¡Hola, trotamundos! Hoy te llevo de la mano a un lugar que te va a mover por dentro: la Casa Milà, o La Pedrera, en Barcelona. Imagina que te acercas y, de repente, la rigidez de la ciudad se disuelve. Sientes una curva, luego otra, como si un gigante hubiese esculpido la roca con sus propias manos. Las paredes no son rectas, son olas petrificadas. Puedes casi oler el pasado, un eco de la vida burguesa mezclado con la brisa de la ciudad. Los sonidos de la calle, antes nítidos, empiezan a amortiguarse a medida que te acercas a su piel de piedra. Aquí, cada paso es una invitación a explorar, a perderte y encontrarte en sus formas orgánicas.
Una vez dentro, te encuentras en uno de los dos patios interiores, verdaderos pulmones de piedra. Imagina un espacio amplio y redondo, con paredes que se elevan suavemente, como si estuvieras en el fondo de un pozo de luz. El suelo es liso, pulido, y el aire es fresco, incluso en un día caluroso. Puedes escuchar tu propia voz resonar un poco, y el eco de otros visitantes que, como tú, se sienten pequeños ante tanta grandeza. Estos patios no son solo un lugar de paso; son el corazón de la casa, y desde ellos, una escalera principal te guía con sus peldaños amplios y cómodos, invitándote a subir, a descubrir más.
Cuando llegas a la recreación de un apartamento de principios del siglo XX, la experiencia cambia. El suelo bajo tus pies es de parqué, cálido y quizás con algún pequeño crujido que te recuerda su historia. Las puertas son anchas, sin esquinas bruscas, y te invitan a pasar de una estancia a otra con fluidez. Puedes tocar las paredes lisas, sentir la madera de los muebles, la textura de la tapicería. El espacio se siente íntimo pero abierto, con las ventanas que dan a los patios o a la calle, dejando entrar la luz y el murmullo de la vida exterior. Aquí, los caminos son más bien transiciones suaves entre habitaciones, como un baile sin fin.
Pero la joya de la corona, el lugar donde realmente la casa te habla con todo su cuerpo, es la azotea. Para llegar, subes por escaleras que a veces son estrechas, a veces un poco inclinadas, pero siempre te conducen hacia la luz. Una vez arriba, el suelo es una superficie ondulada, como dunas de piedra. A veces es liso bajo tus pies, otras veces encuentras pequeños escalones o desniveles que te hacen levantar el pie. Te sientes como si estuvieras caminando sobre las olas de un mar petrificado. Las famosas chimeneas y torres de ventilación, con sus formas escultóricas, te rodean, creando un laberinto artístico donde el viento silba suavemente entre ellas y puedes sentir el sol en tu piel. Los senderos aquí no son rectos; te guían en curvas, te invitan a explorar cada rincón, cada perspectiva, sintiendo la brisa de la ciudad en tu cara.
Justo debajo de la azotea, en el espacio del desván, te espera el Espai Gaudí. Imagina un esqueleto de ballena gigante. Las costillas de ladrillo, una tras otra, forman arcos que se suceden, creando un espacio diáfano y envolvente. El suelo es liso, de cemento pulido, y tus pasos resuenan suavemente. Los caminos aquí son amplios y serpenteantes, diseñados para que te detengas, observes las maquetas y los paneles que explican la obra de Gaudí. Es un lugar de reflexión, donde la luz se filtra de forma tenue y el ambiente es de calma, invitándote a seguir el ritmo pausado que te marcan las propias estructuras de ladrillo.
En cuanto a cómo te mueves por la Pedrera, es bastante sencillo. Hay ascensores disponibles para subir y bajar entre los pisos principales, lo cual es un alivio si prefieres evitar las escaleras o si necesitas una mayor accesibilidad. Una vez en cada nivel, los recorridos son bastante intuitivos. Las pasarelas de la azotea están bien definidas, aunque, como te decía, son irregulares. En el apartamento y el desván, los espacios son amplios y el flujo es natural, siguiendo las indicaciones o simplemente dejándote llevar por la curiosidad. Te recomiendo ir a primera hora o al final de la tarde para sentir el espacio con más tranquilidad.
¡Hasta la próxima aventura!
Léa del camino