Para mí, la Columna de Trajano se siente mejor, se *vive* de verdad, en una mañana de finales de otoño o principios de invierno. No es solo un mes, es una experiencia sensorial completa. Imagina que el sol acaba de empezar a asomarse, aún bajo, y el aire es tan nítido que casi puedes tocarlo. El olor que te envuelve es el de la piedra antigua y húmeda, sí, pero mezclado con el aroma tenue a café recién hecho que escapa de alguna cafetería cercana y, si tienes suerte, un sutil toque a leña quemada que flota desde alguna chimenea lejana.
En ese momento, el sonido predominante no es el bullicio turístico, sino el murmullo bajo de Roma despertando: el eco distante de unas campanas de iglesia, el suave roce de los pasos de unos pocos madrugadores sobre el adoquín, quizás la melodía tranquila de un acordeón que empieza a sonar en la distancia. No hay griterío, solo una quietud respetuosa. Puedes sentir el frío persistente de la piedra milenaria si extiendes la mano, una temperatura que te conecta directamente con siglos de historia. La multitud es escasa, apenas unas pocas personas locales y viajeros que buscan precisamente esa intimidad, esa sensación de tener el pasado solo para ellos. El clima fresco y la luz oblicua crean una atmósfera serena y contemplativa, casi melancólica, que te invita a detenerte y simplemente *sentir*.
Para conseguir esa experiencia, el truco es simple: ve temprano, muy temprano. Me refiero a antes de las 9 de la mañana, idealmente justo después del amanecer. Los meses de noviembre a febrero son tus mejores aliados, porque el calor del verano romano es un verdadero contraste. En esos meses fríos, la luz es más suave y el aire más limpio, lo que hace que los detalles de la columna, aunque no puedas verlos, se sientan más presentes. Acércate desde Via dei Fori Imperiali para apreciar su escala imponente desde la distancia, y luego, a medida que te acercas, déjate envolver por la quietud que aún la rodea a esas horas.
Si te encuentras con la Columna en pleno verano, la experiencia cambia drásticamente. El aire se vuelve denso con el calor, y el olor que predomina es el de la gente: sudor, protectores solares, el dulce empalagoso del helado derritiéndose y, por supuesto, el inconfundible aroma a tubo de escape. El sonido es un murmullo incesante de miles de voces, cláxones y el ajetreo de los vendedores. La piedra quema al tacto, y el sol te obliga a buscar la sombra. La atmósfera es caótica, vibrante, pero pierde esa intimidad que te permite conectar. Sin embargo, un día de lluvia, aunque menos cómodo, también ofrece una perspectiva única: el chapoteo de las gotas sobre el pavimento, un silencio inusual de la gente que se refugia, y el olor a tierra mojada y a la lluvia sobre la piedra antigua. La Columna se vuelve dramática, casi melancólica, y su historia parece susurrar entre las gotas.
Lo más fascinante de la Columna de Trajano es que, aunque no puedas ver los detalles de sus relieves espirales, puedes *sentir* la inmensidad de la historia que cuenta. Imagina las miles de figuras que ascienden narrando las victorias del emperador, un cómic gigante de mármol que se eleva hacia el cielo. Su altura de casi 40 metros es impresionante, y su ubicación, en lo que fue el Foro de Trajano, te permite sentir su centralidad en la antigua Roma. Es un monumento que no solo celebra una victoria, sino que también sirve de mausoleo para el propio Trajano, un testamento de poder y memoria. Al detenerte frente a ella, percibe su escala, su peso en la historia, y cómo, incluso hoy, sigue siendo un punto de referencia inamovible en el corazón de una ciudad en constante movimiento.
Olya from the backstreets