¡Hola, viajeros del alma! Hoy quiero llevarte a un lugar donde el tiempo parece susurrar en lugar de correr, un rincón de Tailandia que muchos pasan de largo, pero que se queda grabado en cada poro de tu piel: Lampang. No está *en* Chiang Mai, pero es una excursión tan vital desde allí que te prometo que sentirás la diferencia en cuanto pongas un pie fuera del autobús o tren.
Imagina esto: bajas del vehículo y, de repente, el aire. Es diferente. No tiene la prisa de otras ciudades, sino una calidez suave, como una manta ligera que te envuelve. Sientes un ligero cosquilleo en la piel, una humedad tropical que no agobia, sino que refresca. Escuchas el tintineo lejano de campanas de templo mezclado con el suave trotar de cascos de caballo sobre el asfalto. El olor que te inunda es una mezcla embriagadora de incienso dulce, la tierra húmeda después de una lluvia reciente y un toque especiado de comida callejera que ya te abre el apetito. Tu cuerpo, acostumbrado al ritmo más acelerado, empieza a desacelerar por sí solo, tus pasos se vuelven más lentos, tu respiración más profunda. Es como si Lampang te invitara a soltar el reloj, a sentir el presente con cada nervio.
Para llegar a este oasis desde Chiang Mai, tienes varias opciones que no te harán un agujero en el bolsillo. El tren es una experiencia en sí misma; el viaje dura unas 2 horas y ofrece vistas de campos de arroz y pequeños pueblos. Los billetes son súper baratos, unos 20-30 THB en tercera clase, y la estación de tren de Lampang está bastante céntrica. Otra opción cómoda es el autobús, que sale de la Terminal 2 de Chiang Mai y te deja en Lampang en aproximadamente 1.5-2 horas por unos 60-80 THB. Una vez allí, la mejor forma de moverte es con los icónicos carruajes de caballos o los songthaews (camionetas rojas compartidas), que son muy económicos y te sumergen de lleno en el ambiente local.
Si cierras los ojos, puedes casi sentir la vibración. Te subes a uno de esos carruajes tirados por caballos, el cuero del asiento es suave bajo tus manos, y el suave vaivén te mece como una cuna. Escuchas el rítmico *clop-clop-clop* de los cascos resonando en las calles, un sonido que te transporta a otra época. El aire te acaricia la cara mientras avanzas lentamente, trayéndote el aroma dulce del heno y un tenue olor a caballo que es sorprendentemente agradable. A medida que te acercas al río Wang, el aire se vuelve más fresco, y sientes una brisa suave que te eriza la piel. Puedes casi tocar el brillo del sol sobre el agua, un resplandor que entra por tus ojos y se asienta en tu pecho, dándote una sensación de paz profunda. Es una danza entre el movimiento lento y la quietud, una pausa que tu cuerpo agradece.
Cuando el hambre aprieta, Lampang no decepciona. No puedes irte sin probar su famoso Khao Soi (una sopa de fideos al curry), que aquí tiene un toque más suave y dulce que en Chiang Mai. Busca los pequeños puestos callejeros cerca del mercado de la mañana o a lo largo del río; los mejores sabores suelen estar en los lugares más humildes. Visita el Wat Phra Kaeo Don Tao Suchadaram, un templo precioso con una rica historia, y si tienes tiempo, no te pierdas el Wat Phra That Lampang Luang, un impresionante complejo de templos de madera fuera del centro de la ciudad, al que puedes llegar en songthaew. Por la noche, el mercado nocturno del fin de semana a lo largo de la calle Talad Gao es un festín para los sentidos, con comida deliciosa y artesanías locales.
A medida que el sol comienza a caer, el aire cambia de nuevo. La humedad se asienta un poco más, y el calor del día se suaviza en una calidez agradable que te envuelve. Escuchas cómo el sonido de los cascos de los caballos se vuelve menos frecuente, reemplazado por el zumbido suave de los insectos y las voces amortiguadas de la gente que cena al aire libre. El aroma del incienso se intensifica, mezclándose con el olor a jazmín que florece en la noche. Caminas junto al río, y sientes la frescura que emana del agua, un alivio para los pies cansados. La luz dorada del atardecer se filtra a través de los árboles, y sientes cómo esa luz te envuelve, llenándote de una quietud que pocas ciudades pueden ofrecer. Es una sensación de plenitud, de haber vivido el día con cada uno de tus sentidos, y esa memoria se graba en tu cuerpo, una dulzura que perdura mucho después de que te hayas ido.
Si decides quedarte una noche, lo cual te recomiendo para empaparte bien de su ritmo, hay guesthouses encantadoras y hoteles boutique a lo largo del río Wang, que ofrecen una atmósfera tranquila y vistas preciosas. La mejor época para visitar es de noviembre a febrero, cuando el clima es más fresco y seco, aunque Lampang es hermosa durante todo el año. Recuerda siempre quitarte los zapatos antes de entrar a los templos y vestir modestamente para mostrar respeto. Los locales son increíblemente amables y te harán sentir muy bienvenido.
¡Hasta la próxima aventura!
Olya from the backstreets