¡Hola, trotamundos! Hoy te llevo a un lugar donde la historia respira y el tiempo se detiene: el Teatro Antiguo de Fourvière en Lyon. No es solo un montón de piedras viejas, es un espacio que te abraza y te cuenta historias con cada pisada.
Imagina que empiezas a ascender por la colina de Fourvière. El camino principal que te lleva hasta allí es una mezcla de aceras lisas y, a veces, tramos adoquinados que te hacen sentir cada paso. No son estrechos, son lo suficientemente amplios como para caminar tranquilo, sin prisas. A medida que subes, el aire se siente un poco más fresco, y si vas en primavera, quizás percibas el suave aroma de la tierra húmeda o de alguna flor silvestre. Tus pies notan cómo la pendiente se incrementa gradualmente, una subida suave pero constante que te prepara para lo que viene. Escuchas el murmullo de la ciudad que queda abajo, pero poco a poco, ese sonido se va desvaneciendo, reemplazado por una calma envolvente.
Una vez que llegas arriba, te encuentras con la entrada al teatro. No hay puertas que cruzar, es una transición fluida. Te deslizas por una suave pendiente, y de repente, la inmensidad del teatro se abre ante ti. El suelo bajo tus pies cambia: ya no es asfalto ni adoquín, sino una mezcla de gravilla compacta y tierra que cruje suavemente con cada paso. Tus pies te guían hacia las gradas, que son de piedra antigua, pulida por el tiempo y por las incontables personas que las han pisado. Son escalones anchos, no demasiado altos, que te permiten subir o bajar con facilidad entre los diferentes niveles de la *cavea* (la zona de asientos). Puedes pasar la mano por la piedra y sentir su frescura, su textura rugosa pero a la vez suave al tacto. El espacio es vasto, abierto, y el sol, si está presente, calienta tu piel, mientras que una brisa ligera puede acariciar tu rostro, trayendo el eco de las voces de otros visitantes que, como tú, se maravillan.
Desde las gradas, puedes descender hacia la *orchestra*, el espacio semicircular frente al escenario. El camino es una serie de escalones más pequeños, también de piedra, que te llevan directamente al centro del teatro. Aquí, el suelo es plano y de tierra batida, compacta y lisa, casi como una pista de baile antigua. Sientes la amplitud del espacio, la resonancia de tu propia voz si te atreves a hablar en voz alta. Es un lugar donde te sientes pequeño, pero a la vez conectado con milenios de historia. Puedes caminar por el borde del escenario, que es una plataforma elevada, y sentir la solidez de la construcción bajo tus pies. No hay caminos estrechos aquí; todo es abierto y accesible, permitiéndote explorar libremente, tocar las piedras, sentir la historia.
Justo al lado del gran teatro, hay un pequeño camino, también de gravilla compacta, que te lleva al Odeón, un teatro más pequeño y más íntimo. Es un paseo corto, de apenas unos metros, y el suelo se mantiene igual, fácil de transitar. La sensación es similar, pero el espacio es más recogido, con una acústica diferente, más personal. Al salir de los teatros, los caminos vuelven a ser suaves pendientes y tramos de adoquín que te devuelven a la realidad, pero con la mente llena de ecos del pasado. La transición es gradual, no hay barreras, solo un fluir natural que te invita a explorar y a sentir cada rincón de este lugar tan especial.
¡Hasta la próxima aventura!
Olya from the backstreets