¡Hola, trotamundos! Si alguna vez te encuentras en Paphos, hay un lugar que no puedes perderte, no solo por lo que ves, sino por lo que *sientes*. Estamos hablando del Pilar de San Pablo. Imagínate, llegas a este complejo histórico cerca del puerto de Paphos. El sol de Chipre te acaricia la piel, cálido, casi como un abrazo. Puedes sentir la brisa marina, ligera y salada, que trae consigo el rumor lejano del Mediterráneo. Al caminar, tus pies notan el cambio del asfalto al sendero de tierra y piedra, irregular, que te conecta con miles de años de historia. El aire huele a tierra seca y a la historia que impregna cada rincón.
A medida que te adentras, el espacio se abre. Escuchas tus propios pasos resonando suavemente sobre los restos de lo que fue una gran basílica paleocristiana. Puedes estirar la mano y tocar los bloques de piedra antiguos, ásperos, desgastados por el tiempo, pero firmes, sintiendo la solidez de una civilización que una vez caminó por aquí. Te das cuenta de la escala, de lo vasto que era este lugar, incluso sin ver las columnas derribadas que se esparcen a tu alrededor. Es como si el suelo mismo te contara historias de multitudes, de rezos, de la vida que bullía en sus adentros.
Justo antes de llegar al punto central, pasarás por zonas donde el suelo cambia, se vuelve más liso en algunos puntos. Son los restos de antiguos mosaicos. No necesitas ver los colores ni las formas; puedes sentir la textura, la planitud de las pequeñas piedras incrustadas en el suelo, y el calor del sol que han absorbido durante siglos. Es un recordatorio de la belleza y el arte que adornaban estos espacios. Es un momento para detenerse, respirar hondo y sentir el peso de la historia bajo tus pies, un preludio a lo que viene.
Y ahí está, el Pilar de San Pablo. Es el punto culminante de la visita. Te acercas y puedes sentir su presencia imponente. Es una columna de piedra, desgastada, con una historia brutal. Puedes tocar su superficie, sentir las irregularidades, las marcas del tiempo y, según la leyenda, los latigazos que San Pablo recibió aquí. Es una conexión táctil con un evento que cambió el curso de la historia. El aire alrededor del pilar parece más denso, cargado de un peso silencioso. Es el lugar que querrás guardar para el final de tu recorrido por las ruinas, para que su impacto se quede contigo.
Después de este punto tan cargado de historia, justo al lado, se encuentra la Iglesia de Agia Kyriaki Chrysopolitissa. Es una iglesia activa, viva. Al entrar, sentirás el cambio de temperatura, el aire más fresco y húmedo, y el olor a incienso que te envuelve. Escucha el eco de los cánticos si hay un servicio, o simplemente el silencio reverente que se respira. Las paredes son lisas y frescas al tacto, un contraste con las piedras rugosas de las ruinas. Es un recordatorio de que la fe que una vez se practicó aquí sigue viva.
Para planificar tu visita, te aconsejo ir a primera hora de la mañana o al final de la tarde. Evitarás el calor más intenso y tendrás más tranquilidad. Lleva calzado cómodo, de verdad, porque el terreno es irregular. Y no te olvides una botella de agua, el sol chipriota no perdona. Si vas con un amigo, te diría que no te obsesiones con intentar "ver" cada pequeño resto de muro. Concéntrate en sentir el ambiente general de la basílica, en la historia del pilar y la atmósfera de la iglesia. Es un paseo muy fácil, todo está muy cerca. Lo más importante es la experiencia sensorial y la conexión con la historia.
¡Hasta la próxima aventura!
Olya from the backstreets