El mejor momento para sentir la Corte Suprema de los Estados Unidos en Washington D.C. no es solo un mes, es una experiencia completa. Imagina que es finales de mayo, principios de junio. El aire en Washington D.C. aún no tiene ese peso pegajoso del verano, pero ya ha desterrado el frío invernal. Cuando caminas hacia el imponente edificio de mármol, sientes una brisa suave y cálida que te acaricia la piel, trayéndote un aroma limpio, quizás a hierba recién cortada de los jardines cercanos, mezclado con un tenue dulzor de los tilos que empiezan a florecer. Es un olor a promesa, a vitalidad. Escuchas el murmullo respetuoso de la gente, no el bullicio caótico de otras atracciones. Hay un eco distante de la ciudad, pero aquí, en la explanada, predomina una calma que invita a la reflexión. La gente, una mezcla de estudiantes de derecho con sus cuadernos, familias curiosas y algún que otro local, se mueve con una lentitud consciente, como si el propio peso de la justicia los invitara a la reverencia. El ambiente es de claridad, de luz. El sol baña el mármol blanco, y aunque no lo veas, puedes sentir el calor que irradia, un calor que no agobia, sino que te envuelve en una sensación de importancia, de estar en un lugar donde las decisiones resuenan.
Si tu intención es presenciar una sesión de la Corte, consulta siempre el calendario oficial en su web (supremecourt.gov) con mucha antelación; los argumentos orales son limitados y muy solicitados. Llega temprano, muy temprano, si quieres una buena posición en la fila; a veces, incluso antes del amanecer. La seguridad es estricta, así que prepárate para pasar por detectores de metales, como en un aeropuerto, y deja bolsos grandes o mochilas en casa o en tu alojamiento. Aunque no sea obligatorio, vestirse de forma respetuosa (elegante casual) es una buena idea, te ayudará a sentirte más parte del ambiente solemne. Y no te preocupes si tienes movilidad reducida; el edificio está completamente adaptado con rampas y ascensores.
La atmósfera cambia drásticamente con el clima. Si te toca un día de lluvia, el mármol adquiere un brillo distinto, casi melancólico, y el aire se carga con el olor a piedra mojada, un aroma terroso y profundo. Los sonidos se amortiguan, y el ambiente se vuelve más íntimo, casi introspectivo, perfecto para una visita más sosegada, sin las multitudes. Pero si el calor aprieta, el aire se vuelve denso y pegajoso. El mármol irradia un calor intenso que sientes a través de la suela de tus zapatos, y el murmullo de la gente se transforma en un suspiro colectivo de incomodidad. Quieres moverte rápido, buscar la sombra, y la sensación de solemnidad se disipa un poco bajo la urgencia de la climatización interior. Por eso, el clima suave de finales de primavera es tan especial.
No te limites solo al exterior. Una vez dentro, en la planta baja, hay una pequeña exposición muy interesante que puedes tocar y explorar, con objetos y paneles que te cuentan la historia y el funcionamiento del tribunal. También hay un auditorio donde a menudo se ofrecen charlas públicas gratuitas sobre el sistema judicial (¡pregunta por ellas!). Aprovecha que estás en Capitol Hill. Justo enfrente tienes la majestuosa Biblioteca del Congreso (¡no te la pierdas, es una joya sensorial y arquitectónica!) y a un paso, el Capitolio. Puedes ir andando, sentir el pulso de la historia bajo tus pies. Para comer, hay cafeterías dentro de la Biblioteca del Congreso, o puedes buscar algún "food truck" en los alrededores. La estación de metro más cercana es Capitol South (líneas Azul, Naranja, Plata), lo que hace todo muy accesible.
Olya desde las callejuelas.