¡Hola, viajeros del alma! Hoy nos teletransportamos a Lyon para sentir uno de sus pulmones verdes más impresionantes: el Parc de la Tête d'Or. ¿Cuándo se siente mejor? No es solo un mes, es una sinfonía de sensaciones que cambian con la estación.
Imagina que es primavera. El aire, fresco y ligero, te acaricia la piel justo cuando el sol empieza a calentar de verdad, pero sin agobiar. Hueles la tierra recién regada, el dulzor de las flores que explotan en cada parterre y, si cierras los ojos, podrías distinguir el aroma suave de los cerezos en flor. Escuchas el trino incansable de los pájaros, risas de niños que corretean y el murmullo tranquilo de las conversaciones. La gente, familias con carritos, parejas de la mano, grupos de amigos, se mueve con una alegría contagiosa, pero el parque es tan inmenso que nunca te sientes apretado. Es la época donde el alma respira y se expande, donde cada paso es una promesa de vida nueva.
Cuando llega el verano, la atmósfera cambia. El sol se vuelve más intenso, y aunque el aire puede sentirse denso al mediodía, siempre encuentras un refugio fresco bajo la sombra generosa de los árboles centenarios. El olor a hierba recién cortada se mezcla con el del cloro de las piscinas cercanas y el aroma dulce de los helados. Oyes el chapoteo constante del lago, las voces animadas de los grupos haciendo picnic, la música lejana de algún chiringuito. La multitud es densa, sí, especialmente los fines de semana, con gente tumbada en el césped, ciclistas, patinadores. La energía es alta, casi vibrante, un espíritu de vacaciones que invita a la pereza y al disfrute sin prisas.
El otoño trae consigo una melancolía hermosa. Sientes el aire más nítido, un frío que te pica la nariz y las mejillas, invitándote a abrigarte. El olor a hojas secas y tierra húmeda lo impregna todo, un aroma profundo y terroso que te conecta con la naturaleza. Escuchas el crujido de las hojas bajo tus botas, el viento silbando entre las ramas desnudas. El parque se vacía un poco, la gente es más local, paseando a un ritmo más lento, absorta en la belleza dorada y rojiza de los árboles. Es un momento para la introspección, para caminar en silencio y admirar el espectáculo de colores que la naturaleza pinta antes de dormirse.
Y luego está el invierno, la estación más tranquila. El aire es helado, cortante, y a menudo sientes la humedad que precede a la niebla o a una posible nevada. El olor es limpio, casi ausente, a veces con un matiz metálico de frío. El silencio es casi total, roto solo por el graznido ocasional de un cuervo o el paso de un corredor solitario. La gente es escasa, solo los más valientes o los que buscan esa paz absoluta se aventuran. El parque adquiere una belleza austera, con las ramas desnudas dibujando siluetas contra el cielo gris. Es un buen momento para sentir la inmensidad del parque, para una caminata meditativa que te despeja la mente.
¿Mi consejo? Si buscas la explosión de vida y color, ve en primavera (finales de abril a principios de mayo). Si prefieres el bullicio y el sol, el verano es lo tuyo, pero ve temprano o al atardecer para evitar el calor más fuerte. Para la belleza contemplativa y los colores mágicos, el otoño (octubre) es insuperable. Y si lo tuyo es la paz y la soledad, o una caminata diferente, no descartes el invierno. El parque es enorme y siempre hay un rincón para ti. No te pierdas el jardín botánico, incluso en invierno tiene su encanto bajo los invernaderos, y el zoo, que es gratuito. Hay varios accesos; la entrada principal por la Porte des Enfants du Rhône es la más impresionante, pero si vas en bici, hay otras más cómodas.
¡Que disfrutes cada sensación!
Olya from the backstreets