¿Qué haces realmente allí? Imagina que te acercas a la base, en la parte nueva de la ciudad. El sol de la tarde te calienta la espalda, y aunque el bullicio de la gente está presente, hay un zumbido particular que se va haciendo más fuerte: el de los cables tensos, moviéndose. Sientes el asfalto bajo tus pies, luego el fresco de la sombra cuando te acercas a la estación de abajo. Hay un murmullo de voces en diferentes idiomas, una emoción contenida en el aire. Es la anticipación de lo que viene, una sensación de elevación inminente.
Entras en una cabina espaciosa. El aire es fresco por un instante, y sientes el suave roce del metal al cerrarse la puerta tras de ti con un *clic* seguro. Hay un pequeño tirón, casi imperceptible, y de repente, tus pies ya no están sobre tierra firme. Sientes cómo el suelo se aleja lenta pero constantemente. La presión en tus oídos cambia suavemente, como cuando bostezas, y el sonido del mundo exterior se va atenuando, dejando solo el suave zumbido de los engranajes y el viento que empieza a rozar la cabina.
Mientras te elevas, puedes casi sentir cómo la ciudad se hace más pequeña bajo ti. Los tejados de terracota, que antes parecían individuales, ahora se unen en una manta texturizada de color rojizo. El azul del Adriático se expande hasta el horizonte, inmenso, y puedes sentir la brisa marina, aunque estés dentro, a través de la leve vibración de la cabina. Es una sensación de vértigo suave, pero a la vez de libertad, como si flotaras por encima de todo el ajetreo.
Cuando las puertas se abren arriba, el aire es diferente. Más fresco, más puro, con un toque salado y el aroma a pino. Sientes el espacio abierto, inmenso, que te envuelve. El murmullo de voces es más disperso, llevado por el viento, y el sonido de las gaviotas es más nítido. Puedes sentir la calidez del sol en tu rostro, sin las sombras de los edificios. Es un impacto sensorial, la vastedad que te rodea, la sensación de estar en la cima del mundo, con la ciudad amurallada extendiéndose como una maqueta a tus pies.
Desde allí, puedes caminar un poco por los senderos de piedra, sintiendo su textura rugosa bajo tus zapatos. El viento te acaricia el pelo, y puedes escuchar su silbido suave entre los arbustos. Hay bancos donde puedes sentarte y sentir el sol en tu piel mientras el tiempo parece detenerse. Si te acercas a los bordes, la sensación de altura es aún más pronunciada, y puedes casi escuchar el eco de las olas rompiendo muy abajo. Hay una pequeña tienda donde el aire huele a souvenirs y recuerdos, y un restaurante donde puedes sentir el calor de una bebida en tus manos mientras sigues contemplando el horizonte.
Mira, esto es lo que necesitas saber de forma práctica. Lo mejor es ir temprano por la mañana, justo cuando abren, o al final de la tarde, antes del atardecer. Así evitas las multitudes y la luz es increíble para cualquier "foto" que guardes en tu memoria. Los tickets puedes comprarlos directamente en la estación de abajo, en la taquilla, o con antelación online si quieres ahorrarte la cola. El viaje en sí es corto, apenas unos minutos, pero la experiencia arriba puede llevarte desde media hora hasta un par de horas, dependiendo de si solo quieres ver la vista o explorar un poco más. Lleva calzado cómodo, claro, y si vas en primavera u otoño, una chaqueta ligera, el aire arriba siempre es más fresco.
Y cuando llega el momento de bajar, es una experiencia diferente. La ciudad vuelve a crecer ante tus ojos. Los detalles de los tejados, las calles estrechas, los pequeños barcos en el puerto, se van haciendo más claros. Sientes cómo la cabina desciende suavemente, y la vida de la ciudad te va envolviendo de nuevo. Es un regreso gradual, una vuelta a la realidad después de haber flotado un rato por encima de ella, con una sensación de haber absorbido algo grandioso.
Léa desde la carretera