¿Cuándo Rikugien Garden te abraza de verdad? No es solo un mes, es una sensación. Imagina que es finales de noviembre, principios de diciembre. Cierras los ojos un momento y el aire es fresco, pero no frío, con ese toque de humedad que solo el otoño tiene. Cuando respiras hondo, sientes el aroma a tierra mojada, a hojas caídas, con un dulzor sutil que viene de algún rincón, quizás de un té verde recién hecho en una casa de té cercana.
Al caminar, tus pies notan la firmeza de los senderos de piedra, a veces un poco resbaladizos por el rocío de la mañana. Escuchas el crujido suave de las hojas secas bajo tus pasos, mezclado con el murmullo tranquilo de las conversaciones lejanas. No hay ruido de ciudad aquí, solo el chapoteo rítmico de una cascada escondida y el canto esporádico de un pájaro. Sientes el sol filtrándose entre las ramas, cálido en tu mejilla, mientras el viento juega con los arces, haciendo que sus hojas escarlata bailen y se desprendan, cayendo como pequeños copos de fuego a tu alrededor.
Este momento mágico, el del *koyo* o follaje de otoño, es cuando el jardín se transforma. Prácticamente hablando, los eventos de iluminación nocturna (¡imperdibles!) suelen ser desde finales de noviembre hasta principios de diciembre. Es cuando los arces y ginkgos se iluminan, creando un espectáculo irreal. En cuanto a la gente, sí, hay más visitantes en esta época. Pero no es una masa ruidosa que te empuja. Imagina que caminas y sientes la cercanía de otros cuerpos, pero es un roce respetuoso. Escuchas el clic suave de las cámaras, el asombro contenido en suspiros. Es un flujo constante, no una estampida. La energía es de reverencia, de compartir la belleza, no de atropellarla. Hay momentos en los que el silencio se impone, incluso con muchos alrededor, como si todos acordaran dejar que el jardín hablara. Sientes la vibración de la expectación, especialmente al anochecer, cuando las luces cobran vida y el aire se carga de una magia palpable.
Si quieres evitar la mayor afluencia, mi consejo es ir a primera hora de la mañana, justo cuando abren, o en un día laborable. Para los eventos nocturnos, la primera hora tras el encendido o la última antes de cerrar suelen ser un poco menos concurridas. Llega con antelación si no quieres esperar en la fila. Y el clima, ¡ah, cómo cambia el jardín! Un día soleado de otoño es una explosión de color. Sientes el calor del sol en tu piel, ves cómo cada hoja brilla con una intensidad asombrosa, y el ambiente es más ligero, más jovial. Escuchas risas más claras, el parloteo de los visitantes es más animado. En cambio, un día de lluvia transforma Rikugien en algo completamente distinto. El aire se vuelve denso con el aroma a tierra mojada y a pino. Las hojas brillan con un barniz natural, los colores se profundizan, y los sonidos se amortiguan. Escuchas el suave golpeteo de las gotas en las hojas, el murmullo del agua de los estanques se vuelve más prominente. Sientes una quietud profunda, casi una soledad, que te invita a la introspección. Las piedras del sendero se vuelven resbaladizas, pero el reflejo del cielo en los charcos es una obra de arte efímera.
Para cualquier condición climática, lleva siempre calzado cómodo: vas a caminar bastante y los senderos pueden ser irregulares o húmedos. Si hay previsión de lluvia, un paraguas pequeño y una chaqueta impermeable te salvarán el día, permitiéndote disfrutar de esa atmósfera mágica de la lluvia. Mi último consejo es este: no tengas prisa. Rikugien no es un lugar para tachar de una lista. Es un lugar para sentir. Permítete detenerte, cerrar los ojos, escuchar, oler. Busca un banco escondido, siéntate y simplemente observa cómo la luz juega con las hojas o cómo una carpa salta en el estanque. Trae un termo con té caliente si hace frío, o agua fresca si el sol aprieta. Dale tiempo, y el jardín te revelará sus secretos, uno a uno.
Olya from the backstreets