¡Hola, exploradores del alma! Prepárense, porque hoy vamos a sentir Dubái de una forma muy diferente. No les voy a contar lo que *vi* en Souk Madinat Jumeirah, sino lo que *viví* allí, lo que entró por cada poro de mi piel y se quedó. Imagina que el taxi te deja y, antes incluso de que la puerta se cierre, una oleada de aromas te envuelve. Es una mezcla de especias dulces, incienso oud que te acaricia la nariz con su misterio, y un toque fresco de jazmín que flota en el aire cálido. Caminas y sientes bajo tus pies el ligero desnivel del adoquín, una textura que te ancla. El aire vibra con un murmullo constante: risas lejanas, el tintineo suave de alguna campana de camello decorativa, el eco de pasos sobre la piedra. Es como si el lugar mismo te respirara encima, invitándote a sumergirte sin resistencia.
A medida que te adentras, el sonido se vuelve más denso, más cercano. Escuchas el regateo amistoso, las voces de los comerciantes que te ofrecen sus wares, no con urgencia, sino con una cadencia melódica que te invita a la curiosidad. Tus dedos rozan las sedas suaves y los brocados ásperos que cuelgan de los puestos, la madera pulida de los muebles antiguos, la frescura del barro cocido de las vasijas. Sientes la brisa, a veces tenue, a veces más fuerte, que se cuela por los pasillos abiertos, un alivio suave que contrasta con el calor persistente del día. El ritmo del lugar te envuelve, un pulso lento pero constante que te invita a bajar la guardia, a dejarte llevar por la corriente de gente, por el aroma de café recién molido que ahora se suma al incienso.
De repente, el espacio se abre. Sientes el cambio en la acústica, el murmullo se dispersa un poco más. La sensación de amplitud te envuelve, y aunque no lo veas, sientes la presencia del agua. Un suave chapoteo, el deslizamiento rítmico de un remo. Te acercas y el aire se vuelve más fresco, más húmedo. Si extiendes la mano, casi podrías tocar la superficie tranquila de los canales. El suave balanceo de las abras (los pequeños barcos tradicionales) te invita a subir, y una vez a bordo, sientes la suave brisa sobre tu piel mientras te deslizas, el mundo exterior se difumina y solo queda el suave vaivén, el olor a agua y un silencio casi reverencial. Es un respiro, un momento de calma en medio del ajetreo, que se graba en tu memoria como una sensación de paz profunda.
Ahora, para el lado práctico, si te animas a sentirlo tú mismo: Ve por la tarde-noche. El ambiente es mágico con las luces y la temperatura es mucho más amable. Para llegar, un taxi es lo más fácil y directo; todos saben dónde está. Si buscas comer, hay muchísimas opciones, desde cafeterías casuales con dátiles frescos y café árabe hasta restaurantes más elegantes con vistas al canal. Los precios varían, pero hay algo para todos los presupuestos. En cuanto a las compras, hay de todo: artesanía, joyas, especias, recuerdos. No te olvides de regatear un poco si te animas, es parte de la experiencia y a menudo puedes conseguir un mejor precio. Y sí, el paseo en abra por los canales vale totalmente la pena, es corto pero te da una perspectiva diferente y muy relajante del lugar.
Y cuando te vayas, el Souk Madinat Jumeirah no te abandona. El aroma a oud y especias se queda en tu ropa, el eco del murmullo en tus oídos, y la sensación de paz del agua en tu alma. Es un lugar que te toca, y se queda contigo.
¡Hasta la próxima aventura sensorial!
Olya de las callejuelas