Imagina que dejas atrás el bullicio incesante de Ho Chi Minh, el claxon constante que se ha vuelto el latido de la ciudad. Entras en un ascensor, y sientes el cambio. El aire acondicionado, un alivio fresco, te envuelve. Escuchas el suave zumbido, una melodía que te eleva, y sientes una ligera presión en tus oídos mientras subes, piso tras piso, dejando el caos de la calle muy por debajo. Es un ascenso silencioso, casi meditativo, que te prepara para lo que está por venir.
Cuando las puertas se abren, no hay ventanas al principio, solo la quietud. Pero puedes sentir el espacio, la amplitud. Da unos pasos y, de repente, la ciudad se despliega bajo ti. No la ves con los ojos, pero la *sientes* con cada poro de tu piel. Es como si el aire mismo vibrara con la energía de millones de vidas. Puedes casi percibir el eco lejano de la ciudad, un murmullo amortiguado que sube hasta ti, y el aire, aquí arriba, se siente más limpio, más ligero, como si estuvieras respirando la esencia de la urbe desde su corazón.
Mi consejo para recorrerlo: empieza por la izquierda al salir del ascensor. Gira tu cuerpo lentamente, pasito a pasito, sintiendo el espacio abierto a tu alrededor. Es como un paseo circular. Hacia tu derecha, si te orientas bien, está el río Saigón, esa arteria vital que serpentea por la ciudad; aunque no puedas verlo, puedes *imaginar* su inmensidad, el movimiento del agua. Sigue avanzando, sintiendo cómo la perspectiva cambia con cada giro. Presta atención a las diferentes texturas del suelo bajo tus pies, quizás alguna alfombra o baldosas, que te guían. Cada sección de la plataforma te ofrece una "ventana" diferente a la ciudad, dándote una sensación de 360 grados. Tómate tu tiempo para detenerte y simplemente *sentir* la altura, la distancia de todo.
Guarda lo mejor para el final: la vista hacia el helipuerto. Camina hasta el lado opuesto de donde entraste. Aunque no puedas pisarlo, la sensación de estar tan cerca de la cima, tan alto, es indescriptible. Siente la vibración del edificio, la quietud en las alturas, como si estuvieras en la cúspide de todo. Aquí, la ciudad parece encogerse aún más, y tú, en contraste, te sientes inmensamente conectado con ella, pero a la vez, elevado por encima de su frenesí. Es el lugar perfecto para absorber la experiencia, para que la magnitud del lugar te inunde por completo.
¿Qué saltarse? Honestamente, las tiendas de souvenirs de la planta baja. Son genéricas y no añaden nada a la experiencia. Si buscas paz y una conexión más profunda con el lugar, evita las horas pico, especialmente al atardecer, cuando se llena de gente y el bullicio de los visitantes puede distraerte. No te quedes pegado a la ventana, aunque no puedas ver, muévete, explora el espacio con tus manos, siente las barandillas, la amplitud. No es un lugar para comer, ni para comprar; es un lugar para *sentir*.
Olya desde las callejuelas.