¡Hola, hola, gente viajera! Acabo de volver de un lugar en Panamá que me tenía con curiosidad: el Centro Natural de Punta Culebra. Y, como siempre, vengo a contarte todo, sin filtros, como si te lo estuviera mandando en un audio.
Imagina esto: acabas de dejar atrás el bullicio de la ciudad, el claxon de los coches, el aroma a gasolina y a café. De repente, el aire cambia. Se vuelve más denso, más húmedo, con un toque salado que te envuelve. Escuchas el murmullo constante de las olas rompiendo suavemente a lo lejos, un sonido que te calma al instante. Caminas por un sendero donde el sol se filtra entre las hojas, y sientes esa brisa marina que te acaricia la piel, disipando el calor. Es un respiro, un pequeño oasis verde y azul donde el tiempo parece ralentizarse. Eso fue lo primero que me atrapó de Punta Culebra: esa sensación de desconexión inmediata, de estar en un lugar donde la naturaleza manda.
Luego te adentras en el acuario, y la luz cambia. De la luminosidad exterior pasas a una penumbra fresca, donde el único brillo viene de los tanques. Escuchas el suave burbujeo del agua, casi como un mantra. Puedes acercar tu mano al cristal y sentir la frialdad de su superficie mientras observas a los peces, tan cerca que casi puedes percibir la vibración del agua. Hay una variedad sorprendente de criaturas marinas que viven en las costas panameñas, desde peces de colores vibrantes hasta estrellas de mar rugosas y erizos que parecen pequeños pompones espinosos. Lo que más me gustó fue la cercanía, la oportunidad de ver de cerca especies que normalmente solo imaginas en el fondo del mar. Eso sí, para serte honesta, algunas instalaciones se sienten un poco antiguas, como si necesitaran una manita de gato, pero la información sobre las especies es clara y fácil de entender.
Pero la verdadera magia está afuera, en los senderos. Te envuelve el aroma de la vegetación tropical mezclado con ese toque salino del océano. Tus pies pisan un camino de tierra irregular, a veces con piedras sueltas, otras con hojas secas que crujen bajo tus pasos. Escuchas el canto de los pájaros, el zumbido de los insectos y, si te fijas bien, el sutil arrastrar de las iguanas que se camuflan perfectamente en los árboles. A mí me sorprendió muchísimo ver a los perezosos. ¡Están ahí, en los árboles, moviéndose tan despacio que tienes que obligarte a detenerte y observarlos con paciencia! Es increíble cómo, a tan poca distancia de la capital, puedes sentirte en plena selva. Eso sí, lleva repelente, porque la humedad y la vegetación son un imán para los mosquitos, y el sol puede ser implacable en las horas centrales del día, así que un buen sombrero y protector solar son tus mejores aliados.
En resumen, si buscas un lugar para escapar del asfalto por unas horas, conectar con la naturaleza y aprender un poco sobre la vida marina y terrestre de Panamá, Punta Culebra es una excelente opción. No esperes un parque temático gigante, es un centro modesto pero lleno de vida. Ve con tiempo para sentarte, observar, escuchar. Es el tipo de lugar que te recuerda lo valiosa que es la tranquilidad y la biodiversidad que nos rodea. ¿El mejor momento para ir? Temprano en la mañana, antes de que el calor apriete demasiado y para tener más posibilidades de ver animales. Lleva tu propia botella de agua reutilizable; hay donde rellenarla y así evitas plásticos. Y si vas con niños, les va a encantar, es muy interactivo para ellos.
¡Hasta la próxima aventura!
Olya from the backstreets.