¡Hola, amigo! ¿Sabes? Acabo de volver de Dubái y tengo que contarte de Sheikh Zayed Road. ¡Uf! Es una cosa de locos, te lo juro. Imagina que te plantas en medio de una avenida que parece no tener fin. No es solo una carretera, es como el pulso de la ciudad, latiendo sin parar. Escuchas un zumbido constante, el murmullo de miles de coches, algunos tan silenciosos que apenas los notas, otros con un rugido lejano. Sientes el asfalto bajo tus pies vibrar un poquito, y el aire... ¡Madre mía, el aire! Fuera, es un abrazo cálido que te envuelve, denso y constante. Pero luego, entras en cualquier edificio, en un taxi, y es como si te zambulleras en una burbuja de aire helado, un contraste que te golpea y te alivia a la vez. Es una experiencia muy física, créeme.
Y luego están los edificios. No es que los veas, es que los *sientes*. Imagina que levantas la cabeza y el cuello se te cansa de tanto mirar hacia arriba. Son rascacielos que se pierden en el cielo, estructuras gigantescas de cristal y acero que te hacen sentir diminuto, como una hormiguita en un hormiguero futurista. Cuando el sol les da de lleno, sientes cómo la luz rebota en miles de superficies, una intensidad brillante que te envuelve. Es una especie de danza vertical, donde cada torre parece querer tocar las nubes, y tú estás ahí abajo, en medio, experimentando esa inmensidad.
Ahora, si hablamos de moverte por allí, prepárate. Sheikh Zayed Road es para coches, sin duda. Coger un taxi o usar una app de transporte es la forma más eficiente, casi la única si quieres cubrir distancias. Son bastante baratos y los coches están impecables, con ese aire acondicionado a tope que se agradece. El metro también corre paralelo a la carretera, elevado, así que tienes unas vistas espectaculares de los rascacielos mientras te mueves. Es limpio, puntual y te conecta con los principales puntos de interés. Caminar... bueno, caminar es casi una misión imposible. Hay pocos pasos de cebra y las distancias son enormes. No es una zona para pasear tranquilamente, es más bien para ir de un punto A a un punto B en vehículo.
Lo que más me sorprendió, y quizás lo que menos me gustó a la vez, fue la paradoja de la velocidad y la falta de "vida de calle". Vas a toda pastilla en el coche, rodeado de lujo y opulencia, viendo pasar marcas y hoteles de cinco estrellas a una velocidad de vértigo. Pero a la vez, esa misma velocidad te aísla. No hay cafeterías con mesas en la acera, ni gente paseando a su ritmo. Es una arteria principal, sí, pero le falta ese pulso humano que encuentras en otras ciudades. Es eficiente, sí, pero un poco desalmada si buscas el encanto del paseo o el encuentro casual. Te hace sentir más un observador que un participante activo en el día a día.
A pesar de eso, tienes que vivirlo. Es una demostración de ambición, de futuro. Es el sonido de la prosperidad, el tacto del aire frío en un día abrasador, la visión (o la sensación) de algo monumental. Es una experiencia que te deja pensando, que te hace cuestionar los límites de lo posible. No es un lugar para relajarse, es un lugar para asombrarse, para sentir el poder de la modernidad en cada fibra de tu ser. Te lo prometo, te dejará una huella.
Un abrazo desde la carretera,
Max en Movimiento