¿Qué haces en el Jardín Botánico de Montreal? Mira, olvídate de las etiquetas y de los mapas por un segundo. Imagina que acabas de llegar, y el aire es diferente. No es el bullicio de la ciudad, sino un soplo fresco, un poco húmedo, que te llena los pulmones con el aroma a tierra mojada y algo verde. Sientes el espacio abrirse ante ti, una promesa de calma. Puedes oír el murmullo de voces lejanas, pero lo que realmente destaca es el canto de los pájaros, más claro que en cualquier otro lugar. Caminas, y bajo tus pies, el sendero es suave, de grava fina o de tierra compacta, invitándote a explorar sin prisa. Es como si el parque mismo te diera la bienvenida, diciéndote: "Aquí, respira hondo". Y sí, está justo al lado del Parque Olímpico, así que llegar es muy sencillo, ya sea en transporte público o si vienes en coche.
Después de esa primera inmersión, te empiezas a mover, y de repente, un puente de piedra te invita a cruzar. Es el Jardín Chino. Aquí, el sonido del agua te envuelve, cayendo en cascadas suaves o fluyendo en estanques serenos. El aire huele a incienso sutil, mezclado con la fragancia de flores exóticas que no habías percibido antes. Sientes la textura de la piedra lisa bajo tus dedos si pasas la mano por una balaustrada, o la rugosidad de un tronco de pino retorcido. Cada paso es un descubrimiento, y a veces, si el viento sopla, puedes escuchar el tintineo suave de campanillas de viento ocultas entre la vegetación. No es solo un lugar para ver, es un lugar para sentir que te has transportado a otro continente, sin siquiera subirte a un avión.
Y la calma no termina ahí. A pocos pasos, te encuentras en el espacio que llaman el Jardín Japonés. Aquí, el silencio es casi palpable, roto solo por el susurro del bambú mecido por la brisa o el suave chapoteo de los peces en un estanque. Puedes sentir la frescura de la sombra bajo un arce japonés, y si te acercas, la textura aterciopelada del musgo en las rocas. El aroma es más sutil aquí, a tierra limpia y a la dulzura delicada de alguna flor de cerezo si es la temporada. Es un lugar para sentarse en un banco de madera, cerrar los ojos y simplemente dejar que la tranquilidad te inunde. Es perfecto para desconectar.
Luego, la experiencia cambia drásticamente cuando entras a los invernaderos. Es como cruzar un umbral invisible. De repente, una ola de calor y humedad te golpea, y el aire se vuelve denso, cargado con el dulce y embriagador perfume de orquídeas y la fragancia terrosa de plantas tropicales. Puedes sentir las gotas de humedad en tu piel, y el sonido de las cascadas interiores y el zumbido de los ventiladores se mezclan con el canto de pájaros exóticos que viven en libertad dentro de estas cúpulas de cristal. Tus ojos se ajustan a la explosión de colores vibrantes: verdes intensos, rojos brillantes, azules profundos. No es solo ver plantas, es sentir cómo la vida tropical te envuelve por completo. Es un refugio increíble, especialmente si el día está gris o frío afuera.
Finalmente, si sigues explorando, te topas con el rosal, donde el aire se vuelve pesado con el aroma de cientos de rosas diferentes, una sinfonía olfativa que te envuelve. Puedes casi saborear la dulzura. Después, el espacio se abre en el arboreto, donde el sonido predominante es el viento silbando entre las copas de los árboles, y el sol se filtra en parches cálidos sobre el suelo. Es un lugar para caminar sin rumbo fijo, sentir la amplitud del cielo y la solidez de la tierra. Para que disfrutes de todo esto sin prisas, te sugiero dedicarle al menos 3-4 horas, aunque podrías pasar todo el día. Lleva zapatos cómodos, mucha agua, y piensa en llevar algo para picar o almorzar, aunque hay cafeterías dentro, es más económico y flexible si vas con tu propia comida. Y si puedes elegir, la primavera y el otoño son mágicos por los colores y la floración.
Olya from the backstreets.