Imagina que te alejas del rugido de la ciudad. El aire en Panamá, que antes era denso con el tráfico y el hormigón, empieza a cambiar. Sientes cómo se vuelve más húmedo, más fresco, como si cada bocanada te llenara los pulmones con algo vivo. El sonido de los coches se desvanece y, en su lugar, un coro de zumbidos, el murmullo de hojas y el canto de bichos que nunca habías escuchado, empieza a envolverte. Ya no estás en la ciudad, estás en el umbral de algo salvaje.
Para llegar, lo más sencillo es tomar un taxi o un Uber desde cualquier punto de la ciudad. El trayecto dura unos 30-40 minutos, dependiendo del tráfico, y te deja justo en la entrada de la magia.
Una vez que pones un pie en el camino, sientes la tierra bajo tus zapatillas, blanda y húmeda por la constante humedad de la selva. Te adentras. Los sonidos te rodean por completo: un concierto de grillos, el rasgar de ramas que parecen moverse solas, y de repente, un grito lejano y gutural que te hace detenerte un instante. El olor es inconfundible: tierra mojada, hojas en descomposición y el dulzor de flores exóticas que no puedes ver. La luz se filtra a través de un dosel de hojas tan espeso que el sol apenas es un recuerdo, creando un ambiente de penumbra constante.
Si quieres sumergirte de verdad, busca el famoso Camino del Oleoducto. Es una ruta relativamente plana y bien señalizada, perfecta para sentir la selva sin perderte. Asegúrate de llevar calzado cerrado y cómodo, nada de sandalias.
Mientras caminas, de repente, escuchas un aleteo cercano y sientes una ráfaga de aire. ¿Un pájaro enorme? No lo sabes, pero la presencia es innegable. Si te quedas quieto, el silencio se rompe con un suave goteo de agua desde las alturas, o el susurro de algo moviéndose entre la maleza. A veces, sientes una diminuta cosquilla en tu piel, una hormiga exploradora que te recuerda que estás en su casa. Es una sensación de estar rodeado de vida, de ser parte de un ecosistema que bulle sin cesar.
Para tener la mejor oportunidad de "sentir" la vida salvaje, llega muy temprano por la mañana, justo al amanecer. Los animales están más activos y los sonidos son más intensos. Y por favor, mantén la voz baja; eres un invitado en su hogar.
Llegarás a puntos donde la vegetación se abre un poco, y puedes sentir una brisa más fresca. A veces, oirás el sonido constante de un río cercano, y si sigues el murmullo, te encontrarás con el agua. Sumerge los dedos; el agua está fresca, casi fría, un alivio bienvenido contra la humedad pegajosa del aire. El sonido del agua fluyendo sobre las rocas es una melodía constante y relajante, un contraste con los gritos y chirridos de la selva. La sensación de paz es palpable, casi como si el tiempo se detuviera.
No olvides llevar una botella de agua reutilizable (o dos) porque la humedad te deshidrata rápido. Un buen repelente de insectos es tu mejor amigo, y si planeas quedarte un buen rato, una pequeña mochila con algunos snacks te vendrá de maravilla. Y sí, una chaqueta ligera impermeable es una buena idea, las lluvias tropicales llegan sin avisar.
Cuando finalmente te das la vuelta para volver, sientes cómo la humedad de la selva se ha pegado a tu piel, pero no de una forma incómoda, sino como un recuerdo. Los sonidos que al principio te parecían extraños, ahora son casi familiares. Llevas contigo no solo el cansancio de la caminata, sino la sensación de haber respirado aire puro, de haber escuchado el latido de la tierra. Tu cuerpo, aunque un poco sudoroso, se siente ligero y renovado.
Al salir, verás que no hay muchas opciones de comida o bebida justo en la entrada, así que planifica tus comidas antes o después. Y recuerda, todo lo que entra contigo, debe salir contigo. No dejes nada atrás, queremos que la selva siga siendo un lugar para sentir y vivir para todos.
Max en ruta