Temple of Augustus (Temple d'August) Tours and Tickets

¡Hola, trotamundos! Hoy te llevo a un rincón de Barcelona donde el tiempo se detiene, un secreto a voces escondido en el corazón del Barrio Gótico: el Templo de Augusto.

Imagina que caminas por esas callejuelas estrechas y laberínticas, con el eco de tus propios pasos y el murmullo lejano de la ciudad como única banda sonora. Tus pies te guían por adoquines que a veces son lisos y gastados por miles de pisadas, otras veces irregulares, obligándote a sentir cada pequeña piedra bajo tus zapatos. De repente, el aire cambia. Se vuelve más fresco, más tranquilo, como si una burbuja de silencio te envolviera. Sigues avanzando, y justo cuando tus manos rozan las paredes antiguas que te flanquean, el espacio se abre.

Y ahí están. No los ves, pero los *sientes*. Cuatro columnas corintias, inmensas, rugosas y frías al tacto, se alzan imponentes hacia el cielo. Puedes rodearlas, pasar tus manos por la piedra milenaria, sentir las grietas y la pátina que el tiempo ha dejado. El suelo en este pequeño patio es mayormente liso, de cemento o piedra pulida, lo que facilita que te muevas con libertad entre ellas. No hay senderos definidos aquí; es un espacio abierto donde tu curiosidad es la que te guía, invitándote a tocar cada una de estas reliquias, a sentir su inmensidad. El contraste es brutal: estás rodeado de edificios modernos, pero en este pequeño oasis, el tiempo parece haberse detenido hace dos mil años.

Para realmente empaparte de la atmósfera, te doy un consejo de amiga: ve temprano por la mañana o al atardecer. Hay menos gente y el silencio te permite escuchar el eco de los siglos. El acceso es muy fácil, está a nivel de calle, sin escalones, lo que lo hace perfecto para moverte sin problemas. Es un lugar pequeño, íntimo, no te sentirás abrumado, sino más bien conectado con algo mucho más grande que tú. Es el sitio ideal para una pausa, para cerrar los ojos un momento y simplemente *sentir* la historia. No esperes un templo completo, es un fragmento, sí, pero uno que te hará viajar en el tiempo sin moverte del sitio.

¡Hasta la próxima aventura!

Olya from the backstreets

Imagina que estás en Barcelona, pero no en la ruidosa superficie. Te propongo un viaje a un rincón donde el tiempo se dobla sobre sí mismo: el Templo de Augusto. ¿Cuándo se siente mejor? Olvídate del mes, piensa en el *momento*. Imagina un día de entretiempo, ni frío ni calor, quizás a media mañana o a última hora de la tarde, justo cuando el sol empieza a caer y los últimos rayos se estiran. Al entrar en ese patio interior, el aire cambia. Sientes una frescura instantánea, como si la piedra antigua respirara un aire más puro. El olor es sutil: una mezcla de humedad terrosa y el aroma casi imperceptible de la piedra milenaria, como un susurro de musgo seco. Los sonidos se apagan. El bullicio de la calle se convierte en un eco lejano, y lo único que escuchas son tus propios pasos, suaves, sobre el pavimento, o quizás el aleteo ocasional de una paloma. Es un silencio respetuoso, casi sagrado, que te envuelve por completo.

La multitud es el enemigo de esta sensación. Si vas en pleno mediodía de verano, cuando los grupos turísticos llenan cada esquina, ese silencio se rompe. Oirás conversaciones en mil idiomas, el clic de las cámaras, y la magia se disuelve un poco. La luz dura del sol puede hacer que las columnas parezcan menos grandiosas, más expuestas. Pero si la lluvia fina decide acompañarte, la experiencia se transforma de nuevo. El aire se vuelve más denso, el olor a tierra mojada se intensifica. El eco de las gotas cayendo sobre el patio te envuelve, y las columnas, oscurecidas por la humedad, parecen aún más imponentes, más misteriosas. Es un ambiente melancólico, pero profundamente bello, que te invita a quedarte más tiempo, a tocar la piedra fría y sentir su textura rugosa, empapada por el cielo.

¿Cómo encontrar este tesoro escondido? No está a la vista, no es un monumento que vayas a ver desde la calle principal. Está dentro de un edificio, en el número 10 de la calle Paradís, muy cerca de la Catedral y la Plaça Sant Jaume. Busca una puerta discreta, a veces con un cartel pequeño. Una vez dentro, tendrás que subir unos pocos escalones para acceder al patio. No es un lugar enorme, así que no esperes grandes espacios abiertos; es íntimo, casi como un secreto compartido. Es accesible para la mayoría, pero ten en cuenta esos escalones si tienes movilidad reducida.

Después de empaparte de historia, tómate un momento para procesarlo. Sal de nuevo a la calle Paradís y gira a la derecha, hacia la Plaça Sant Jaume. Puedes buscar una de las pequeñas cafeterías cercanas para tomar un café con leche o un zumo natural, sintiendo el contraste entre la calma del templo y el pulso de la ciudad. O simplemente siéntate en un banco cercano y deja que el aire de Barcelona te envuelva, mientras esa sensación de haber tocado el pasado aún resuena en ti. Es un buen momento para cerrar los ojos y recordar la frescura de la piedra y el silencio que te envolvió.

Olya desde los callejones

¡Imagina que te adentras en el corazón de Barcelona, pero no por las avenidas ruidosas, sino por un laberinto de callejuelas estrechas en el Barrio Gótico! Sientes el aire fresco y húmedo que se cuela entre los edificios centenarios, un contraste con el calor de la ciudad. El sonido de tus propios pasos sobre los adoquines es lo más claro, a veces roto por el murmullo lejano de una conversación o el tintineo de una cuchara en una cafetería cercana. Caminas, y de repente, el espacio se abre.

Y ahí están. Cuatro columnas imponentes, del Templo de Augusto. Son más que piedra; son el eco de una ciudad que fue. Acércate, toca la superficie rugosa y fría de una de ellas. Siente las imperfecciones, las marcas del tiempo. Si cierras los ojos, casi puedes escuchar el bullicio de la antigua Barcino, los carros, las voces de los romanos. Mi abuela solía contarme que, de niña, estas columnas estaban escondidas dentro de un patio, casi olvidadas, y que solo unos pocos sabían de su existencia. Era como un secreto guardado por la ciudad, que de repente decidió revelarse al mundo. Decía que era el corazón de la ciudad latiendo desde hace dos mil años, una prueba silenciosa de que todo lo que ves hoy tiene raíces profundas, muy profundas.

Cuando vayas a verlas, no esperes un templo completo. Son solo estas cuatro columnas majestuosas, elevándose hacia el cielo. Están ubicadas en el Carrer del Paradís, 10, y el acceso es gratuito. Es un espacio pequeño, íntimo, perfecto para una visita rápida pero cargada de significado. No hay horarios fijos de entrada como en un museo, pero suele estar abierto durante el día, así que lo mejor es ir entre media mañana y media tarde.

Aprovecha para explorar el resto del Barrio Gótico. El Temple d'August está a solo unos pasos de la Plaça Sant Jaume, donde se encuentran el Ayuntamiento y el Palau de la Generalitat. Puedes combinarlo con una visita a la Catedral de Barcelona o simplemente perderte por las callejuelas, descubriendo pequeñas tiendas de artesanía y bares con encanto. No te olvides de mirar hacia arriba; en estas calles, cada balcón y cada esquina cuenta una historia diferente. Es un recordatorio de que, incluso en una ciudad tan vibrante como Barcelona, siempre hay un rincón de calma y de historia esperando ser descubierto.

Ana de la brújula

¡Hola, exploradores! Hoy nos teletransportamos al corazón de Barcelona, pero no para hablar de Gaudí ni de playas. Prepárense para una sorpresa que te hará sentir la historia bajo tus pies, en un rincón que muchos pasan por alto. Imagina que caminas por el bullicioso Barrio Gótico, el eco de tus pasos resonando en callejones estrechos. De repente, el sonido de la ciudad se disipa un poco, y una quietud casi mágica te envuelve. Levantas la vista y, entre edificios medievales, te encuentras con cuatro columnas imponentes que se alzan hacia el cielo. Sientes la brisa suave y, si extiendes la mano, casi puedes tocar la textura rugosa de la piedra milenaria, fría al tacto, que ha presenciado siglos de historias. Es el Templo de Augusto, un vestigio romano que te susurra secretos del pasado.

Si lo que buscas es esa foto que capture la majestuosidad de estas columnas, la clave es la perspectiva y el espacio limitado. No es un lugar con grandes plazas para alejarse. Lo mejor es situarse justo al final de la pequeña plazoleta donde se encuentran, dando unos pocos pasos hacia atrás para que las cuatro columnas quepan en el encuadre. Verás cómo los edificios modernos y las paredes de piedra del barrio gótico las enmarcan, creando un contraste fascinante entre lo antiguo y lo contemporáneo. Es un tiro apretado, así que no esperes un gran angular; la idea es que las columnas sean las protagonistas absolutas, casi como si estuvieran suspendidas en el tiempo en medio de la ciudad.

En cuanto al mejor momento del día para visitarlo y capturar su esencia, te diría que la primera hora de la mañana es imbatible. La luz del sol naciente baña las columnas con un tono dorado suave, creando sombras largas y dramáticas que realzan su volumen y antigüedad. Además, es cuando hay menos gente, lo que te permite sentir esa atmósfera de paz y reverencia que el lugar merece. Si la mañana no es una opción, el final de la tarde, justo antes del anochecer, también es mágico. La luz se vuelve más cálida y difusa, y la sensación de descubrimiento es igual de potente, aunque con más transeúntes. Evita el mediodía si puedes, la luz es demasiado dura y aplana los detalles.

Lola de la Ruta

Acabo de volver de Barcelona y tengo que contarte algo que me dejó con la boca abierta. Imagina esto: estás caminando por el Barrio Gótico, con el sonido de los adoquines bajo tus pies y el murmullo constante de la gente a tu alrededor. Sientes la brisa fresca que se cuela por los callejones estrechos y el olor mezclado a pan recién hecho y café. De repente, entras a un patio pequeño, casi sin darte cuenta, en la calle Paradís, 10. El aire cambia. El sonido de la calle se apaga un poco, como si una manta lo cubriera, y notas una quietud diferente. Y ahí, justo en el centro, sientes una presencia imponente, algo que te hace levantar la vista, aunque no puedas ver. Son cuatro columnas gigantescas, frías al tacto si las pudieras tocar, de piedra antigua, rugosa, que ha visto pasar siglos. Te imaginas el tamaño, la altura, cómo se elevan hacia el cielo, un eco de lo que fue. Es como si el tiempo se detuviera y pudieras sentir la historia misma vibrando en el aire a tu alrededor.

Lo que más me sorprendió fue esa sensación de contraste tan brutal. Fuera, el bullicio, el olor a comida de los restaurantes cercanos, el eco de las risas. Aquí dentro, un silencio casi reverencial. Es como si el aire fuera más denso, más pesado con la historia. Puedes sentir la magnitud de esas columnas, cómo te empequeñecen, cómo te hacen sentir parte de algo mucho más grande y antiguo. Es una bofetada de historia en medio de la vida moderna y lo mejor es que es súper fácil de encontrar, aunque esté escondido. Está en la Calle Paradís, 10, dentro de un edificio. No tiene coste de entrada, es gratis. Puedes pasar, tocar las columnas si quieres – la textura es increíblemente antigua – y simplemente quedarte ahí un rato. Es un respiro, un momento de calma en la locura de la ciudad. No esperes un templo completo, eh, son solo estas columnas que se conservan, pero la sensación es brutal.

Si soy sincera, lo único 'malo' es que es pequeño. No es un gran sitio para explorar, es más bien un rincón para un momento. Si vas esperando un templo entero con ruinas por todos lados, te vas a decepcionar. Es solo eso: las columnas. Pero esa es también su magia, ¿sabes? Su intimidad. Mi consejo: no vayas en hora punta. Imagina el eco de otras voces, el calor de otros cuerpos cerca, y cómo eso puede diluir la magia. Ve temprano por la mañana o al atardecer, cuando la luz es más suave y hay menos gente. Así puedes sentir el espacio con más calma. Y no hay baños ni tiendas, así que ve preparado. Es solo para un momento de introspección, no para pasar el día. Escucha el silencio que se forma al entrar, es casi palpable.

Max en movimiento.

¡Hola, exploradores del mundo! Léa aquí, lista para llevarte de la mano –o de la imaginación– a uno de esos rincones mágicos de Barcelona que te hacen sentir que el tiempo se detiene. Hoy te quiero contar sobre el Templo de Augusto, un lugar que no solo ves, sino que *sientes* con cada fibra de tu ser.

Imagina esto: caminas por las estrechas callejuelas del Barrio Gótico, el eco de tus pasos resonando en los adoquines. De repente, el bullicio de la ciudad se difumina, casi como si una puerta invisible se abriera. Un aire más fresco te envuelve, y tus pies sienten un cambio en el suelo, quizás un pavimento más antiguo, más irregular. Levantas la mano y, sin darte cuenta, tus dedos rozan la superficie fría y áspera de una piedra milenaria. Es entonces cuando escuchas un silencio diferente, un murmullo de asombro de otros visitantes, mezclado con el suave arrullo de palomas. El aroma es sutil, a piedra antigua, a humedad contenida, a la historia misma que respira este lugar. Te acercas, y la imponente altura de las columnas te hace sentir pequeño, pero a la vez, extrañamente conectado con algo inmenso, algo que ha permanecido de pie por dos mil años. Es como si pudieras tocar el pasado, sentir su pulso lento y constante bajo tus dedos.

Y hablando de moverte por la ciudad con comodidad, si necesitas una silla de ruedas o un scooter para explorar Barcelona, especialmente cerca del Templo de Augusto, tienes opciones muy prácticas. Lo más sencillo es contactar con empresas especializadas en alquiler de movilidad. Empresas como "Accessible Barcelona" o "Apex Mobility" son muy fiables y a menudo ofrecen entrega y recogida a domicilio, lo cual es ideal si te alojas cerca del Barrio Gótico. Aunque no tienen una oficina justo al lado del Templo, su servicio de entrega te lo lleva directamente a tu hotel o apartamento.

La disponibilidad suele ser buena, pero siempre es mejor reservar con antelación, especialmente si necesitas un scooter eléctrico, ya que la demanda puede variar. En cuanto al coste, una silla de ruedas manual puede rondar los 10-15 euros al día, mientras que un scooter eléctrico puede estar entre 30-50 euros diarios, con tarifas más reducidas si lo alquilas por varios días o una semana completa. Para pedir ayuda o cualquier duda, lo más directo es llamarles o enviarles un email; suelen ser muy amables y te guiarán en todo el proceso.

¡Hasta la próxima aventura!

Léa from the road

Imagina que el bullicio de Barcelona te envuelve, el sonido constante de las voces, los cláxones lejanos y el aroma a asfalto caliente mezclado con el dulzor de alguna pastelería cercana. Caminas por calles estrechas, el eco de tus propios pasos resonando entre las paredes de piedra antigua. De repente, el sonido ambiente empieza a cambiar, como si una burbuja de silencio se formara a tu alrededor. El aire se siente ligeramente más fresco, y el suelo bajo tus pies se vuelve más áspero, más irregular. Estás a punto de encontrarlo.

Luego, das un paso más y el silencio es casi total. Has entrado en un patio interior, un espacio que se abre hacia arriba. Estira la mano: la piedra es fría y rugosa bajo tus dedos, pulida por siglos de aire y tacto. Sientes la inmensidad sobre ti, la forma en que las columnas se elevan, imponentes, hacia el cielo. No hay techo, solo la sensación de un espacio vasto, aunque estés rodeado de edificios. Puedes sentir la antigüedad en el aire, una quietud que contrasta con el frenesí de la ciudad justo fuera. Aquí, el tiempo parece haberse detenido, y solo el eco de tus propios pasos, si te atreves a dar unos pocos, rompe el hechizo.

Para llegar, no busques un gran letrero. Es más bien un descubrimiento. Dirígete a la Calle Paradís, número 10. La entrada es pequeña, casi un portal discreto en medio de una fachada. No hay entrada de pago ni torniquetes; simplemente entras. No esperes una exposición interactiva o audioguías. Esto no es un museo en el sentido tradicional. ¿Qué haces aquí? Respiras. Sientes. Tocas. Pasa unos minutos, oye tu propia respiración, la forma en que el sonido rebota en las columnas. Es un lugar para conectar con algo mucho más antiguo que tú, un recordatorio tangible de que la ciudad tiene capas y capas de historia bajo sus adoquines. Es un espacio para la quietud en medio del caos.

Lo mejor es ir a primera hora de la mañana o al final de la tarde, cuando la ciudad respira más lento y hay menos gente. Así, la reverberación de tus propios pasos sobre el suelo de piedra será casi lo único que escuches, y la temperatura de la piedra te hablará más claramente. Justo al salir, puedes girar a la izquierda y sentir el suave murmullo de una fuente cercana, o el aroma a especias de algún restaurante. Es un pequeño respiro, un portal a otro tiempo, escondido a plena vista.

Olya from the backstreets

¡Hola, viajeros del sentir! Hoy os llevo a un rincón de Barcelona que no grita, sino que susurra, y que muchos pasan de largo sin apenas notar. No es un museo, no tiene cartel luminoso, y sin embargo, es uno de los lugares más antiguos que pisarás en la ciudad. Hablo del Templo de Augusto.

Imagina que caminas por las estrechas calles del Barrio Gótico, el eco de tus pasos se mezcla con el murmullo de la gente y el lejano tintineo de las cucharas en alguna terraza. De repente, sin previo aviso, el espacio se abre ligeramente. No es una gran plaza, es más bien un patio interior, un respiro discreto entre edificios modernos. Y ahí, de pie, imponentes, cuatro columnas gigantescas te esperan. Cierra los ojos por un momento. ¿Lo sientes? El aire es diferente aquí. Más fresco, quizás con un leve olor a piedra antigua y humedad. Es como si el tiempo se hubiera condensado, y pudieras casi tocar los dos mil años que estas moles han visto pasar.

Acércate. Estira la mano y siente la superficie de una de esas columnas. Es piedra fría, rugosa en algunos puntos, increíblemente lisa en otros, pulida por el paso de siglos, por la lluvia, por el viento. Puedes notar las pequeñas imperfecciones, las marcas del tiempo. Si apoyas la oreja con suavidad, quizás percibas un eco lejano, no de la ciudad de hoy, sino de los pasos de los romanos que una vez caminaron aquí, de los murmullos de un foro que ya no existe. Es una sensación extraña, casi como si la piedra estuviera vibrando con la memoria de lo vivido.

Para encontrar este tesoro, no busques grandes señales. Está escondido dentro del Centre Excursionista de Catalunya, en la calle Paradís, número 10. La entrada es gratuita y el acceso es sencillo, pero no esperes una gran exposición. Es simplemente esto: las columnas. Es una parada breve, pero intensa, que puedes combinar perfectamente con un paseo por la Catedral o el Pla de la Seu, que están a solo unos minutos. No hay horarios complicados, suelen estar accesibles durante las horas de apertura del centro, que son bastante amplias.

Mi consejo: ve a primera hora de la mañana o al atardecer. La luz se cuela de una forma especial entre los edificios, iluminando las columnas con un brillo dorado o un tono más melancólico. Y si te paras un momento, justo al pie de la columna más cercana a la entrada, y respiras hondo, ¿puedes percibirlo? No es el olor a asfalto ni a café. Es un aroma tenue, casi imperceptible, a tierra húmeda y a mineral, como si el subsuelo, la misma tierra que ha sostenido estas columnas durante dos mil años, te estuviera susurrando su historia a través del aire. Es un olor a tiempo, a quietud, que no encontrarás en ninguna guía.

Hasta la próxima aventura sensorial,

Olya de las callejuelas

Imagina que el bullicio del Gótico se disuelve. Has doblado una esquina y el aire cambia. De repente, el sonido de las conversaciones se amortigua, el eco de tus propios pasos se vuelve más nítido. Estás ahí. Si extiendes la mano, puedes tocar la piedra fría y rugosa de una columna milenaria. Siente las texturas, las pequeñas grietas que el tiempo ha esculpido. El olor es a piedra antigua y a una humedad terrosa, un aroma que te transporta. Escucha el silencio relativo, roto solo por el suave murmullo de la historia que parece respirar entre esas cuatro columnas gigantes. Te sientes pequeño, pero anclado, como si tus pies estuvieran pisando el mismo suelo que los romanos hace dos mil años.

Ahora bien, mientras te dejas envolver por esa atmósfera, un consejo práctico: el suelo alrededor de las columnas, y en el acceso, es de piedra antigua. Esto significa que puede ser irregular y, si ha llovido, bastante resbaladizo. Piensa en tus pies como tus ojos aquí. Siente bien dónde pisas. Un calzado cómodo y con buena suela es tu mejor amigo para evitar un resbalón inesperado. No te confíes, la belleza de la historia a veces viene con sus propias trampas en el suelo.

Y aunque el rincón del Templo de Augusto es un remanso de paz, recuerda que estás en pleno Barrio Gótico, una zona muy concurrida. Esto, lamentablemente, atrae a los amigos de lo ajeno. No es para alarmarse, sino para estar alerta. Mantén tus pertenencias importantes (cartera, móvil) bien guardadas, preferiblemente en bolsillos delanteros o en un bolso cruzado que tengas siempre a la vista y pegado al cuerpo. Evita las distracciones excesivas, como mirar el móvil por mucho tiempo sin prestar atención a tu alrededor. Si alguien te aborda de forma extraña o te ofrece algo "gratis", sé amable pero firme y sigue tu camino. Tu tranquilidad es lo más importante.

Olya desde las callejuelas

Si eres amante de las aves y te preguntas si el Templo de Augusto en Barcelona tiene algo para ti, la respuesta es sí, aunque de una forma muy particular. Cierra los ojos un momento e imagina el sonido: aquí no hay grandes bosques, pero sí un aleteo constante. Puedes escuchar el arrullo familiar de las palomas que anidan entre las columnas romanas, un sonido que resuena de forma curiosa en este pequeño patio. Siente la brisa que sus alas generan al pasar cerca de ti.

Además de las palomas, si agudizas el oído, especialmente en primavera y verano, oirás los chillidos agudos y rápidos de los vencejos, que vuelan a gran velocidad sobre los edificios circundantes, casi rozando los tejados. También es muy probable que escuches el gorjeo constante de los gorriones, siempre activos, y a veces, el canto más melódico de algún mirlo que se aventura desde los pequeños jardines o balcones cercanos.

Para disfrutar de esto con calma, busca un hueco tranquilo junto a una de las paredes del patio, cerca de las columnas. No hay bancos, pero puedes apoyarte. El mejor momento para una experiencia más inmersiva es a primera hora de la mañana, justo con el amanecer. La ciudad aún está despertando, hay mucha menos gente y las aves están en su punto álgido de actividad, buscando alimento y comunicándose. Otro buen momento es al atardecer, cuando regresan a sus nidos, y el aleteo y los sonidos de sus llamadas son más notorios.

Si aprecias la vida silvestre urbana y la curiosa mezcla de historia y naturaleza cotidiana, este pequeño rincón te ofrecerá una pausa auditiva interesante.

Olya from the backstreets