locales. El pan, crujiente por fuera y esponjoso por dentro, es perfecto para mojar en la salsa. Estás sentado, quizás en una terraza con vistas, sintiendo el calor del sol en tu rostro mientras el aire fresco de la montaña te acaricia. Escuchas las conversaciones de otros viajeros y el tintineo de los utensilios. Es un momento para reponer energías y disfrutar de la hospitalidad bereber. Normalmente, se come en una casa local o en un pequeño restaurante familiar, lo que añade autenticidad a la experiencia.
Mientras el sol se inclina y las sombras se alargan, el viaje de regreso comienza. La luz dorada baña las montañas, creando un espectáculo visual que te dejará sin aliento. El aire se vuelve más frío, y los sonidos de la naturaleza se intensifican a medida que el día se despide. Te sientes cansado, sí, pero es un cansancio satisfactorio, el de haber explorado, caminado y absorbido un lugar diferente. Las imágenes de las montañas, los rostros de la gente y los sabores del tajine se graban en tu memoria. Al llegar de nuevo a Marrakech, el bullicio de la medina te envuelve de nuevo, pero ahora lo miras con otros ojos, sabiendo que a poca distancia, existe otro mundo de silencio y majestuosidad. Asegúrate de tener tu cámara lista para esas últimas vistas al atardecer, son inolvidables.
Max en movimiento.