¡Hola! ¿Me preguntabas qué se *hace* en el Panteón? No es tanto "hacer" como "sentir".
Imagina que caminas por el centro de Roma. El suelo bajo tus pies cambia de acera lisa a adoquines irregulares, cada paso resonando un poco más fuerte. Escuchas el murmullo constante de la ciudad – risas lejanas, el zumbido de alguna Vespa, el parloteo de la gente. De repente, el sonido se amplifica, y sientes el aire abrirse a tu alrededor. Has llegado a una plaza. El espacio se expande, y un silencio reverente, casi palpable, empieza a crecer, absorbiendo poco a poco el ruido de la calle. Delante de ti, sabes que hay una mole imponente, pero su tamaño real, su edad, solo lo intuyes por el eco y la sensación de pequeñez que te envuelve.
Cruzas el umbral. El cambio es inmediato y drástico. Una ráfaga de aire fresco y denso te envuelve, como si acabaras de entrar en una cueva antigua, aunque sepas que es un templo. El sonido de la plaza se desvanece, reemplazado por un eco suave y constante, el murmullo de cientos de voces que se elevan y se pierden en la inmensidad. El suelo bajo tus pies es liso, pulido por siglos de pisadas. Levantas la cabeza, y sientes la ingravidez de un espacio tan vasto y circular que te cuesta procesarlo. La piel se te eriza.
Una vez dentro, tu cuerpo se adapta a esa atmósfera única. Percibes el aroma a piedra antigua, a humedad controlada, a historia. El murmullo de la gente es un susurro colectivo, respetuoso. A pesar de las multitudes, hay una quietud extraña, una sensación de que todos están, de alguna manera, escuchando el pasado. Puedes sentir la magnitud de la cúpula que te cubre, su peso invisible, pero también su ligereza, como si el aire dentro fuera más liviano. Es un lugar que te invita a la introspección, a simplemente *estar*.
Y luego, está la luz. Sientes cómo la luz del exterior, el sol o la lluvia, entra directamente por ese ojo abierto en el techo. Es una luz que no se filtra por ventanas, sino que cae como una columna sólida, moviéndose lentamente sobre las paredes a medida que avanza el día. Si llueve, escucharás el suave repiqueteo de las gotas de agua cayendo directamente al suelo de mármol, un sonido sorprendente y mágico. Sientes la conexión directa con el cielo, la intemperie, a pesar de estar bajo techo. Es un recordatorio de que, incluso en un lugar tan antiguo, la naturaleza sigue siendo la protagonista.
¿Consejo práctico? Intenta ir a primera hora de la mañana, justo cuando abren, o a última hora de la tarde. La entrada es gratuita, pero es muy popular, y la sensación de agobio por la gente puede restarle un poco de magia. No lleva mucho tiempo, quizás 20-30 minutos para empaparte bien del ambiente, pero puedes quedarte más si te apetece sentarte y observar.
Al salir, la plaza te espera con sus cafés y sus artistas callejeros. Puedes sentarte en una de las terrazas cercanas, sentir el calor del sol en la piel y el aroma del café o de la pizza recién hecha, mientras el murmullo de la gente vuelve a envolverte. Es un buen momento para procesar lo que acabas de experimentar, con el Panteón aún imponente a tu espalda.
Olya from the backstreets.