El Chato Tortoise Reserve (Reserva El Chato) Tours and Tickets

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Amigos exploradores, hoy les transporto a un rincón donde el tiempo se detiene en Galápagos: la Reserva El Chato.

Al adentrarme, el suelo bajo mis pies se transforma en un mosaico de rocas volcánicas, ásperas y desiguales, que crujen suavemente con hojas secas a cada paso. El aire, denso y húmedo, trae un aroma terroso, a vegetación selvática y un tenue dulzor a musgo, mezclado con la inconfundible fragancia animal de los gigantes que habitan aquí. El silencio es profundo, roto solo por el lento arrastrar de caparazones contra la tierra, un roce grave y pausado, seguido de un profundo suspiro, casi un quejido ancestral que te eriza la piel. Más adelante, el chapoteo de lodo resuena cerca de un charco, donde la tierra cede bajo el peso de un cuerpo macizo, y el sonido masticatorio lento y rítmico de un mordisco de hierba se vuelve hipnótico. La brisa, que a veces trae ecos lejanos de cantos de pinzones, roza la piel con una humedad refrescante. Cada paso es una meditación, un ritmo acompasado con la eternidad de estas criaturas.

Un abrazo desde el paraíso, ¡nos vemos en el camino!

Los senderos de tierra en El Chato son irregulares y a menudo embarrados, con pendientes suaves y sin pavimentación, dificultando el acceso en silla de ruedas. Los anchos de los caminos varían, pero el flujo de visitantes es generalmente moderado, permitiendo desplazamientos pausados. No hay umbrales arquitectónicos, sin embargo, el terreno natural y las raíces expuestas actúan como barreras constantes. El personal es atento y dispuesto a ayudar, aunque la asistencia física en este entorno natural es limitada por las condiciones.

¡Hola, exploradores! Hoy nos adentramos en un rincón mágico de Santa Cruz.

Aquí, el aire es denso y húmedo, cargado con el inconfundible aroma terroso que solo emerge tras las lluvias, señal inequívoca de que los gigantes están activos. No se trata solo de avistar tortugas, sino de *sentir* la resonancia de su existencia milenaria. Escucha atentamente el crujido deliberado de las ramas bajo su peso colosal, un sonido que muchos confunden con el viento, pero que es, en realidad, el paso imperturbable de un caparazón ancestral sobre el suelo volcánico.

Aventúrate más allá de los senderos más transitados para descubrir los charcos de barro menos obvios que prefieren. Es allí donde se sumergen con una calma casi meditativa, sus cuellos estirados y esos ojos sabios que parecen guardar los secretos de eras pasadas. La luz, tamizada por el dosel espeso de la vegetación de miconia, crea un mosaico de sombras que camufla perfectamente sus siluetas, transformando cada encuentro en un hallazgo íntimo. Observa cómo el barro se adhiere a sus escamas, una capa protectora y refrescante que es parte intrínseca de su ritual diario. El Chato es más que una reserva; es una lección silenciosa sobre la resiliencia y el tempo de la naturaleza, un ritmo que los isleños, con su sabiduría tranquila, comprenden y honran profundamente.

Hasta la próxima aventura, ¡sigan explorando con el corazón abierto!

Comienza en la entrada principal para alquilar tus botas de goma. Enfócate en las zonas abiertas con tortugas; la pequeña exhibición interior es prescindible. Guarda los túneles de lava para el final; su formación volcánica es asombrosa. Su presencia libre es sobrecogedora; prepárate para el barro y disfruta la autenticidad.

Visita temprano por la mañana o al final de la tarde para evitar multitudes y ver más tortugas activas. Dedica al menos 1.5 a 2 horas; el sendero puede ser fangoso, usa calzado adecuado. Hay baños rústicos y una pequeña cafetería cerca de la entrada. Mantén siempre dos metros de distancia de las tortugas y nunca las toques ni alimentes.