¿Preguntas qué se *hace* en el Zoo de Pafos? Pues mira, no es solo un sitio para *ver* animales; es una experiencia que te envuelve, que te despierta cada sentido. Desde el momento en que cruzas la entrada, el aire cambia. Ya no es el mismo que en la carretera. Sientes una ligera brisa, a veces cargada con el olor a tierra húmeda y, si te fijas, un tenue aroma a heno y a algo salvaje, algo animal. Lo primero que te llega es un murmullo constante, un coro de sonidos que no identificas de inmediato: graznidos lejanos, un gorjeo suave, el crujido de la grava bajo tus pies. Es como si el mundo de fuera se apagara y uno nuevo se encendiera a tu alrededor.
A medida que avanzas, el sendero te guía hacia donde el aire empieza a vibrar con una explosión de color y movimiento, aunque no los veas. Escuchas el *fiuu* de alas grandes al batir cerca, un silbido agudo, y luego el suave arrullo de las palomas. Imagina la sensación de una pluma ligera rozando tu brazo si estuvieras muy cerca de los loros, o el eco de sus gritos juguetones rebotando en las paredes de sus aviarios. Hay un punto donde el suelo se siente más fresco, quizás un poco húmedo, y el sonido del agua cayendo es constante: estás cerca de las aves acuáticas, donde puedes casi *sentir* la humedad en el aire. Si tienes suerte, justo a tiempo para el espectáculo de aves, sentirás cómo el aire se mueve con fuerza a tu alrededor cuando un búho o un águila pasan volando, roza tu cabeza, una ráfaga de viento poderosa que te deja sin aliento.
Luego, el ambiente se transforma. De repente, un sonido gutural, profundo, te atraviesa el pecho. Es un rugido, y aunque esté lejos, sientes su vibración en el suelo bajo tus pies. El aire se vuelve más denso, con un olor más fuerte a tierra y a la presencia de algo grande, poderoso. Puedes escuchar el arrastre lento de patas pesadas sobre el terreno, el crujido de huesos si están comiendo, o el soplido rítmico de la respiración. Después, el ritmo cambia de nuevo. El sonido de ramas que se rompen, el chirrido de una cuerda tensa, y risas agudas y juguetonas que resuenan desde lo alto. Es el reino de los primates, donde el aire se llena de su energía, sus saltos, sus llamadas y el suave *golpe* de una fruta al caer.
Más adelante, el ambiente se suaviza de nuevo. El murmullo de voces bajas te guía hacia un espacio más abierto. Aquí, el olor es más dulce, a heno fresco y a la lana de los animales. Puedes acercar tu mano y sentir la suavidad del pelaje de una cabra en la zona de contacto, o la textura un poco más áspera de la lana de una oveja. A veces, sientes un suave empujón o un nuzzle curioso. Hay bancos bajo la sombra de los árboles, donde el sol se filtra en manchas cálidas sobre tu piel. Y si tienes hambre o sed, el aroma a café, a patatas fritas recién hechas y a algo dulce te llama desde la cafetería cercana, un lugar para descansar y dejar que todas esas sensaciones se asienten.
Para llegar, lo más fácil es en coche de alquiler o taxi; está a unos 15 minutos en coche del centro de Pafos. Si prefieres el autobús, hay rutas locales que te dejan cerca, pero pregunta por la parada exacta en tu alojamiento. Te recomiendo ir a primera hora de la mañana, justo cuando abren, para evitar las multitudes y el calor más intenso, especialmente en verano. Lleva calzado cómodo, mucha agua (aunque hay puntos de venta), y un sombrero o gorra. Hay una cafetería decente para comer algo, pero también puedes llevar tu propio picnic si prefieres. Los caminos están bien mantenidos y son bastante accesibles, con rampas en la mayoría de los desniveles, así que es fácil de recorrer.
Olya from the backstreets.