¡Hola, explorador! ¿Quieres saber qué se *siente* al visitar el Castillo de Blackness? Imagina esto: estás dejando atrás el ajetreo de Edimburgo, el sonido de los autobuses se desvanece y, poco a poco, el paisaje se abre. Escuchas el murmullo de los neumáticos sobre el asfalto mientras los campos verdes desfilan por la ventanilla, hasta que, de repente, el aire se vuelve más fresco, más salino. Ya hueles la cercanía del estuario del Forth. Para llegar, lo más sencillo es en coche, son unos 40 minutos desde el centro de Edimburgo, una ruta directa y sin complicaciones. Si prefieres el transporte público, busca los autobuses que van hacia Linlithgow, aunque la parada te dejará a una buena caminata de unos 20-25 minutos hasta la entrada del castillo, así que prepárate para estirar las piernas.
A medida que te acercas, la carretera se estrecha y, de repente, lo ves. No es la postal clásica de un castillo. Su forma es alargada, oscura, como un barco de piedra encallado en la orilla, con la proa apuntando hacia el estuario. Sientes el viento, a veces fuerte, que te empuja desde el agua, y el sonido de las gaviotas te envuelve. El olor a algas y a sal es inconfundible. Caminas por un sendero que parece llevarte directamente al pasado, con la hierba a tus pies y el sonido de tus propios pasos resonando en la quietud. Hay un pequeño aparcamiento justo antes de la entrada principal, así que no tendrás problemas para estacionar si vas en coche.
Una vez cruzas el umbral principal, el aire cambia. Se vuelve más denso, más frío, y el eco de tus pasos en el patio empedrado te hace sentir pequeño. La piedra, húmeda y antigua, desprende un olor a historia, a encierro. Puedes tocar las paredes gruesas, sentir la aspereza bajo tus dedos, y casi imaginas a los guardias patrullando. El espacio es abierto pero rodeado por muros imponentes que te dan una sensación de fortaleza inexpugnable. La taquilla está justo al entrar, donde adquieres tu entrada.
Luego, te adentras en las entrañas del castillo. Las escaleras de caracol son estrechas y oscuras, y el sonido de tus propios jadeos se mezcla con el crujido de la madera en algunos tramos. Tus manos rozan las paredes frías y lisas. Pero el esfuerzo vale la pena: al llegar a las almenas, el viento te golpea la cara con fuerza y el olor a mar es abrumador. La vista es expansiva, el estuario del Forth se extiende ante ti, vasto y brillante, con los puentes de Queensferry a lo lejos, siluetas modernas en un paisaje antiguo. Te sientes en la cima del mundo, observando la inmensidad.
Dentro, explorarás las diferentes torres y estancias. En la Torre de la Prisión, el frío es penetrante, y el silencio solo se rompe por el goteo ocasional de agua. Puedes sentir la humedad en el aire y la opresión del espacio, imaginando la desesperación de quienes estuvieron allí. En contraste, los salones superiores, aunque vacíos, te permiten sentir la escala de la vida que una vez los llenó, la luz que entra por las ventanas se siente diferente, más suave. No hay exposiciones permanentes ni mobiliario, lo que te obliga a usar tu imaginación y tus sentidos para recrear el pasado.
Al salir, la luz del día te parece más brillante que nunca. El contraste entre la fortaleza de piedra y el mundo moderno es palpable. Te llevas contigo el sonido del viento, el olor salino y la sensación de haber tocado la historia con tus propias manos. Para la visita, calcula al menos una hora y media para explorarlo con calma. No hay cafetería ni tienda grande en el castillo, así que lleva agua y algo para picar si lo necesitas. Es un lugar para la imaginación, no para las comodidades.
¡Hasta la próxima aventura!
Olya from the backstreets