¿Alguna vez te has preguntado qué se siente al visitar ese lugar que solo conoces por los libros? Pues, imagina esto: estás en el Vieux-Port de Marsella. El aire salado te acaricia la cara, y el sol te calienta la piel mientras el olor a pescado fresco y a mar te envuelve. Escuchas el murmullo constante de la gente y el suave golpeteo de los mástiles de los barcos. De repente, sientes el balanceo ligero de la cubierta bajo tus pies. Has subido a un pequeño ferry que empieza a cortar el agua. El viento te despeina, y el ruido del motor se mezcla con el de las gaviotas que te sobrevuelan. Poco a poco, la silueta de la ciudad se difumina a tu espalda, y frente a ti, una mancha oscura y rocosa emerge del azul intenso del Mediterráneo. Es una isla, y sabes que en su cima se alza algo más que piedra.
A medida que te acercas, la isla se hace más grande, más imponente. El barco desacelera, y sientes la suave vibración al atracar. El sonido de las olas rompiendo contra las rocas y el grito de las gaviotas son ahora mucho más claros. Cuando pones un pie en tierra firme, sientes el suelo irregular bajo tus zapatillas, una mezcla de tierra y roca. El viento es más fuerte aquí, y te envuelve, trayendo consigo el inconfundible aroma del salitre. Puedes percibir la solidez de los muros que te rodean, ásperos y fríos al tacto si los rozas, y el eco de tus propios pasos en este lugar que parece haber absorbido siglos de historias. Es un silencio diferente al de la ciudad, un silencio cargado.
Al entrar en la fortaleza, la temperatura baja de golpe. Una humedad fría te envuelve, y puedes sentirla en el aire que respiras. El sonido de tus pasos resuena en los pasillos estrechos y abovedados. Si extiendes una mano, notarás la piedra húmeda y rugosa de las paredes. Hay celdas, pequeñas y oscuras. Puedes imaginar el frío que subía por las piernas de quienes vivieron aquí, la sensación de encierro. Algunos muros tienen grabados, marcas hechas por manos desesperadas. Si te detienes, puedes casi escuchar el eco de sus suspiros, la fuerza de su imaginación luchando contra la oscuridad. El espacio se vuelve denso, cada rincón parece guardar un secreto.
Pero no todo es oscuridad. A medida que subes por las escaleras de piedra – cuidado, son irregulares, sentirás el desnivel bajo tus pies – el aire se vuelve más ligero y el sonido del viento, más fuerte. Cuando llegas a la parte superior, a las almenas, el espacio se abre de golpe. El sol te golpea la cara, y el viento te despeja la mente. El olor a mar es puro, intenso. Si te asomas por el borde (siente la piedra calentada por el sol bajo tus manos), puedes percibir la inmensidad del mar Mediterráneo, un azul infinito que se extiende hasta el horizonte. A lo lejos, la ciudad de Marsella se ve como un pequeño diorama, y puedes escuchar el lejano zumbido de su vida. Es una sensación de libertad inmensa, un contraste brutal con el encierro de abajo.
Para que tu experiencia sea fluida:
* Boletos: Compra el boleto del ferry y la entrada al castillo por separado. Te recomiendo comprarlos en el puerto de Marsella el mismo día, temprano para evitar colas.
* Horarios: Los horarios de los ferries varían, consulta los paneles informativos en el puerto. El castillo suele abrir de 10:00 a 17:00 o 18:00, pero verifica siempre online.
* Qué llevar: Zapatos cómodos son imprescindibles; hay escaleras y terreno irregular. Una chaqueta, incluso en verano, porque el viento en la isla puede ser fresco y dentro del castillo hace frío. Agua y algo para picar si no quieres depender de la pequeña tienda de la isla.
* Duración: Calcula unas 3-4 horas en total, incluyendo los trayectos en barco y el tiempo para explorar con calma.
* Accesibilidad: Ten en cuenta que hay muchas escaleras y superficies irregulares, no es un lugar muy accesible para sillas de ruedas o personas con movilidad muy reducida.
Cuando el barco te lleva de vuelta a Marsella, la isla se encoge de nuevo hasta convertirse en una mancha. Pero la sensación que te deja no es pequeña. Es la de haber pisado un lugar donde la imaginación no tenía límites, incluso en el más profundo encierro. Donde la historia y la ficción se entrelazan de una forma que sientes con cada fibra de tu ser. Y te preguntas: ¿qué historias podría contar yo si estuviera encerrado entre esas paredes? Es un recordatorio de la resiliencia del espíritu humano, y de lo poderosa que es la esperanza.
Olya desde las callejuelas.