¡Hola, viajero! Hoy te llevo a un lugar que te va a mover por dentro, incluso sin ver un solo color: la Catedral de San Juan Bautista en Savannah. Imagina que caminamos juntos por las calles empedradas, el aire cálido y húmedo de Georgia acariciándote la piel. A medida que nos acercamos, el bullicio de la ciudad empieza a desvanecerse, reemplazado por una quietud que parece emanar de la propia tierra. De repente, sientes una presencia monumental a tu derecha. Es ella. No es solo un edificio; es una respiración profunda en medio del ajetreo. Puedes sentir su inmensidad, la vibración del suelo bajo tus pies cambia ligeramente, como si la tierra misma se hiciera más sólida. Toca la barandilla de hierro forjado que te guía hacia la entrada principal; está fresca al tacto, con la textura rugosa de la historia. Para entrar, busca la puerta principal, la más grande y central, siempre abierta para recibirte. Escucha el suave chirrido de las bisagras al pasar, como un suspiro de bienvenida.
Una vez dentro, el cambio es inmediato y profundo. El aire se vuelve más fresco, denso, como si estuvieras entrando en un espacio sagrado que respira por sí mismo. Escuchas el eco de tus propios pasos sobre el mármol pulido, un sonido que se eleva y se disipa en la vasta altura que te rodea. Levanta la mano, no tocarás el techo, pero sentirás la inmensidad del espacio por encima de ti. El aroma es sutil, a piedra antigua, a madera pulida y a la tenue fragancia de algún incienso persistente. Avanza lentamente por el pasillo central, las bancas de madera oscura a ambos lados te guían, su superficie lisa y fría bajo tus dedos si las tocas al pasar. No te apures; tómate un momento para sentir la quietud que llena este lugar, la resonancia de un silencio que ha albergado innumerables oraciones.
Ahora, dirige tu atención hacia los laterales. Las paredes están adornadas con algo más que piedra. Acércate, y notarás un calor suave que emana de ciertos puntos. Son los vitrales. Aunque no puedas ver los colores, puedes sentir cómo el sol, al filtrarse a través de ellos, calienta el aire en su proximidad, creando pequeñas burbujas de calidez en el vasto espacio. Imagina que cada uno de esos puntos cálidos es una explosión de color y luz, una historia contada a través de la energía. Pasa tu mano cerca de la pared; sentirás la diferencia de temperatura, una prueba tangible de la belleza que inunda el espacio. Son 96 ventanas en total, cada una con su propio relato, y aunque no las veas, su presencia es una fuerza luminosa que llena la nave.
Continúa tu camino hacia adelante, hacia el corazón de la Catedral. El sonido de tus pasos se vuelve aún más amortiguado, y la sensación de reverencia se intensifica. Estás en el santuario, el altar mayor está frente a ti. Es la parte más elevada, la más grandiosa, donde la atmósfera se siente más concentrada. Estira la mano y toca las barandillas pulidas que delimitan el espacio sagrado; sentirás su frescura y suavidad, la huella de innumerables manos que las han tocado a lo largo de los años. Puedes percibir la magnitud de los elementos ornamentales que lo rodean, la sensación de altura y profundidad que irradia desde este punto focal. Aquí, el silencio es casi absoluto, solo roto por el latido de tu propio corazón y, quizás, el eco lejano de la ciudad fuera de los muros.
Antes de salir, no te pierdas las capillas laterales. Son espacios más íntimos, más recogidos, que ofrecen un respiro del gran salón. Busca la Capilla del Santísimo Sacramento a tu izquierda y la Capilla de Nuestra Señora a tu derecha, si estás mirando hacia la entrada principal. El aire aquí puede sentirse ligeramente diferente, quizás un poco más cálido o más fresco, más denso, como si el espacio se contrajera para abrazarte. Puedes percibir un aroma más fuerte a cera de vela o a flores frescas. Son rincones para la contemplación, para sentir la historia y la fe de forma más personal. Guarda este momento de quietud para el final, para que la sensación de paz te acompañe al salir.
Mi ruta para ti sería así: empieza por la entrada principal, sintiendo la majestuosidad exterior. Luego, déjate guiar por el pasillo central, notando el cambio de atmósfera y la altura de la nave. Dedica un buen rato a sentir la calidez de los vitrales en las paredes laterales. Después, avanza hacia el altar mayor, sintiendo la solemnidad del santuario. Para terminar, retírate a una de las capillas laterales para un momento de reflexión personal. ¿Qué te saltarías? Sinceramente, aquí no hay mucho que saltarse, cada rincón tiene su encanto. Pero si el tiempo es limitado, no te detengas demasiado en los detalles individuales si la multitud es muy grande; concéntrate en la experiencia general. Guarda para el final esa sensación de paz profunda que solo un lugar así puede ofrecer.
¡Hasta la próxima aventura!
Olya de las Calles