Imagina que el aire fresco de la madrugada te envuelve, aún antes de que el sol decida asomarse por completo sobre las copas de los árboles en el Bosque Eterno de los Niños en Monteverde. No es el frío que congela, sino esa frescura que te despierta los sentidos, que te dice que algo grande y vivo está a punto de revelarse. Aquí, la naturaleza no solo se ve, se siente con cada poro de tu piel.
Y si escuchas con atención, de verdad con atención, justo antes de que el bosque se llene del bullicio de la mañana, hay un sonido que solo los que están aquí al alba conocen. No es el coro ensordecedor de los pájaros que vendrá en unos minutos, ni el murmullo del viento. Es un *gruñido* profundo, solitario, casi un ronroneo que viene de lo más hondo de la selva, el primer bostezo de un mono aullador que rompe el silencio. Lo sientes en el pecho, más que lo oyes con los oídos. Y con ese sonido, llega un aroma. No es el dulzor floral que domina más tarde, sino una fragancia terrosa, a hojarasca húmeda, mezclada con un sutil matiz casi metálico, como si el bosque mismo exhalara el rocío de la noche, liberando los secretos de su tierra fértil. Es el aliento del bosque antes de que el día lo despierte del todo.
A medida que avanzas por los senderos, que sientes bajo tus pies, a veces con la suavidad de la tierra mojada, otras con la firmeza de las raíces expuestas, la humedad del ambiente te acaricia la piel. No es una humedad pegajosa, sino una bruma fresca que se posa suavemente, como un velo invisible. Puedes extender la mano y tocar los troncos cubiertos de musgo, sentir su suavidad esponjosa, casi aterciopelada, que te conecta directamente con la vida latente del árbol. Presta atención al goteo constante de las hojas, un concierto de pequeñas gotas que caen sobre otras hojas, sobre el suelo, creando una sinfonía acuática. Cierra los ojos y el bosque te habla: el zumbido de los insectos voladores, el chirrido lejano de las cigarras, el chasquido de una rama que se rompe bajo el peso de un animal invisible. Cada paso es una inmersión más profunda en su pulso vital.
Para vivir esta experiencia al máximo, llega temprano, muy temprano. Las puertas abren a las 7 AM, pero si estás allí un poco antes, puedes captar esos primeros susurros del bosque de los que te hablé. Lleva capas de ropa; aunque en la mañana haga fresco, Monteverde puede sorprenderte con sol y humedad a medida que avanza el día. Un impermeable ligero es tu mejor amigo, incluso si no llueve, la niebla puede mojarte. Asegúrate de llevar calzado de senderismo con buen agarre, los caminos pueden ser resbaladizos y no querrás perderte un solo detalle por estar preocupado por un tropiezo. Dentro del parque, hay varios senderos bien señalizados; el sendero principal, Sendero Brillante, es bastante accesible y te da una buena idea del ecosistema sin exigirte demasiado.
Piensa en llevar tu propia botella de agua reutilizable. El Bosque Eterno de los Niños es un proyecto de conservación financiado en gran parte por donaciones y las entradas, así que cada pequeño gesto cuenta. No hay tiendas ni cafeterías dentro del área de los senderos, solo un pequeño centro de visitantes en la entrada con baños y una tienda de recuerdos. Así que planifica tu desayuno o almuerzo para antes o después de tu visita. Si eres amante de la fotografía, las primeras horas de la mañana ofrecen una luz difusa increíble y la posibilidad de ver más vida silvestre antes de que el calor los haga esconderse. Los quetzales, por ejemplo, son más activos al amanecer. Y un último tip: si puedes, considera contratar a un guía local. Ellos no solo conocen los mejores puntos para avistar animales, sino que tienen un ojo y un oído entrenado para los detalles que a nosotros, los visitantes, se nos escapan.
Al final de tu recorrido, cuando el sol ya está alto y los sonidos del bosque son más vibrantes, te darás cuenta de que no solo has caminado por un sendero. Has sido parte de algo mucho más grande, un pulmón verde que respira, que se estira, que te abraza. Te llevas contigo no solo fotos, sino la sensación de la humedad en tu piel, el eco de los gruñidos en tu pecho y el aroma de la vida salvaje que se aferra a tu ropa. Es una experiencia que se queda contigo, que te cambia un poco.
Mara de la Montaña