¡Hola, explorador! Si vienes a Lisboa y me preguntas por la Igreja de São Roque, no te voy a dar un mapa con flechas aburridas. Te voy a contar cómo sentirla, cómo experimentarla, como si fuéramos juntos.
Imagina esto: estás caminando por una calle de Lisboa, el sol calienta el empedrado, el sonido de los tranvías se cuela entre las esquinas. De repente, te paras frente a una iglesia. Por fuera, es sencilla, casi modesta, de una piedra que no grita nada. Pero no te dejes engañar. Cuando empujas la puerta pesada –siente el frío metal bajo tus dedos–, el mundo exterior se desvanece. El aire cambia, se vuelve más fresco, más denso, y un silencio suave te envuelve. Es como si hubieras entrado en otra dimensión. Empieza tu recorrido justo aquí, en el umbral, dejando que tus ojos se acostumbren a la penumbra y a la repentina quietud.
Tus pasos te guían suavemente por la nave principal. No hay prisa. Siente el suelo pulido bajo tus pies, quizás una ligera inclinación. A tu derecha y a tu izquierda, vas a notar que el espacio se abre en capillas, como pequeñas habitaciones íntimas que emergen de las paredes. Cada una es un mundo aparte. No te preocupes por el orden, déjate llevar por lo que te llame la atención. Algunas son más oscuras, otras tienen una luz tenue que se filtra por algún vitral. Acércate, siente la temperatura de la piedra, el eco suave de tus propios pasos. Es como si cada capilla te susurrara una historia diferente.
Ahora, un pequeño secreto: no te pierdas la sacristía. A menudo la gente pasa de largo, pero es una joya. Es un espacio más recogido, con un silencio diferente, más profundo. Imagina las manos de los artesanos deslizando los pinceles sobre los azulejos, creando escenas que te transportan a otro tiempo. Pasa tu mano por la barandilla de madera, siente la suavidad que le han dado siglos de uso. Y sí, el techo es impresionante, pero concéntrate en la sensación de la altura, en cómo el espacio se eleva sobre ti, en la resonancia que genera.
Y ahora, lo que yo guardaría para el final, el plato fuerte: la Capilla de San Juan Bautista. Es como si hubieran condensado toda la riqueza del mundo en un solo lugar. Es una explosión de texturas y materiales que sentirás casi antes de "verlos". Piensa en el lapislázuli, ese azul profundo que parece tener vida propia; en la plata fría y lisa; en el oro que, aunque no lo veas, puedes sentir su peso, su historia. Es una maravilla de la opulencia, un testimonio de un viaje increíble. Tómate tu tiempo aquí, déjate envolver por la densidad de los materiales, por la sensación de lo extraordinario. Es el culmen de la visita a la iglesia.
Después de la capilla, si te sientes con ganas de más y quieres entender el "por qué" de tanto esplendor, puedes pasar al Museo de São Roque, que está justo al lado. Es pequeño pero está lleno de tesoros, de objetos que te cuentan la historia de la iglesia y de su gente. Es el epílogo perfecto para entender el contexto de todo lo que sentiste dentro. Al salir, el aire de la calle te golpeará de nuevo, y sentirás el contraste entre el silencio sagrado del interior y el bullicio de Lisboa. Es un viaje completo, ¿no crees?
Olya from the backstreets