Lisboa te recibe siempre con un abrazo, ¿verdad? Y en el corazón de todo, vibrante y ruidosa, está la Praça da Figueira. Imagina que acabas de bajar de uno de esos autobuses amarillos que zumban por la ciudad. Lo primero que te golpea es el espacio. De repente, el aire se abre, ya no estás encajonado entre edificios estrechos. Puedes sentir el viento jugar con tu ropa, un alivio si el sol aprieta. Escuchas el trino constante de los pájaros mezclado con el murmullo de cientos de conversaciones, el claxon lejano de un taxi y, sobre todo, el traqueteo inconfundible de los tranvías que cruzan la plaza. Hay un aroma a café recién hecho que se mezcla con el dulzor de la bollería de alguna pastelería cercana, una invitación silenciosa a detenerte.
Si te dejas llevar por esa sensación de amplitud y caminas hacia el centro de la plaza, tus pies notarán el empedrado irregular bajo las suelas, una textura que te ancla a la historia de este lugar. Llegarás a la base de la imponente estatua ecuestre de Dom João I. Siente la brisa aquí; es como si la plaza misma respirara. Si alzas la cabeza, aunque no puedas verla, sabes que la majestuosa silueta del Castillo de San Jorge se alza en la colina, vigilando la ciudad. Puedes casi sentir su presencia, su antigüedad. Y a tu alrededor, el sonido de los autobuses y el icónico tranvía 15E te recuerda que estás en el centro neurálgico de la Baixa, un lugar siempre en movimiento.
Si lo que buscas es una foto que capture esa esencia, este es tu primer punto clave: justo al lado de la estatua de Dom João I, mirando hacia el castillo. Tendrás esa vista icónica del castillo de fondo, encuadrada por los edificios coloridos de la Baixa. Para la luz, te diría que la primera hora de la mañana es magia pura; el sol es suave, dorado, y la plaza aún no está a tope de gente. También el final de la tarde, cuando el sol empieza a bajar, tiñe todo de un color naranja precioso, y las luces de la ciudad empiezan a encenderse, creando un ambiente superespecial.
Ahora, gira 180 grados desde la estatua. Imagina que te orientas hacia el gran arco que se abre al fondo. Puedes sentir la energía de la Praça do Rossio, que está justo al lado, casi fusionándose con la Figueira. Aquí, el sonido de la gente es más denso, más vibrante. Hay como un pulso constante, el latido de la ciudad. Puedes incluso sentir las vibraciones del suelo cuando un autobús pasa cerca. Es un punto donde la vida lisboeta se despliega ante ti, con sus cafés, sus tiendas, sus idas y venidas.
Para una segunda perspectiva fotográfica, justo desde este punto, mirando hacia el arco de la Praça do Rossio, es genial. Puedes capturar el dinamismo de los tranvías y autobuses pasando por la plaza, dándole movimiento a tu foto. Un truco: si ha llovido, busca los reflejos en el suelo, pueden dar una imagen increíblemente artística. Y para una foto más "candid", siéntate en una de las terrazas de los cafés que rodean la plaza. Desde allí, puedes capturar la vida cotidiana, la gente pasando, sin que se den cuenta de que son parte de tu historia.
Más allá de las fotos, tómate un momento para simplemente *estar*. Cruza la plaza, siente los diferentes tipos de empedrado bajo tus pies. Quizás te encuentres con algún artista callejero; déjate envolver por su música o sus historias. Y no te vayas sin probar un pastel de nata en alguna de las pastelerías cercanas. El calor del hojaldre, la dulzura de la crema, el toque de canela... es una experiencia en sí misma. Desde aquí, estás a un paso de la Rua Augusta, del Elevador de Santa Justa, de todo lo que la Baixa tiene para ofrecer. Es el punto de partida perfecto para perderte y encontrarte en Lisboa.
¡Hasta la próxima aventura!
Olya from the backstreets