Imagínate que acabas de llegar a Praga. Bajas del tren o del avión y, al salir, el aire ya te abraza de una forma distinta. Es un aire fresco, a veces un poco húmedo, que trae consigo el rumor lejano de campanas y el aroma dulce y especiado que flota desde alguna panadería escondida. Caminas y, sin darte cuenta, tus pies ya están buscando el ritmo sobre los adoquines, notando cada pequeña imperfección, cada historia grabada en la piedra. Escuchas el traqueteo de los tranvías que pasan, un sonido metálico y rítmico que te acompaña como una banda sonora. Es una ciudad que te susurra su antigüedad desde el primer instante.
Para moverte desde el aeropuerto (Václav Havel Airport Prague, PRG) o la estación principal de tren (Praha hlavní nádraží), el transporte público es tu mejor amigo y el más eficiente. Desde el aeropuerto, coge el autobús 119 hasta la estación de metro Nádraží Veleslavín (línea A) y desde allí, directo al centro. Desde la estación de tren, el metro y los tranvías te dejan en cualquier parte. Compra bonos de tiempo (30 o 90 minutos) que valen para todo; valida el billete la primera vez que lo uses y luego olvídate hasta que se te acabe el tiempo.
Ahora, visualiza el Puente de Carlos. No lo veas, siéntelo. Sientes la piedra fría y pulida bajo tus dedos si la rozas, desgastada por siglos de pies, carruajes y sueños. El aire aquí es diferente, más denso, cargado con el murmullo de cientos de voces que se mezclan con el suave chapoteo del río Moldava bajo ti. Hueles el incienso que a veces queman los artistas callejeros, la madera quemada de algún puesto de salchichas cercano y, si es invierno, el dulce aroma a canela del vino caliente. Las estatuas a tu lado, silenciosas y enormes, te hacen sentir pequeño, parte de algo mucho más grande. Al llegar a la Plaza de la Ciudad Vieja, la energía te golpea: el bullicio, el eco de un acordeón, el vibrar de la vida alrededor del Reloj Astronómico, una sinfonía de sonidos y sensaciones.
Si quieres cruzar el Puente de Carlos sin sentirte como una sardina, ve muy temprano por la mañana, justo al amanecer. Las 6 o 7 AM son ideales. Tendrás el puente casi para ti y la luz es mágica. Por la noche, después de cenar, también es una experiencia diferente, con menos gente y las luces de Praga brillando. En la Plaza de la Ciudad Vieja, ten cuidado con los carteristas, especialmente en las aglomeraciones frente al Reloj Astronómico. No dejes tu mochila abierta ni el móvil en el bolsillo de atrás.
Y qué decir de la comida. Imagina el aroma del trdelník, ese dulce enrollado que se hornea sobre un rodillo y se impregna de azúcar y canela, o el de un goulash humeante, denso y especiado, que te calienta el estómago y el alma. Entra en una "hospoda", una taberna tradicional, y siente el calor del ambiente, el murmullo de las conversaciones, el tintineo de los vasos de cerveza y el olor a lúpulo que impregna las paredes de madera. Es un abrazo cálido, una inmersión en la vida local. Pide una cerveza Pilsner Urquell, es parte de la experiencia.
Para comer sin caer en trampas turísticas, aléjate un par de calles de los puntos más concurridos. Busca sitios donde veas a locales comiendo, suelen tener menús del día (denní menu) a buen precio. Prueba el "vepřo knedlo zelo" (cerdo asado con dumplings y chucrut) o un buen "svíčková" (solomillo con salsa cremosa y arándanos). Los "trdelník" los encontrarás por todas partes, pero los mejores suelen ser los que se hacen al momento y tienen ese toque crujiente por fuera y suave por dentro.
Ahora, piensa en el Muro de John Lennon. No es solo una pared pintada. Es un lienzo que respira libertad, una cicatriz y a la vez una flor. Imagina a una abuela checa contándole a su nieta, con la voz suave y los ojos llenos de recuerdos, cómo en los años 80, cuando el comunismo apretaba, los jóvenes venían aquí a escondidas, en la oscuridad de la noche. Venían a pintar grafitis, a escribir letras de canciones de Lennon, a dejar mensajes de paz y amor. No era solo arte, era un grito silencioso, una pequeña rebelión de color y esperanza en un mundo gris. Cada capa de pintura que ves, cada firma, cada corazón, es una voz que se negó a ser silenciada. Siente la energía, la historia de resistencia y la persistencia de los sueños que emana de esa pared.
Para llegar al Muro de John Lennon, está en Malá Strana, cerca del Puente de Carlos. Es fácil ir andando desde el centro. Está en la calle Velkopřevorské náměstí. No necesitas mucho tiempo, pero tómate un momento para leer algunos de los mensajes y sentir el ambiente. A veces hay músicos tocando canciones de los Beatles. Puedes llevar un rotulador permanente si quieres dejar tu propia huella, pero sé respetuoso y no pintes sobre mensajes significativos de otros.
Más allá de los puntos clave, explora los callejones de Malá Strana, donde el tiempo parece detenerse. Siente el silencio de un patio escondido, el eco de tus propios pasos sobre la piedra. Deja que tu nariz te guíe hacia el aroma de un café pequeño y entra. Puedes tocar las viejas fachadas de los edificios y sentir su textura rugosa, sus siglos de historia. Praga es una ciudad para perderse y encontrarse, para sentirla con cada uno de tus sentidos, para dejarte llevar por sus misterios y su belleza.
Para moverte, usa el transporte público (metro y tranvía son excelentes) o simplemente camina. Praga es muy caminable y es la mejor manera de descubrir sus rincones. Lleva calzado cómodo porque los adoquines pueden ser duros. La moneda es la Corona Checa (CZK), aunque muchos sitios aceptan tarjetas, siempre es bueno llevar algo de efectivo para pequeños gastos o mercados. Y un último consejo: mira hacia arriba a menudo, los detalles arquitectónicos son impresionantes.
Clara por el mundo