¡Hola, explorador! ¿Me preguntas qué se *hace* en el Castelo de Almourol? No es solo "ver" un castillo, es una inmersión completa. Imagina esto: llegas a la orilla del río Tajo, y lo primero que te golpea es el silencio, un silencio que solo el agua y el viento rompen. El aire aquí huele a río, a tierra húmeda, a una antigüedad que no puedes nombrar. Frente a ti, en medio de las aguas, emerge una silueta oscura y poderosa, como si hubiera crecido directamente de la roca mojada. Es el castillo. Te subes a una pequeña barca, y sientes el suave balanceo bajo tus pies mientras te alejas de la orilla. El sonido del motor es discreto, y pronto solo escuchas el chapoteo del agua contra el casco, un ritmo constante que te mece mientras te acercas a esa isla solitaria. Sientes el viento fresco en tu cara, trayendo consigo la promesa de algo antiguo y misterioso.
Al desembarcar, tus pies encuentran la tierra firme de la isla, un suelo que se siente irregular y rocoso bajo tus zapatillas. El aire aquí es aún más denso, cargado con el aroma del musgo y la piedra mojada. Escuchas el graznido de las gaviotas volando en círculos sobre las almenas, y el eco de sus llamadas te envuelve, haciendo que la isla se sienta aún más remota. Caminas por el sendero estrecho que serpentea hasta la entrada, y cada paso te sumerge más en la historia. Al tocar las paredes de piedra, sientes su frialdad y su aspereza, la textura de siglos de existencia bajo tus dedos. Te das cuenta de que no estás solo en un lugar, sino en un fragmento de tiempo suspendido.
Una vez dentro de los muros, el sonido cambia. El viento silba a través de los pasillos vacíos, creando una melodía inquietante. Los ecos de tus propios pasos resuenan en el patio, amplificando la sensación de vastedad y soledad. Subes las escaleras de piedra, gastadas por innumerables pies a lo largo de los siglos, y sientes el esfuerzo en tus piernas. Desde lo alto de las torres, el viento te golpea con más fuerza, y la vista que se extiende ante ti es inmensa: el río serpenteando, los árboles en la orilla lejana, el cielo infinito. No es solo "ver" el paisaje; es sentir la inmensidad del espacio a tu alrededor, la libertad del aire, y la diminuta escala de tu propia presencia en este lugar tan cargado de historia.
Para llegar a esta joya oculta, lo más práctico es tomar el tren desde Lisboa (Santa Apolónia o Oriente) hasta la estación de Tancos. El viaje en tren es tranquilo, y una vez allí, la estación está a solo unos pasos del embarcadero. El ferry que cruza el río es pequeño y sale con bastante frecuencia; el trayecto es cortísimo, apenas unos minutos, y tiene un coste simbólico. Te recomiendo ir por la mañana temprano o a última hora de la tarde para evitar las multitudes y disfrutar de una luz más suave, que le da un toque mágico al castillo.
Una vez en el castillo, lleva calzado cómodo, porque hay muchas escaleras y el terreno dentro y fuera es irregular. No hay cafeterías ni tiendas en la isla, así que si piensas pasar un rato, lleva tu propia agua y algún tentempié. El recorrido por el castillo no es muy largo, puedes explorarlo a fondo en una hora u hora y media, pero si te gusta sentarte y absorber el ambiente, calcula un poco más. La accesibilidad es limitada, dado que es un castillo medieval; hay muchas escaleras y no está adaptado para sillas de ruedas. Es un lugar para explorar y sentir, no tanto para comprar souvenirs.
Lo que te llevas de Almourol no es una foto, sino una sensación. Es la quietud del río, el frío de la piedra bajo tus dedos, el eco del viento entre los muros que han visto siglos pasar. Es la experiencia de sentirte diminuto frente a la historia, de desconectar del ruido y sumergirte en un silencio que te envuelve. Te irás con la impresión de haber viajado no solo a un lugar, sino a otro tiempo, y la sensación de que, por un rato, fuiste parte de algo verdaderamente antiguo y mágico.
Un abrazo desde el camino,
Olya from the backstreets