Imagina que el sol de Río te calienta la piel mientras te acercas a un oasis verde en medio del bullicio. Puedes sentir la suavidad del césped bajo tus pies si te atreves a descalzarte, y el canto de los pájaros se mezcla con el murmullo lejano de la ciudad. El aire huele a tierra húmeda y a flores, una fragancia dulce y terrosa que te envuelve. De repente, una mole imponente de piedra rosa se alza ante ti, fresca y maciza, con una entrada que te invita a adentrarte en otro tiempo.
Atraviesas las puertas principales y el aire cambia. De golpe, la temperatura baja unos grados y el sonido de la calle se apaga, dejando un eco profundo. Tus pasos resuenan en los suelos de mármol pulido, fríos y lisos al tacto, transportándote a un espacio de otra época. Puedes casi oler el tiempo, una mezcla sutil de madera vieja, polvo noble y algo metálico, como el peso de la historia que te rodea. La grandeza del vestíbulo te envuelve, invitándote a levantar la cabeza y sentir la inmensidad del techo.
A medida que subes la gran escalera, sientes la solidez de la barandilla bajo tus dedos, pulida por incontables manos a lo largo de los años. En cada sala, el ambiente es diferente. Hay salones donde el terciopelo de los muebles, si pasaras la mano, te devolvería una textura densa y suave, casi aterciopelada. Otros, más íntimos, donde el crujido de las tablas del suelo bajo tus pies te cuenta historias silenciosas de pasos pasados. Aquí y allá, puedes casi escuchar los susurros de reuniones pasadas, el tintineo de copas y el roce de vestidos elegantes. Los objetos expuestos, aunque no puedas verlos, te transmiten su presencia: el frío del cristal, la calidez de la madera, la dureza del metal.
Pero hay un lugar que te agarra de manera especial. Imagina una habitación más pequeña, donde la luz parece más tenue, como si el aire mismo absorbiera la claridad. Aquí, el ambiente se siente más pesado, cargado de una quietud densa y casi palpable. Si te acercas, casi puedes sentir la frialdad de la cama de metal, el silencio que se instaló después de un momento que cambió el país para siempre. Es un espacio que te envuelve, te invita a la reflexión profunda, a sentir la piel de la historia en tu propia piel.
Para llegar, la forma más fácil es el metro, línea 1 o 2, bajando en la estación Catete. Sales directamente al parque. Abren de martes a domingo, de 10h a 17h. La entrada es gratuita, sí, ¡gratis! Calcula al menos una hora y media para recorrerlo con calma y sentir cada rincón. Hay rampas y ascensores para la mayoría de las áreas, así que es bastante accesible. No hay cafetería dentro, pero sí baños, y puedes encontrar opciones para comer justo afuera en el barrio.
Al salir de nuevo al jardín, el sol te abraza y el aire fresco te llena los pulmones. Sientes el contraste, la ligereza después de haber absorbido tanto peso histórico. El canto de los pájaros te devuelve al presente, pero la resonancia de lo vivido se queda contigo, una huella profunda en tu memoria. Te sientes un poco más sabio, un poco más conectado con el alma de Río y la historia de Brasil.
Olya from the backstreets