¿Me preguntas qué se *hace* en el Super Aphrodite Waterpark? ¡Uff, prepárate! Imagina esto: el sol de Paphos calentando suavemente tu piel mientras te acercas. Antes de ver nada, empiezas a escuchar una sinfonía de chapoteos, risas agudas de niños y el murmullo constante del agua, como un “shhhhh” gigante que te llama. El aire ya te envuelve con un aroma fresco a cloro mezclado con protector solar y, sí, un toque dulce que te recuerda a las vacaciones, quizás algodón de azúcar o helado.
Para la entrada, no te compliques: es súper fácil. Hay taquillas para dejar tus cosas, son de esas con código o llave que te dan al momento, así que no tienes que preocuparte de tu cartera o móvil mientras disfrutas. Te ponen una pulsera y ¡listo! Puedes ir ligero de equipaje, que es lo que quieres para un día de agua.
Una vez dentro, te quitas las chanclas y sientes el pavimento cálido bajo tus pies, un contraste que te avisa de lo que viene. El primer contacto con el agua es un abrazo fresco, un alivio inmediato. Si te diriges a la piscina de olas, escucha: el sonido del agua te mece, subiendo y bajando, empujándote suavemente, como si el mar te estuviera dando un abrazo rítmico. Sientes cómo tu cuerpo se adapta al vaivén, flotando sin esfuerzo.
Luego vienen los toboganes, y aquí es donde la cosa se pone interesante. Hay de todo tipo, para todas las sensaciones. Para los que van en flotador, sientes cómo el aire de la colchoneta te eleva un poco, y el agua te desliza suavemente por los surcos del tobogán. Escuchas el roce del agua contra el plástico y el sonido de tu propia risa resonando un poco antes de un chapuzón suave al final. Si te atreves con los más rápidos, sentirás la velocidad pura, el aire silbando a tu alrededor y el agua empujándote por la espalda, una corriente constante que te lanza hacia adelante.
Un consejo práctico para los toboganes: no te agobies con las colas. Por la mañana temprano o a última hora de la tarde suelen ser más cortas. Y si vas con niños, hay zonas específicas para ellos con toboganes más pequeños y chorros de agua donde pueden chapotear con seguridad. El suelo es antideslizante, así que aunque vayas sin ver, sentirás una superficie segura bajo tus pies.
Después de tanta adrenalina, el hambre aprieta. El olor a patatas fritas y hamburguesas es inconfundible. La comida dentro del parque es la típica de un día de diversión: sencilla, pero cumple. Puedes pedir algo rápido, sentarte en una mesa y sentir el calor del sol en tu cara mientras recargas energías. No esperes alta cocina, pero es perfecta para seguir con la aventura.
Cuando el día empieza a declinar y sientes los músculos un poco cansados, pero de una forma agradable, puedes buscar una tumbona. El sol aún te calienta la piel, y aunque ya no estés en el agua, el murmullo constante de los chapoteos lejanos te acompaña. Sientes el calor residual del sol en tu piel y el frescor ocasional de una gota de agua que te salpica. Es el momento de cerrar los ojos y dejarte llevar por la sensación de cansancio dulce y satisfacción.
Al final del día, el aire es un poco más fresco y tu piel, aunque cansada, se siente suave y ligeramente salada. Tus oídos aún retienen el eco de las risas y los chapoteos. Te vas con esa sensación de haber vivido un día intenso, lleno de agua, movimiento y pura alegría. Es una experiencia que te envuelve, de principio a fin.
¡Hasta la próxima aventura acuática!
Olya from the backstreets