¿Qué haces en Colosseum en Pattaya? Mira, no es solo "ver un espectáculo", es una experiencia que te envuelve.
Imagina que el sol ya se ha escondido en Tailandia, pero el aire sigue siendo cálido y húmedo. A medida que te acercas al Colosseum, empiezas a escuchar un murmullo creciente, una mezcla de idiomas, y una música suave que te llega como una promesa. El edificio se alza imponente, sientes la escala de su fachada, grande y con una energía que te llama. Hay un ir y venir de gente, una vibración en el suelo que te dice que algo emocionante está a punto de empezar. Es el tipo de anticipación que te eriza la piel, una mezcla de curiosidad y la certeza de que estás a punto de entrar en un mundo diferente.
Cruzas el umbral y sientes un cambio inmediato en el aire: es más fresco, con un ligero aroma a perfume y limpieza. El murmullo se intensifica, pero ahora tiene un eco más cercano. Tus pies te llevan por un pasillo, sientes la suavidad de la alfombra bajo tus zapatos. Cuando llegas a tu asiento, tus dedos deslizan sobre la tela, quizás aterciopelada, mientras te acomodas. Escuchas el roce de la ropa de los demás, el suave clic de los cierres de bolsos, y el leve zumbido de la ventilación. Es el sonido de un espacio que se llena, de cientos de personas compartiendo un mismo momento de espera.
La sala se oscurece lentamente, y el murmullo se apaga hasta convertirse en un silencio casi total, solo roto por alguna tos aislada. Entonces, de repente, la música irrumpe. Sientes el bajo vibrar en tu pecho, una percusión potente que te atraviesa. No ves, pero *sientes* la explosión de energía en el escenario, el movimiento rápido, la gracia. Es como si el aire mismo se llenara de brillo y color, una explosión de sensaciones que te deja sin aliento. Cada movimiento, cada giro, lo sientes a través del ritmo y la energía que emana del escenario.
Cada número es un mundo distinto. Un momento sientes la ligereza de una danza clásica, luego la fuerza de una coreografía moderna, o la picardía de un número cómico. Las transiciones son rápidas, sientes cómo el ambiente de la sala cambia contigo, de la risa al asombro, de la calma a la euforia. La música te guía, te lleva por diferentes culturas y estilos, y aunque no hay pausas largas, la intensidad del momento te mantiene pegado al asiento. Escuchas el aplauso rítmico de la gente a tu alrededor, el entusiasmo compartido. El espectáculo dura alrededor de una hora y diez minutos, y créeme, se pasa volando. Durante el show, no se permiten fotos ni videos, así que relájate y déjate llevar por lo que sientes.
Las luces vuelven suavemente, y un último aplauso atronador llena la sala. La gente empieza a levantarse, pero la experiencia no termina ahí. Verás a los artistas en el lobby, y si te acercas, sentirás la energía que aún irradian. Escuchas el clic de las cámaras y el murmullo de las conversaciones. Si decides hacerte una foto con ellos, sentirás la suavidad de sus trajes al acercarte, y la calidez de su presencia. Es un momento fugaz, pero tangible, donde puedes conectar un poco más con esa fantasía que acabas de vivir. Después, la multitud se dispersa, y vuelves a la noche de Pattaya con la mente llena de lo vivido.
Si vas, te sugiero comprar las entradas con antelación, sobre todo si quieres asientos VIP cerca del escenario; puedes hacerlo online o a través de agencias. Hay varios horarios por la tarde-noche, elige el que mejor te venga. Para llegar, un taxi o un Grab (la app tipo Uber de Asia) te dejará en la puerta sin problema. Ten en cuenta que, si te haces fotos con los artistas al final, se espera una propina; suelen ser unos 100 baht por persona y foto, pero a veces aceptan más si quieres darles. Es una forma de agradecer su arte y su trabajo.
Olya desde las callejuelas.