¡Hola, hola! Acabo de volver de Kongresni Trg, la Plaza del Congreso en Liubliana, y te juro que tengo un montón de cosas que contarte, como si estuviéramos tomando un café y te lo dijera en un audio largo.
Imagina que llegas a un espacio que de repente se abre. No es un pasillo estrecho, es una amplitud que te abraza. Sientes el aire fresco, quizás un poco húmedo si ha llovido, pero siempre limpio. Escuchas el murmullo de las voces que se mezclan, no un grito, sino un suave zumbido de vida, como si la plaza respirara. Si te detienes y cierras los ojos, puedes percibir el eco de los pasos sobre el pavimento liso, un sonido que te conecta con la historia y el presente a la vez. Es como si el espacio te invitara a estirar los brazos, a respirar hondo y a simplemente *ser* allí.
Y es que esta plaza tiene una energía muy particular. Puedes sentirla vibrar bajo tus pies. Si te acercas a los árboles, a esos tilos imponentes que la rodean, casi puedes tocar la frescura que emana de sus hojas, el aroma terroso de la corteza. Se mezcla con el olor a café que flota desde las terrazas cercanas y, a veces, con un dulzor suave de las pastelerías. Te sientas en uno de los bancos, y la piedra, aunque fría al principio, se calienta con tu cuerpo, anclándote al lugar. No es solo una plaza, es un lienzo donde la gente se mueve, ríe, se encuentra, y tú eres parte de esa pintura, te sientes conectado con todo.
Lo que más me gustó fue la forma en que se transforma a lo largo del día. Por la mañana, cuando el sol apenas la acaricia, tiene una paz casi sagrada. Puedes sentarte y sentir la calidez del sol en la cara, escuchar solo el canto de los pájaros y el murmullo lejano del río. Es el momento perfecto para sentir esa conexión con la historia que la impregna. Luego, al mediodía, se llena de vida, de risas, y el ambiente es más enérgico, casi festivo. Y la vista del castillo desde aquí, ¡uff! Es imponente, te hace sentir pequeño y a la vez parte de algo grande.
Ahora, siendo honesta, hubo un par de cosas que me sorprendieron y otras que no me cuadraron del todo. Me sorprendió lo enorme que se siente el espacio en persona, a veces un poco desangelado si no hay mucha gente, como si le faltara algo en el centro, más allá de la estatua. Y lo que no me terminó de convencer del todo es que, al ser tan abierta, a veces las actividades que se organizan (mercados, conciertos) pueden dispersarse un poco y el ambiente no se concentra tanto como en otras plazas más recogidas. Puede sentirse un poco como un lugar de paso más que de estancia si no hay algo específico ocurriendo.
Mi consejo, si vas: busca uno de los bancos bajo los tilos más grandes, cerca de la Filarmónica. Es un punto estratégico donde puedes escuchar el murmullo de la gente, sentir la brisa que baja del castillo y al mismo tiempo tener una perspectiva increíble de toda la plaza y los edificios históricos que la rodean. Es el lugar perfecto para observar y sentir el pulso de la ciudad sin estar en medio del bullicio. Y si puedes, ve tanto por la mañana temprano como al atardecer; la luz y la atmósfera cambian completamente.
¡Un abrazo desde la ruta!
Ana de la Ruta