Imagina que te adentras en una máquina del tiempo, no para viajar a través de los años, sino a través de una sensación. El aire cambia el momento en que cruzas la pasarela hacia el USS Pampanito. Es más frío, denso, cargando el fantasma de mil historias. Escuchas el sutil crujido del metal, los sonidos amortiguados y distantes de la bahía, un zumbido bajo que podría ser el barco asentándose o el eco de tu propio corazón en el espacio confinado. Tu mano roza el acero frío y remachado, y casi puedes sentir las vibraciones de los motores que una vez impulsaron este coloso bajo las olas. ¿El aroma? Una mezcla única de aceite viejo, sal y el tenue e inconfundible olor a historia. No es desagradable, sino profundo, arrastrándote a las vidas de los hombres que llamaron a este estrecho y claustrofóbico buque su hogar. Caminas, agachando la cabeza instintivamente, aunque no sea necesario, sintiendo los techos bajos que te oprimen, los pasillos estrechos que te guían más profundamente en su vientre metálico.
Para que te hagas una idea, el Pampanito está anclado en el Muelle 45, en el corazón de Fisherman's Wharf. La entrada es fácil, solo tienes que seguir las indicaciones. Compra tus tickets online para ahorrarte la cola, sobre todo si vas en fin de semana. Una vez dentro, el recorrido es autoguiado, con audioguías disponibles (muy recomendables para entender lo que ves y sientes). Prepárate para subir y bajar escalerillas empinadas y moverte por espacios muy estrechos. Si tienes problemas de movilidad o claustrofobia severa, tenlo en cuenta. Es una experiencia inmersiva, pero exigente físicamente.
Imagina que llegas al compartimento de torpedos, en la proa. Aquí, el espacio se abre un poco, pero la sensación es de una potencia contenida. Sientes la inmensidad de esos tubos, la fría dureza del metal que los rodea. Puedes incluso escuchar el eco de tus propios pasos sobre el suelo de acero, y la luz que se filtra por alguna escotilla, si la hay, parece bailar sobre las superficies pulidas. Es un lugar donde la función militar se vuelve casi artística en su diseño brutalista. La oscuridad se mezcla con la luz que entra por los pasillos, creando sombras largas y misteriosas.
Este es uno de los mejores puntos para una foto que capture la esencia del submarino. Lo que tienes alrededor son los enormes tubos lanzatorpedos, las literas plegables de la tripulación justo al lado (sí, dormían ahí mismo), y el equipo de control de los torpedos. Para la mejor luz y ambiente, te sugiero ir a primera hora de la mañana, justo cuando abren. La luz natural que entra por las escotillas es suave y difusa, perfecta para evitar brillos y realzar la textura del metal. Además, habrá menos gente, lo que te permitirá capturar la quietud y la escala del lugar sin prisas.
Ahora, sube las escaleras hasta la torre de mando. Aquí, la sensación es completamente diferente: de repente, estás en el "cerebro" del submarino, el lugar donde se tomaban las decisiones de vida o muerte. Puedes sentir la vibración del metal bajo tus pies, y si te acercas al periscopio, casi puedes oler el aire salado del exterior, a pesar de estar dentro. Imagina la tensión, los susurros de los comandos, la mirada fija a través de ese ojo mecánico hacia un mundo desconocido arriba. La luz aquí es más directa, filtrándose desde arriba, destacando los innumerables diales, palancas y botones que lo rodean.
Este es otro lugar icónico para una foto, especialmente si logras capturar la vista a través del periscopio (aunque es una pantalla que simula la vista real). Alrededor de ti verás los controles del periscopio, los mapas de navegación, los paneles de instrumentos y los asientos del capitán y los oficiales. El mejor momento para esta foto es a media tarde, digamos entre las 2 y las 4 p.m. A esa hora, la luz del sol de San Francisco, que puede ser un poco dura, ya está más suave y entra de forma más oblicua por las aberturas superiores. Esto crea un contraste interesante entre la luz exterior y la penumbra interior, dando una atmósfera más dramática a tus fotos de los intrincados controles.
Al salir, el aire fresco de la bahía te golpea, pero la resonancia de lo que has vivido permanece. Es más que un museo; es un portal a una era y a las vidas que la definieron.
Olya from the backstreets