Imagina por un momento que la luz disminuye a tu alrededor, que el murmullo de la calle de Savannah se desvanece, y en su lugar, un ambiente denso y cargado te envuelve. Al cruzar el umbral del American Prohibition Museum, no solo entras en un edificio, sino que te sumerges en una cápsula del tiempo. Sientes de inmediato el cambio en la temperatura del aire, un poco más fresco, como si el tiempo se hubiera ralentizado. El suelo bajo tus pies cambia, quizás de asfalto a una madera vieja y pulida que cruje suavemente con cada paso, contándote historias silenciosas. Escuchas un zumbido bajo y constante, una mezcla de voces distantes, risas ahogadas y, si te concentras, el tintineo sutil de hielo en vasos, como si una fiesta clandestina estuviera ocurriendo justo al lado. Hay un olor particular, una mezcla tenue de madera antigua, polvo y quizás un eco de tabaco rancio o licor derramado, un aroma que te dice que estás en un lugar donde se guardaron muchos secretos. Sientes una punzada de emoción, una curiosidad casi palpable, como si fueras a descubrir algo prohibido.
Mientras avanzas, tus pasos te guían por pasillos que se estrechan y se abren, creando una sensación de laberinto, de algo oculto. De repente, el sonido de una puerta corredera, un golpe discreto, y un fragmento de jazz vibrante se filtra a través de una pared. Estás buscando, casi instintivamente, la entrada al "speakeasy" del museo, el Congress Street Up. No es obvio, está diseñado para ser secreto. Sientes la anticipación mientras tus dedos rozan una pared, buscando una grieta, un panel que ceda. Cuando finalmente lo encuentras y entras, el sonido se transforma: el jazz ahora te envuelve por completo, es más fuerte, más auténtico, las risas son más claras y el suave tintineo de los vasos es real. El aire es denso, cálido, y puedes casi saborear el ambiente de camaradería y desafío a la ley. Aquí, la experiencia es completa; no solo escuchas sobre la Prohibición, la vives. Puedes pedir una bebida (sin alcohol, claro, o con alcohol si es un cóctel de la época recreado con ingredientes modernos), sentarte en un taburete de bar y sentir la vibración del bajo del jazz en tu pecho, como si estuvieras en los años 20.
Más allá del speakeasy, la historia se despliega ante ti, no como una lectura, sino como una serie de encuentros. Puedes escuchar grabaciones de voces de la época, testimonios reales que te transportan a las vidas de quienes sufrieron y se beneficiaron de la Prohibición. Sientes la textura áspera de la tela de los sacos que usaban los contrabandistas para camuflar botellas, o la frialdad metálica de una destiladora ilegal. El ambiente cambia de la euforia del speakeasy a la tensión de las redadas policiales; puedes escuchar los gritos, las sirenas, el sonido de botellas rompiéndose. La narrativa del museo es muy humana, centrándose en las historias de la gente común, de los agentes de la ley y de los gánsteres. Te encuentras con réplicas de vehículos usados para el contrabando, sientes el tamaño imponente de un camión adaptado para ocultar alcohol, y puedes casi oler la gasolina y el licor. Cada sala te ofrece una nueva perspectiva, un nuevo sonido, una nueva sensación que te conecta con un capítulo fascinante y turbulento de la historia americana.
Si planeas visitarlo, te recomiendo ir por la mañana temprano, justo cuando abren, o a última hora de la tarde. Así evitarás las multitudes y podrás absorber cada detalle con más calma. Está muy bien ubicado en el centro de Savannah, fácil de encontrar. Dedica al menos dos horas para recorrerlo todo con tranquilidad, y si quieres disfrutar del speakeasy, añade un poco más de tiempo. Las entradas se pueden comprar en línea, lo que te ahorrará algo de tiempo en la fila. Es bastante accesible para sillas de ruedas, lo cual es un plus. Y un último consejo: después de sumergirte en el pasado, sal y busca un buen café o un helado en River Street, que está a solo unos pasos. Te ayudará a regresar suavemente al presente.
Olya from the backstreets