¡Hola, explorador! Imagina que estás paseando por el Viejo Montreal, las calles adoquinadas bajo tus pies resuenan con cada paso. Sientes la brisa del río San Lorenzo en tu cara, mezclada con el aroma a café y un toque sutil de humedad antigua. De repente, una estructura imponente se alza frente a ti: el Marché Bonsecours. Es un edificio enorme, de piedra gris, con una cúpula plateada que parece tocar el cielo. No necesitas verlo para sentir su presencia; es como si la historia misma se materializara en sus muros. Acércate a la entrada principal, la que da a la Rue de la Commune. La sientes sólida, antigua, con un peso que te ancla al pasado de esta ciudad.
Al cruzar el umbral, el aire cambia. El sonido de los adoquines se apaga, y en su lugar, un suave murmullo de voces, el roce de telas y el tintineo de algo frágil llena el espacio. Estás en la planta baja, y es un festín para el tacto y el oído. Aquí se concentran las boutiques de artesanos locales. Te aconsejo que te dejes llevar por los sonidos y las texturas. Toca las bufandas de lana virgen, siente la suavidad del algodón orgánico, el frío pulido de la madera tallada. Vas a escuchar el crujido de las bolsas de papel cuando alguien compra un recuerdo. Si hay algo que puedes saltarte aquí, son las tiendas de souvenirs genéricos; busca las que tienen el cartel de "artesano local" o "hecho a mano", esas son las joyas.
Ahora, vamos a subir. Las escaleras son anchas, de madera, y cada paso resuena un poco más fuerte de lo que esperas, como si el edificio mismo te invitara a ascender. En el segundo piso, el ambiente es un poco más tranquilo, más enfocado. Aquí es donde suelen estar las galerías de arte y algunas exposiciones. Siente el cambio en la reverberación del sonido; es menos bullicioso, más contemplativo. Si hay una exposición, acércate y, si te lo permiten, toca las esculturas, siente la frialdad del metal o la rugosidad de la cerámica. No te obsesiones con "verlo todo", sino con percibir la energía de cada pieza. Imagina las manos que las crearon.
Para la parte práctica, si te entra el hambre, hay algunos restaurantes en el mercado, aunque no son el foco principal. Si buscas algo rápido y auténtico, pregunta por el "poutine" —es una especialidad de Quebec, papas fritas con queso y salsa—, aunque aquí quizás lo encuentres en una versión un poco más gourmet. Los baños están bien señalizados y son accesibles, busca las indicaciones por sonido o pregunta, suelen estar al fondo de la planta baja. Un pequeño consejo: el mercado puede llenarse, especialmente los fines de semana. Si prefieres la calma, ve a primera hora de la mañana.
Antes de irte, te sugiero que guardes un momento para la salida. Pero no salgas corriendo. Quédate un instante justo en el umbral, donde el aire del interior se mezcla con el del exterior. Siente la brisa del río de nuevo, escucha el murmullo de la ciudad que te rodea. Es el momento perfecto para procesar todo lo que has sentido, para dejar que la historia del lugar se asiente en ti. Y un tip extra para tu regreso: justo al salir, si giras a la derecha y caminas unos metros, hay un pequeño puesto de helados artesanales en verano. El de arce es una delicia que te dejará un recuerdo dulce del lugar.
¡Hasta la próxima aventura!
Olya de las callejuelas