¿Qué se *hace* en la Garganta de Batoka? Me encanta esa pregunta, porque no es tanto lo que *haces* como lo que *sientes* allí. Imagina que te acercas a las Cataratas Victoria. Primero, es un murmullo lejano, luego un rugido constante que te envuelve, no solo en tus oídos, sino en todo el cuerpo. Sientes la vibración en tus pies, en el pecho, como si la tierra misma estuviera latiendo con una fuerza inmensa. El aire empieza a cambiar; hay una frescura que no encuentras en ningún otro lugar, con un ligero aroma a tierra mojada y algo salvaje, indomable. Es la promesa de algo monumental, de una inmersión total en la naturaleza más cruda.
Tus pies sienten el cambio del camino mientras empiezas a descender. No es un descenso abrupto, sino un camino que serpentea, paso a paso, revelando más y más del abismo. A medida que bajas, el rugido de las cataratas se vuelve más intenso, pero también empiezas a escuchar otros sonidos: el canto de pájaros exóticos que resuenan en las paredes rocosas, el goteo constante de agua desde las alturas, y un susurro más suave del río Zambeze que corre muy por debajo. El aire se vuelve más denso, más húmedo, y puedes sentir cómo la vegetación se vuelve más exuberante, sus hojas grandes y verdes rozando tus brazos a medida que pasas. Es como entrar en un mundo oculto, donde la luz del sol lucha por penetrar. Para la bajada, te sugiero llevar calzado con buena suela, algo que te dé agarre y confianza en cada paso, porque aunque el camino está marcado, puede ser resbaladizo en algunos tramos.
Una vez que estás abajo, en el corazón de la garganta, el aire te envuelve como un abrazo húmedo y fresco. Sientes la bruma de las cataratas en tu piel, una fina llovizna constante que te refresca y te empapa al mismo tiempo. El sonido del Zambeze aquí abajo no es solo un rugido; es un trueno incesante, una fuerza viva que pulsa en el aire. Puedes casi saborear el agua, pura y salvaje, en el ambiente. Si extiendes la mano, podrías sentir la roca fría y húmeda de las paredes de la garganta, que se elevan imponentes a tu alrededor, dándote una sensación de pequeñez y asombro. Es un microclima único, donde la vida vegetal se aferra tenazmente a las paredes, creando un tapiz verde que contrasta con el basalto oscuro.
Y luego están los momentos de pura adrenalina. Imagina que te asomas al borde, el vacío bajo tus pies. De repente, sientes el viento golpeando tu cara mientras caes, un grito que se escapa de tus pulmones, la sensación de ingravidez antes de que una sacudida te detenga, y luego el balanceo, el viento en tu pelo, y la risa incontrolable que brota. O quizás estás en una balsa, el rugido del agua es ensordecedor. Sientes cómo la balsa golpea las olas con una fuerza brutal, el salpicón helado del río Zambeze te empapa de pies a cabeza, y el corazón te late a mil por hora mientras te aferras, riendo, gritando, sintiendo cada fibra de tu cuerpo vibrar con la potencia del río. Para cualquiera de estas aventuras, es clave llevar ropa de secado rápido o un bañador debajo, y protector solar, incluso si está nublado, el reflejo del agua es intenso.
Al levantar la vista desde el fondo de la garganta, ves el cielo como una fina franja azul entre las imponentes paredes, y te das cuenta de la inmensidad de lo que te rodea. La luz cambia constantemente, creando sombras y brillos que juegan en las rocas y en la vegetación. Mientras subes de nuevo, paso a paso, sientes el cansancio en tus músculos, pero también una profunda satisfacción. El aire se vuelve un poco más seco, los sonidos de la garganta se suavizan, y el mundo exterior empieza a reaparecer. Es un ascenso que te da tiempo para procesar todo lo que has experimentado, para sentir la gratitud por haber estado allí, en ese lugar tan especial. Asegúrate de llevar una botella de agua grande para el camino de vuelta; la humedad y el esfuerzo te dejarán con sed.
Un último consejo: ve temprano por la mañana. No solo evitarás el calor más intenso, sino que la luz del sol al amanecer crea un espectáculo de colores en el rocío y en las paredes de la garganta que es simplemente mágico. Y no te olvides de una pequeña mochila impermeable para tus objetos de valor, porque, créeme, la humedad es real. Batoka Gorge no es solo un lugar para ver; es un lugar para sentir, para vivir con cada poro de tu piel.
Un abrazo desde el camino,
Olya from the backstreets