¡Hola, trotamundos! Hoy te llevo a un lugar que se siente como un susurro del pasado, pero que te envuelve por completo: los Jardines de Potsdam, justo a las afueras de Berlín. No es solo un parque, es una experiencia que te entra por cada poro. Si me pidieras que te guiara como a un buen amigo, esto es lo que te diría, paso a paso, para que lo sientas con todo tu cuerpo.
Empezando por el corazón: Las Terrazas de Sanssouci
Vamos a empezar por la entrada principal del Parque de Sanssouci, esa que te lleva directamente a los pies del palacio. Imagina que tus pies pisan una grava finita y crujiente que te avisa de cada paso. Sientes cómo el camino empieza a inclinarse suavemente, y cada zancada te eleva un poco más. A tu alrededor, el aire es fresco, limpio, con ese olor a tierra húmeda y a hojas recién podadas, mezclado con el dulzor lejano de alguna flor que no alcanzas a identificar, pero que sabes que está ahí. Escuchas el trino constante de los pájaros, un coro sin fin que te acompaña. A medida que subes por las terrazas, escalón tras escalón, sientes la amplitud que se abre ante ti, como si el espacio se hiciera más grande con cada paso ascendente. El sol, si tienes suerte, te acariciará la piel, calentando un lado de tu cuerpo mientras el otro permanece en la fresca sombra de los árboles. Es una sensación de apertura, de magnificencia que te envuelve antes incluso de tocar el palacio.
El Palacio de Sanssouci y sus secretos cercanos
Una vez arriba, junto al Palacio de Sanssouci, acércate. Imagina que extiendes tu mano y tocas la piedra fría y lisa de su fachada, una piedra que ha visto siglos pasar. Sientes su antigüedad, la quietud que emana de ella. El silencio aquí es diferente; no es un silencio vacío, sino uno lleno de historia, donde el único ruido es el suave murmullo de la brisa entre los árboles o el lejano tintineo de una fuente. Justo a un lado del palacio, a tu derecha si miras hacia las terrazas, está la Galería de Cuadros. No entres si no quieres, pero acércate a sus muros. Siente la textura de la piedra, diferente a la del palacio principal, quizás más áspera o con grabados que tus dedos pueden seguir. Luego, busca la Gruta de Neptuno, un poco más abajo por el lateral. Escucha el sonido del agua, constante, rítmico, y siente cómo el aire se vuelve un poco más húmedo y fresco a medida que te acercas. Es como un pequeño oasis sonoro y táctil dentro del gran jardín.
Un viaje sensorial: La Casa del Té China
Ahora, desde el palacio principal, vamos a desviarnos un poco. El camino hacia la Casa del Té China (Chinesisches Teehaus) te lleva a través de senderos más íntimos, donde el crujido de la grava es más personal y el sonido de tus propios pasos se vuelve más presente. Aquí, el olor a tierra y a bosque se intensifica, y puedes sentir ramas bajas rozando suavemente tus brazos si no tienes cuidado. Al llegar, la sensación cambia por completo. Imagina que tocas las columnas doradas, sientes las texturas intrincadas de la decoración oriental, algo tan diferente a la piedra sobria del palacio. Es como si el aire mismo tuviera un eco distinto, más ligero, casi festivo. Puedes sentarte en uno de sus bancos de piedra cercanos y simplemente escuchar el ambiente, quizás el zumbido de alguna abeja o el canto de un pájaro exótico que se ha colado en tu imaginación. Es un rincón de asombro, un respiro cultural.
La majestuosidad de la Orangerie
Desde la Casa del Té, continuaremos nuestro paseo hacia la Orangerie. Prepárate para una caminata un poco más larga, pero es un paseo delicioso. Caminarás por avenidas amplias flanqueadas por árboles altos, donde el viento puede silbar suavemente entre las hojas, creando una melodía natural. A veces, sentirás el sol directamente sobre tu cabeza, y otras, la sombra fresca te envolverá, ofreciéndote un alivio instantáneo. Al llegar a la Orangerie, la escala te abrumará. Es un edificio inmenso, largo, con una presencia imponente. Imagina que extiendes tus brazos y no puedes abarcar ni una fracción de su longitud. Si las puertas están abiertas, el aire que sale de su interior puede sentirse diferente, quizás más cálido o con un leve aroma a plantas, incluso en invierno. Escucha el eco de tus pasos resonando en los pasillos si entras, o el silencio majestuoso que la rodea por fuera. Es un monumento a la belleza y la botánica, que te hace sentir pequeño ante su grandeza.
El gran final: El Nuevo Palacio
Para terminar nuestro recorrido, nos dirigiremos al Nuevo Palacio (Neues Palais). Este es el gran final, el broche de oro. Mientras te acercas, sentirás cómo el espacio se abre de nuevo, inmenso, como una plaza gigante que te recibe. El crujido de la grava bajo tus pies es más pronunciado aquí, y el eco de las voces lejanas se pierde en la vastedad. Cuando llegues al palacio, la sensación es de pura grandiosidad. Es mucho más grande y ostentoso que Sanssouci, con una energía diferente, más imponente. Toca los pedestales de las estatuas que lo rodean, siente la roca, la forma de las figuras. El aire aquí puede sentirse más abierto, más expuesto. Si buscas un lugar para sentarte y simplemente absorber la experiencia final, hay muchos bancos dispersos. Este es el punto para saborear todo lo que has sentido y caminado. Si vas justo de tiempo o no te apetece caminar tanto, puedes saltarte el Palacio de Charlottenhof y los Baños Romanos; son preciosos, pero están un poco más apartados de esta ruta principal y sencilla que te propongo. Desde aquí, hay varias salidas del parque con buenas conexiones de transporte público.
¡Espero que lo sientas tan vívido como yo!
Léa de la Ruta