¿Quieres saber qué se siente al visitar la Casa Blanca? Imagina que estás en Washington D.C., y de repente, al doblar una esquina, la ves. Es más pequeña de lo que esperabas, pero al mismo tiempo, inmensa en su presencia. No la ves de cerca de inmediato; primero, te envuelve el aire, denso con la historia y una silenciosa pero palpable seguridad. Escuchas el murmullo de la gente a tu alrededor, el suave zumbido del tráfico a lo lejos, y sientes la brisa fresca que recorre el National Mall, trayendo consigo el aroma a hierba recién cortada y, quizás, un ligero toque de hormigón calentado por el sol. Tus ojos se fijan en el edificio blanco, clásico, y una punzada de asombro te recorre el cuerpo. Estás a las puertas de algo que solo has visto en las noticias.
Para entrar, la cosa es un poco más compleja, pero es un proceso. Primero, tienes que haber solicitado tu visita con meses de antelación a través de la embajada de tu país o de tu congresista si eres ciudadano estadounidense. Una vez que tienes la confirmación, el día de la visita, te diriges al punto de encuentro. Te sentirás parte de un flujo constante de personas, todas con la misma mezcla de emoción y nerviosismo. Pasarás por varios controles de seguridad; es como un ballet coreografiado de agentes con radios, sus movimientos son precisos y sus miradas, atentas. Sientes el frío metal del detector de metales, el escrutinio silencioso mientras revisan tus pertenencias. No hay prisas, pero sí una eficiencia que te hace sentir seguro, aunque también un poco intimidado.
Una vez que has pasado los filtros, de repente estás dentro del perímetro. El contraste es asombroso. El ruido de la ciudad se apaga, y te encuentras en un espacio de una quietud casi reverente. Caminas por senderos impecablemente cuidados, la hierba es de un verde intenso, y los árboles parecen haber sido podados con una precisión milimétrica. La Casa Blanca se alza frente a ti, más cerca ahora, y puedes apreciar los detalles de su arquitectura neoclásica. El blanco de sus paredes es deslumbrante bajo el sol, y sientes el calor que irradia del pavimento bajo tus pies. Hay una sensación palpable de orden y solemnidad, como si el mismo aire estuviera cargado de decisiones y momentos históricos.
El recorrido por dentro es autoguiado, lo que significa que no hay un tour conductor, pero sí agentes del Servicio Secreto en cada sala, dispuestos a responder preguntas o guiarte suavemente por el camino. Los pasillos son amplios, los techos altos, y el suelo de mármol pulido hace que tus pasos resuenen ligeramente. Sientes la historia en el aire, en el aroma sutil a madera antigua y cera. Tus ojos se deleitan con los colores de las alfombras persas, la riqueza de los muebles de época y los retratos de presidentes pasados que te observan desde las paredes. Te mueves con la marea de otros visitantes, escuchando sus susurros de asombro, y te das cuenta de que estás pisando el mismo suelo que innumerables figuras históricas. La fotografía está permitida en la mayoría de las áreas, pero sin flash.
Mientras caminas, presta atención a los pequeños detalles que te conectan con el lugar. Siente la temperatura más fresca en algunas habitaciones, el cambio en la acústica de un salón a otro. El roce suave de tu mano sobre una barandilla de madera, pulida por millones de manos antes que la tuya. Escucha el eco de tus propios pasos, mezclado con el suave murmullo de otros visitantes, y el ocasional clic de una cámara. No hay olores fuertes, pero sí una sensación general de pulcritud y antigüedad, una combinación extraña que huele a historia y a poder. Imagina las conversaciones que se han tenido en estos salones, los acuerdos que se han sellado, las risas y las lágrimas que estas paredes han presenciado.
Al salir, la sensación es agridulce. Dejas atrás un lugar de tremenda importancia, pero te llevas contigo una experiencia única. La salida es tan fluida como la entrada, y de repente, te encuentras de nuevo en la acera, con el bullicio de la ciudad regresando a tus oídos. Te sientes un poco más consciente del mundo que te rodea, como si hubieras tocado una parte vital de él. La visita dura aproximadamente una hora o una hora y media, dependiendo de lo rápido que vayas y de cuánto tiempo te detengas en cada sala. Después de la Casa Blanca, puedes cruzar la calle y visitar el Parque Lafayette, un lugar perfecto para sentarse en un banco, reflexionar sobre lo que acabas de ver y absorber la energía de la capital.
Olya en ruta