¡Hola, trotamundos! Prepárate para sumergirte en el corazón de Dublín, justo donde el espíritu de Jameson cobra vida. Olvida los mapas por un momento y déjate guiar por tus sentidos.
Al llegar a la destilería de Jameson en Bow St., lo primero que notarás es la imponente fachada de ladrillo, que te abraza con una sensación de historia y solidez. Pero es al cruzar el umbral cuando el viaje realmente comienza. El suelo bajo tus pies cambia: pasas de un asfalto liso a un pavimento de adoquines antiguos, algo irregulares pero bien asentados, que te obligan a prestar atención a cada paso, conectándote con el pasado. Puedes sentir esa textura rugosa, fría pero viva. El camino es amplio al principio, te invita a adentrarte, y un ligero dulzor a malta tostada y madera húmeda empieza a acariciar tu nariz, mezclándose con el aire fresco de Dublín. Escucharás un murmullo de voces emocionadas y el suave trajín de gente moviéndose, una sinfonía de anticipación. Este primer tramo es una entrada majestuosa, con techos altos que te hacen sentir pequeño ante la magnitud del lugar, guiándote suavemente hacia el interior, como si el propio edificio te diera la bienvenida con un abrazo.
A medida que te adentras, el camino se vuelve más definido, sin adoquines, liso y firme bajo tus pies, diseñado para un flujo constante. Te moverás por pasillos amplios y bien iluminados, donde el sonido de tus propios pasos es casi inaudible sobre el eco de las narraciones y el suave zumbido de alguna maquinaria distante. Imagina el aire volviéndose un poco más cálido, con una humedad que te envuelve, intensificando el aroma del whisky. Las puertas son anchas, sin obstáculos, facilitando el paso de grupos. De repente, puedes sentir una corriente de aire más fresca al pasar por una zona de barriles, como si estuvieras entrando en una bodega subterránea, y el olor a roble se hace más presente. Un consejo práctico: aunque el recorrido es accesible, en las horas punta el bullicio puede ser intenso; si prefieres una experiencia más tranquila, intenta ir a primera hora de la mañana o al final de la tarde.
El punto culminante es la sala de catas. Aquí el ambiente cambia drásticamente. El espacio se vuelve más íntimo, pero con mesas y sillas bien espaciadas. El suelo sigue siendo liso y uniforme, fácil de transitar. Puedes escuchar el tintineo suave de los vasos y el murmullo de las explicaciones. Al acercarte a tu asiento, sentirás la textura fría del cristal en tus manos, y el aroma del whisky en tu nariz se vuelve mucho más complejo: notas de vainilla, caramelo, un toque ahumado. Es un momento para detenerse, para que tus otros sentidos tomen el control. La luz es más cálida, invitando a la relajación. Un consejo muy útil: no te saltes la cata, es parte esencial de la experiencia, y no tengas miedo de hacer preguntas a los guías, son súper amables y expertos.
Al finalizar el recorrido, el camino te lleva a través de la tienda de regalos, un espacio amplio y moderno, con suelos pulidos y lisos. El ambiente es más luminoso y los sonidos son los de las risas y las conversaciones, mezclados con el suave crujido de las bolsas de compra. El olor a whisky se suaviza, dando paso a aromas más frescos. La salida es directa y clara, sin escalones inesperados, llevándote de nuevo al aire libre de Dublín. Es un final suave, que te permite asimilar todo lo vivido. Para salir de allí, la parada de autobús está a solo unos pasos, muy fácil de encontrar, o puedes pedir un taxi sin problemas.
¡Hasta la próxima aventura!
Olya de las callejuelas