¡Hola, trotamundos! Hoy te llevo de la mano a un lugar especial en Dubrovnik, un rincón que respira historia y te envuelve sin que te des cuenta: la Iglesia de San Blas (Crkva Sv. Vlaha).
Imagina esto: Estás en el corazón de la ciudad vieja, en el Stradun, esa calle principal que es como una alfombra de piedra pulida, lisa y brillante bajo tus pies. Cada paso resuena suavemente en el aire. El sol de la mañana ya calienta la piedra, y puedes sentir ese calor que irradia desde el suelo. Avanzas, y el sonido de tus propios pasos se mezcla con el murmullo lejano de las gaviotas y las voces de la gente. De repente, la calle se abre y frente a ti, majestuosa, sientes la presencia de la iglesia. No hay adoquines aquí, todo es liso, amplio. Tus pies te guían directamente hacia ella, sin curvas ni desvíos, por una extensión de piedra tan pulida que casi podrías patinar sobre ella. Sientes cómo el espacio se expande, invitándote a acercarte, a subir los pocos escalones anchos que te elevan hacia su entrada principal. Son escalones bajos, fáciles de subir, que te preparan para el cambio de ambiente.
Al cruzar el umbral, el aire cambia al instante. Es más fresco, más denso, y el sonido del exterior se amortigua, como si una manta silenciosa te envolviera. El suelo bajo tus pies sigue siendo de piedra, pero ahora es diferente: una superficie lisa y fría, posiblemente mármol o una piedra similar, desgastada por siglos de pisadas, pero aún así maravillosamente pulida. Te das cuenta de que no hay un "camino" definido por pasillos estrechos o bancos que te obliguen a una dirección. En su lugar, el espacio interior es una gran nave abierta. Puedes sentir la amplitud a tu alrededor, la libertad de moverte. Tu cuerpo se orienta de forma natural hacia el altar principal, guiado por la propia arquitectura del lugar, por la forma en que las paredes y las columnas se elevan y se encuentran en el centro.
A medida que avanzas, la luz se filtra a través de las ventanas altas, creando parches de calidez sobre el suelo frío. No hay escalones interiores, ni rampas; es una superficie continua y nivelada, lo que hace que explorarla sea sencillo y fluido. Si te acercas a los altares laterales, sentirás cómo la nave principal te abraza y te permite desviarte ligeramente. No hay barreras, solo la invitación a explorar los detalles de cada rincón. Puedes pasar tu mano por las bases de las columnas, sentir la frialdad de la piedra, o la suavidad de la madera de los bancos, que te invitan a sentarte y simplemente ser. El olor es sutil, una mezcla de piedra antigua y, a veces, un ligero rastro de incienso.
La belleza de este espacio es su simplicidad en la navegación. La ausencia de pasillos complicados o caminos laberínticos significa que el "recorrido" lo dictas tú. Puedes ir directo al altar, o girar para sentir la textura de una pared lateral, o caminar lentamente hacia atrás para apreciar la magnitud de la entrada. El suelo liso te permite moverte sin esfuerzo, y cada paso resuena suavemente en el silencio. Es un lugar que te invita a la calma, a la contemplación, sin prisas, sin obstáculos.
Un consejo práctico: si buscas la máxima tranquilidad, intenta ir a primera hora de la mañana. El Stradun aún no está abarrotado y la iglesia es un remanso de paz. Fíjate bien en el suelo cerca del altar mayor; los patrones del mármol te cuentan historias sin palabras. Y no te olvides de levantar la vista de vez en cuando; la cúpula es impresionante y el silencio que la envuelve es casi tangible.
¡Hasta la próxima aventura!
Olya from the backstreets