¡Imagina que acabas de llegar a Lyon y te voy a llevar de la mano a mi rincón favorito: el Vieux Lyon! No es solo un barrio, es una cápsula del tiempo, un susurro del pasado que te envuelve. Para empezar, sal del metro en Vieux Lyon – Cathédrale Saint-Jean. En cuanto pises la calle, escucha. ¿Oyes el eco de tus propios pasos sobre los adoquines irregulares? Es el sonido que ha acompañado a generaciones aquí. Siente el aire fresco en tu cara, con ese toque húmedo que solo tienen las ciudades junto al río. Es como si el tiempo se ralentizara solo para ti.
Te invito a meterte en sus secretos más guardados: las traboules. No busques grandes letreros, solo puertas que parecen residenciales y que, si están abiertas, te invitan a pasar. Es como un juego. Estira la mano y toca la piedra fría de sus paredes interiores. Siente la humedad, el musgo quizás, y el eco de cada paso que das se multiplica, creando una banda sonora única. Imagina a los tejedores de seda de antaño, moviéndose rápidamente por estos pasadizos, con sus mercancías a cuestas. Hay una intimidad en estos lugares, una sensación de estar descubriendo algo que no todo el mundo ve.
Para que no te pierdas, busca las pequeñas placas que a veces las indican, o simplemente fíjate en las puertas entreabiertas. No tengas miedo de asomarte, suelen estar señalizadas si son de acceso público. Muchas conectan una calle con otra a través de patios interiores y escaleras ocultas. Una de mis favoritas es la que pasa por La Tour Rose (en la Rue du Boeuf), que te dejará en la Rue de la Bombarde. Es una de las más conocidas, pero hay muchas más para descubrir. Lleva calzado cómodo, porque las piedras pueden ser traicioneras.
Después de tanto caminar, el estómago empieza a pedir tregua. Y aquí es donde el Vieux Lyon te conquista por el paladar. El olor a estofado, a cebolla caramelizada, a pan recién hecho… te guiará sin darte cuenta a uno de los famosos bouchons lyonnais. Son restaurantes pequeños, acogedores, donde el tiempo parece detenerse. Entra, escucha el bullicio de las conversaciones y el tintineo de los cubiertos. Pide unas quenelles de brochet o un tablier de sapeur. Y no te olvides del postre: la tarte à la praline rose, con ese color tan característico y su dulzor intenso, es un abrazo al alma. Ojo, los buenos bouchons se llenan, así que si ya sabes dónde quieres ir, mejor reserva con antelación. No son sitios de prisas.
Mientras paseas por la Rue Saint-Jean o la Rue du Boeuf, levanta la vista. Los edificios renacentistas, con sus ventanas altas y sus fachadas color pastel, cuentan historias silenciosas. Siente la textura de las puertas de madera antiguas, pulidas por el paso de siglos de manos. Escucha el lejano tañido de una campana de iglesia, que te recuerda que estás en un lugar con mucha historia. Hay tiendecitas de artesanos locales, de seda, de chocolate… Si te apetece un souvenir, busca algo auténtico, no te quedes solo con lo más obvio. A veces, las cosas más sencillas son las que más dicen de un lugar.
Si vas con la idea de sentir el barrio con los pies y el corazón, quizá puedas dejar para otra ocasión los museos más grandes como el Musée Gadagne (Museo de Historia de Lyon y de las Marionetas). Son interesantes, sí, pero si tu tiempo es limitado y buscas una experiencia más inmersiva y de calle, no son imprescindibles para capturar la esencia del Vieux Lyon. Prioriza perderte por sus callejuelas y descubrir los detalles en cada rincón, eso es lo que te dejará huella.
Y ahora, para el gran final, vamos a subir. No te lo guardes para el principio, es la guinda del pastel. Dirígete hacia la Basílica de Notre-Dame de Fourvière. Imagina que el viento te acaricia la cara mientras asciendes, y de repente, se abre ante ti el panorama de toda la ciudad. Siente la inmensidad, el silencio que contrasta con el bullicio de abajo. Es como si Lyon se extendiera a tus pies, un lienzo de tejados rojos y edificios antiguos. Si puedes, ve al atardecer; la luz dorada sobre la ciudad es mágica, tiñiendo todo de un brillo cálido que te envuelve. Es un momento para respirar hondo y sentirte parte de algo mucho más grande.
Para subir a Fourvière, la forma más cómoda y parte de la experiencia es tomar el funicular desde la estación de metro Vieux Lyon. Es rápido y te deja justo al lado de la basílica. Te recomiendo ir a media tarde para ver la luz del día y quedarte hasta que enciendan las luces de la ciudad. La vista nocturna de Lyon es espectacular. No te olvides de echar un vistazo a la basílica por dentro si te apetece, es imponente, pero la vista desde fuera es lo que te dejará sin aliento.
Así que ya lo sabes, el Vieux Lyon no es solo un mapa, es un abrazo, un susurro, un sabor. Es un lugar para sentirlo con cada poro de tu piel. Espero que lo disfrutes tanto como yo. ¡Hasta la próxima aventura!
Olya from the backstreets