¡Hola, viajeros! Acabo de regresar de Lisboa, y hay un lugar que se me quedó grabado: la Avenida da Liberdade. Y tengo que contártelo, porque no es solo una calle, es toda una experiencia.
Imagínate que acabas de subir el ascensor de Santa Justa o de perderte por las callejuelas del Chiado, y de repente, se abre ante ti una alfombra ancha y verde. No es solo visual, lo sientes. El aire es diferente aquí, más fresco, como si los árboles centenarios que la flanquean filtraran el calor de la ciudad. Escuchas el suave murmullo de las fuentes y el canto de los pájaros que anidan en las copas, un oasis sonoro que contrasta con el bullicio del centro. Caminas por los mosaicos de calçada portuguesa, sintiendo la textura de las piedras bajo tus pies, cada paso es una pequeña caricia en la planta. La luz se filtra entre las hojas, creando patrones de sol y sombra que bailan en tu piel, dándote una sensación de paz que no esperas en una avenida tan importante.
Si vas, mi consejo es que no la cruces deprisa. Tómate tu tiempo. Busca los quioscos antiguos que salpican el paseo central; no son solo bonitos, muchos sirven café recién hecho y pasteles deliciosos. Es el lugar perfecto para sentarse en una de sus sillas de hierro forjado, sentir la brisa en la cara y simplemente observar el ir y venir de la gente, sin prisa, como si el tiempo se ralentizara solo para ti. También hay varios bancos de piedra bajo la sombra de los árboles que son perfectos para un descanso.
Pero no todo es calma, y esto es algo que me sorprendió un poco. Aunque el paseo central es amplio y tranquilo, a ambos lados la avenida es una arteria principal con mucho tráfico. De repente, el rugido de los motores y el olor a escape pueden golpearte, rompiendo esa burbuja de serenidad que habías encontrado. Sientes la vibración del asfalto bajo tus pies cada vez que un autobús grande pasa cerca, y el contraste entre la paz del centro y el frenesí de los carriles laterales es palpable, casi como dos mundos pegados.
Para evitar el caos del tráfico, te recomiendo encarecidamente que uses los pasos subterráneos para cruzar de un lado a otro. Son mucho más seguros y te ahorran el estrés de sortear coches. Además, si eres sensible al ruido o al olor, intenta visitar la avenida a primera hora de la mañana, antes de que la ciudad despierte del todo, o a última hora de la tarde, cuando el tráfico empieza a disminuir y la luz del atardecer le da un toque mágico.
Lo que realmente me sorprendió de la Avenida da Liberdade fue cómo, a pesar de su opulencia y su vocación de gran bulevar, aún se siente auténtica y llena de vida local en sus detalles. Te animo a que toques las estatuas de bronce que la adornan, sintiendo la frialdad del metal bajo tus dedos, o que te fijes en los pequeños detalles de los edificios históricos. Hay algo muy honesto en cómo lo moderno y lo antiguo conviven aquí. Es una avenida que te invita a sentirla con todos tus sentidos, a pesar de sus contradicciones.
No te quedes solo en el paseo principal. Explora las calles que suben a los lados, especialmente las que te llevan hacia Príncipe Real o Chiado. Ahí es donde descubres las tiendas más curiosas, las galerías de arte escondidas en patios interiores y pequeños restaurantes locales con encanto que no aparecen en todas las guías. Esos desvíos son los que te revelan la verdadera personalidad de Lisboa más allá de lo evidente, y te aseguro que vale la pena cada paso.
Un abrazo desde el camino,
Olya de las callejuelas