¡Hola, trotamundos! Si alguna vez te has preguntado qué se siente al estar cara a cara con algunos de los reptiles más antiguos del planeta, la Granja de Cocodrilos de Victoria Falls es una parada obligada. No es un safari, es algo distinto, más íntimo y, te lo aseguro, muy sensorial.
Imagina esto: el aire, aunque cálido, tiene un matiz diferente aquí, una humedad que te envuelve, mezclada quizás con un leve olor a tierra húmeda y agua estancada. Caminas por senderos de gravilla que crujen suavemente bajo tus pies, y el sol se filtra entre una vegetación densa. Al principio, todo es calma. Escuchas el murmullo de otras voces, el canto lejano de algún pájaro. Pero luego, un silencio denso. De repente, una forma oscura y texturizada aparece en tu campo de visión, inmóvil. Parece un tronco, una roca, pero sabes que no lo es. Sientes una punzada de asombro, casi de respeto, al darte cuenta de que es un cocodrilo enorme, tan quieto que apenas parece respirar, con la piel áspera y escamosa que casi puedes sentir bajo tus dedos si la tocaras.
A medida que avanzas, te das cuenta de que no es solo uno. Hay más. Escuchas el chapoteo ocasional de una cola moviéndose lentamente en el agua turbia de los recintos. El sonido es pesado, contundente, como si el agua misma se quejara. Algunos están completamente sumergidos, solo sus ojos, amarillos y penetrantes, sobresalen de la superficie, observándote sin parpadear. En otros recintos, los más grandes, puedes casi sentir la vibración de su masa en el suelo cuando se arrastran, un movimiento lento y deliberado que precede a una velocidad sorprendente. La tensión en el aire es palpable, una mezcla de fascinación y un instinto primal de precaución.
Pero no todo son cocodrilos. Encontrarás también otros habitantes fascinantes. En la zona de serpientes, el aire se vuelve un poco más denso, quizás con un olor peculiar, algo terroso y un poco metálico. Escuchas el siseo suave, casi imperceptible, de alguna boa o pitón que se desliza por su terrario. La joya de la corona, sin embargo, es la hora de la alimentación. Si tienes la suerte de coincidir, prepárate para un estallido de energía y sonido. El aire se carga de expectación. De repente, el silencio se rompe con un *¡CRUNCH!* ensordecedor. Es el sonido de las mandíbulas de un cocodrilo cerrándose sobre su presa, un golpe seco y brutal que resuena en tu pecho. Sientes la fuerza bruta, la eficiencia depredadora en ese instante. Es un momento que te deja con la boca abierta, la piel de gallina, y un respeto inmenso por estas criaturas.
En cuanto a lo práctico, llegar es fácil. Desde el centro de Victoria Falls, un taxi te lleva en menos de 10 minutos. No te compliques con otra cosa. La mejor hora para ir es, sin duda, durante una de las sesiones de alimentación; suelen tener un par al día, pregunta en tu hotel o al taxista por los horarios exactos antes de ir. Lleva agua, un sombrero y protector solar, el sol puede ser implacable. No es una visita de todo el día; con una hora o dos, incluyendo la alimentación, lo habrás recorrido todo. La entrada suele ser un costo adicional, no suele estar incluida en los tours a las cataratas, así que tenlo en cuenta. Los caminos son de tierra y gravilla, así que lleva calzado cómodo.
Al final, te vas con una sensación de asombro. Es un vistazo a un mundo antiguo, una conexión con la naturaleza más salvaje y primitiva. Entiendes un poco mejor el poder y la belleza de la vida en su forma más pura, sin filtros. Es una experiencia que te enseña a respetar lo que la naturaleza ha creado y mantenido durante millones de años.
¡Hasta la próxima aventura!
Ana de la Ruta