¡Hola, viajeros del alma! Hoy quiero llevarte a un lugar donde la naturaleza te abraza y los animales te susurran secretos: el Currumbin Wildlife Sanctuary en Gold Coast, Australia. No es solo un parque, es una experiencia que te entra por los poros, un pedacito de Australia salvaje que puedes sentir, aunque no lo veas.
Imagina que das el primer paso y el aire cambia. Ya no es el bullicio de la ciudad. Aquí, el aire es denso, cálido, con un sutil aroma a eucalipto y tierra húmeda, como si acabara de llover en un bosque antiguo. Caminas sobre senderos suaves, de tierra o gravilla fina, y a tu alrededor, el sonido es una sinfonía viva: el zumbido de insectos invisibles, el crujido de hojas secas bajo tus pies, y de fondo, un coro de graznidos, trinos y silbidos. Sientes el sol cálido filtrándose entre las copas de los árboles, salpicando tu piel con parches de calor y sombra, mientras el viento mece suavemente las ramas y te trae el frescor de la vegetación. Es como entrar en un gigantesco pulmón verde, donde cada respiración te conecta con algo más grande.
Y de repente, el caos más hermoso. Escuchas un revuelo, un coro de chillidos agudos que se acercan. Estás en medio de la hora de la comida de los loros arcoíris, y es una explosión sensorial. Sientes el aleteo de cientos de alas diminutas pasando tan cerca que el aire se mueve a tu alrededor. Si extiendes la mano con un tazón de néctar, sentirás el roce de sus patitas ligeras sobre tu piel, el suave pico sorbiendo el dulce líquido. Es una sensación extraña y maravillosa: la fragilidad y la fuerza de la naturaleza en la palma de tu mano. Huele a dulce, a fruta, a vida. El sonido es ensordecedor, pero es un ruido feliz, una algarabía de colores y movimiento que te envuelve por completo. No necesitas verlos para sentir su presencia vibrante.
¿Pensando en ir? Es súper fácil llegar. Si estás en Gold Coast, puedes tomar un autobús público; hay varias rutas que te dejan justo en la puerta. Si vas en coche, tienen un aparcamiento enorme. Mi consejo de amiga: ve a primera hora de la mañana. Los animales están más activos, el parque está más tranquilo y la luz es suavecita. Así evitas el calor del mediodía y las multitudes.
Una vez dentro, lleva calzado cómodo, vas a caminar bastante. Y no olvides una botella de agua recargable y protector solar, el sol australiano no perdona. Hay cafeterías y sitios para comer dentro, pero también puedes llevar tu propia comida para un picnic si quieres ahorrar. Te recomiendo que cojas el trenecito que recorre el santuario; es una forma genial de orientarte y descansar las piernas entre un encuentro y otro.
Mi abuelo, que vivió aquí toda su vida, siempre decía que Currumbin no es solo un parque de animales, es el corazón de la comunidad. Contaba que hace muchísimos años, la gente del pueblo simplemente dejaba comida en sus jardines para los loros salvajes, y venían en bandadas. Era algo que hacían por pura alegría. Y un día, alguien pensó: "¿Y si creamos un lugar seguro donde podamos cuidarlos de verdad y donde la gente pueda aprender sobre ellos?". Así nació el santuario, no como un gran negocio, sino por amor genuino a los animales. Mi abuela, que ya no ve muy bien, todavía viene cada mes. Dice que es la banda sonora de su vida, y que el sonido de los loros volando libremente y los koalas roncando es su forma de saber que el mundo sigue girando con cariño. Es la prueba de que este lugar sigue siendo ese mismo espíritu de cuidar a los que no tienen voz.
Al final del día, cuando el sol empieza a caer y los sonidos del santuario se vuelven más suaves, te queda una sensación de paz profunda. Es la certeza de haber estado en un lugar donde el respeto por la vida salvaje es tangible, donde cada roce, cada sonido, te recuerda que somos parte de algo mucho más grande y hermoso. Te vas con el eco de los loros en tu oído y la calidez de un koala abrazado a un árbol en tu corazón.
¡Hasta la próxima aventura!
Leo en ruta